Nacida en Paso Real de Guane, el día 8 de Julio de 1837, publicamos la biografía de esta mujer extraordinaria, que por su prestigio, sus excelentes dotes caritativas, su inteligencia, su patriotismo y su valor, diera gloria a nuestra amada región vueltabajera.
Transcurrida su niñez en el hogar paterno que con honor presidiera la figura de su progenitor el bondadoso galeno Enrique Rubio, vio morir a la madre de su adoración, la señora Prudencia Díaz, cuando sólo contaba seis años de edad.
Diez años después, en plena juventud, cuando constituía la mayor admiración por su arrogante figura y por su simpatía natural, contrajo matrimonio con el señor Joaquín Gómez, de cuya unión nacieron sus hijos Ana María, Isabel, Rosa y Modesto.
Siempre ardió en Isabel Rubio, la heroica mujer que fuera un día nombrada Capitana de Sanidad, de nuestro Ejército Libertador, por el Titán de Bronce, la llama de la libertad, y en su botiquín de Paso Real, a más de derramar el bien a manos llenas, aliviando al necesitado, curando al enfermo, con la sabia intuición que para la medicina tenía, sin duda por herencia, hacía labor revolucionaria entre los moradores de la comarca guanera, que a la hora de la redención, pusieron de manifiesto que no había sido sembrada en balde la simiente de la libertad.
Los contratiempos de su vida ocasionados por la muerte de Ana María, su primogénita que le dejara sus dos retoños a cuidar, Cesar y Octavio, la súbita locura del Coronel Enrique Canals, casado con Isabel, gracias al cual por su vivienda en Cayo Hueso, pudo lograr conexiones con los exilados revolucionarios; y la muerte de Rosa, entregándole al fruto precioso de sus amores: Rosita Penichet, templaron el alma de aquella mujer sublime, que a los 58 años de edad tuviera los mismos arrestos de la primera juventud y redoblado el anhelo sublime de lograr la independencia de Cuba.
Cuando el General Maceo llegara triunfante a Paso Real de Guane, en Enero de 1896, ya hacía tiempo que la noble casona de Isabel Rubio, que con orgullo visitó, era foco de la revolución y templo de la más sacrosanta de las ideas.
Sus más caras ilusiones, su hijo Modesto y su nieto Cesar, se unieron de inmediato a la causa de la liberación. Y la matrona ejemplar acompañada de íntimos y de familiares allegados, engrosó las filas mambisas, para ejemplo y estímulo de las masas guaneras, que su palabra vibrante había exaltado. Isabel Rubio nunca temió a la muerte, curó sin descanso en plena manigua a los valientes mambises que peleaban por Cuba, agotó sus medicinas producto de su peculio particular, consumió también las enviadas por adictos a la revolución, que por distintos caminos hacían llegar a sus manos, y cuando no tuvo con que curar, buscó hierbas por los campos, deshizo sus sábanas y ropas íntimas para fabricar hilas y vendajes y convirtió en harapos sus vestidos, para que no quedaran al descubierto las carnes que derramaban la sangre santa de la libertad.
Noches en vela, días de incertidumbre, semanas sin alimento, dolores que apenas sintiera porque los atenuaba la fiebre de la esperanza, pasó nuestra ilustre biografiada que obsesionada por Cuba libre, arrostraba los mayores sacrificios.
Dos años de peregrinar en desigual y reñidísima pelea, sorprenden a Isabel Rubio, ya sexagenaria, en el Hospital de sangre por ella improvisado en Loma Gallarda, frente a San Diego de los Baños, la tarde del 12 de Febrero de 1898. La guerrilla de Antonio Llodrás, copa al pequeño Campamento y ante la valentía de Isabel que en la puerta del mismo les grita que sólo son mujeres y niños, la respuesta es una descarga que la hace caer herida en una pierna.
Conducida a posteriori en calidad de prisionera de guerra al Hospital de San Isidro de la capital pinareña, fue asistida de su herida que por su curación tardía estaba gangrenada y precipitaba su fatal desenlace.
Inútiles fueron los esfuerzos de su hermano el doctor Antonio Rubio, para que se la dejaran trasladar a su consulta particular y rodeada de sus sobrinas Petrona, Rosa, Matilde y María Luisa, exhaló su postrer suspiro el día 15 de febrero de 1898, cuando la luz del sol que tantas veces alumbrara sus manos hábiles para curar otros heridos, se perdía en el horizonte de aquel triste atardecer invernal.
La sublime heroína pinareña, cuyo único homenaje hasta ahora perdurable ha sido el nombre de una calle de esta Ciudad y el del poblado que la viera nacer, murió con la nobleza de los que prefieren darlo todo por la libertad de los suyos y de su patria. |