Al estallar en Baire la última de nuestras gestas libertadoras en Febrero de 1895, eran generalmente apreciados en la región Vueltabajera y muy especialmente en Consolación del Sur, lugar de su residencia, el matrimonio formado por Francisco Páez y Catalina Valdés, heroica y valerosa mujer que ennoblece la historia de nuestra provincia por su notable y magnífica labor en la guerra de Independencia.
Nacida en la villa consolareña el 22 de Marzo de 1837, encontrábase en la madurez de la vida al iniciar el invicto General Antonio Maceo su apoteósico recorrido de la invasión. De baja estatura, más bien delgada y de tez trigueña, no hubiera podido nadie imaginarse que espíritu rebelde animaba aquella débil humanidad femenina.
De mirada avizora, con simpatía contagiosa y espontánea, dedicada desde muy joven a las labores del campo que compartía con su esposo, esta noble mujer había ya presentido su destino antes de adentrarse en la manigua insurrecta, dando a la Patria, cuya libertad deseara, doce hijos, de ellos dos fueron hembras: Juana y Santiaga y diez robustos varones, los valientes hermanos Páez, que orgullosa mostrara como sus mejores tesoros emulando con ello a la madre de los Gracos.
Estos heroicos consolareños, nombrados: Eduviges, Andrés, Pablo, Tomás, Candelario, Sotero, Carmelo, Gumersindo, Ciriaco y Pedro, que por su valor temerario lograron alcanzar casi todos altos grados en el Ejército Libertador, acompañaron a sus padres, en la lucha comenzada en Oriente, haciendo ver que en la provincia occidental también ardía la llama de la redención.
Al frente de aquella numerosa familia iluminada por la santa idea de la libertad, marchaba una mujer de valor a todo prueba, nuestra esforzada biografiada, Catalina Valdés, a quien el General Maceo nombrara merecidamente Capitana del Campamento de Arroyo de Agua, único que no lograron nunca incendiar los militares españoles, gracias a la tenaz resistencia de la valiente consolareña.
Si Catalina Valdés no alcanzó una alta talla, superó con su valor al igual que Napoleón, lo que le saltara en estatura; empuñó las armas con los bríos de un hombre valeroso y trocó sus implementos guerreros por las medicinas y vendajes para cuidar solícita los heridos que llenaban su campamento, convertido en Hospital de Sangre.
Su cuerpo, cubierto de cicatrices honrosas, nunca pudo ser aniquilado, teniendo la suerte de no ver morir en el combate a ninguno de sus retoños.
Terminada la guerra, pudo la ejemplar vueltabajera asistir al espectáculo augusto de la instauración de la República y contempló emocionada, acompañada de todos los suyos, la toma de posesión del austero bayamés don Tomás Estrada Palma, quien al igual que todos los demás presidentes que le sucedieron, siempre tuvo para la heroica mambisa las mejores distinciones.
El día 23 de Agosto de 1915, a las siete de la mañana, en el barrio de Lajas, dejó de existir la valiente cubana, a los 78 años de edad, rodeada de todos sus hijos en quienes inculcó el más grande fervor a la patria que con su actuación ayudara a liberar.
Su cadáver reposa en el Cementerio de Consolación del Sur, la tierra pinareña que tantas veces presenciara su abnegación e intrepidez. |