Emilia Casanova nació en Cárdenas, provincia de Matanzas, el 18 de Enero de 1832.
Fue hija de don Inocencio Casanova y de doña Petrona Rodríguez, ricos hacendados dé aquella época, y recibió en su propia casa una esmerada educación y cultura.
Contrajo matrimonio con el notable patriota y literato cubano Cirilo Villaverde, el inolvidable autor de "Cecilia Valdés" y de otras muchas obras que han dado merecida gloria a su nombre.
Comprometido su esposo desde la época de Narciso López, tuvo necesidad de trasladarse al extranjero, desde donde siguió laborando con el ilustre venezolano, ardiente enamorado de la Libertad de Cuba.
Emilia Casanova fue parte muy activa en todo lo relacionado con la emancipación de la isla esclava en esta época de mediados del siglo pasado en que se dieron los primeros pasos por la emancipación cubana.
En su casa de Nueva York, continuaron las reuniones de los románticos días de las “Minas de Manicaragua”.
Estuvo presente y cooperó con gran actividad en la confección hermosa de nuestra primera y hoy en día definitiva, bandera nacional.
Alentó con sus palabras y sus hechos no sólo a su amado compañero, sino al caudillo venezolano al poeta-patriota Miguel Teurbe Tolón, a Miguel Angel Hernández y a cuantos en aquella época secundaron a Narciso López Urriola.
En la preparación de las famosas expediciones, de Cárdenas y Playitas, por los años de 1850 y 1851, Emilia Casanova, no descansó un momento y puede decirse que por su valor, decisión y fortaleza física, fue una de las más fuertes columnas de la arriesgada empresa.
Fracasadas las dos expediciones del General López, ejecutado el esclarecido patriota el primero de Septiembre de 1851, Emilia Casanova prosiguió desde el destierro pensando en la libertad de su patria.
Finalizaba el año de 1868, la revolución de Yara había comenzado prepotente y magnífica para durar diez años en las campiñas cubanas, y aunque a muchos miles de millas separada de los suyos, Emilia recomenzó su tarea revolucionaria.
Recogió fondos para los insurrectos en Nueva York y Nueva Orleáns, rifó sus mejores y más valiosas joyas, para enviarle su producto a Céspedes, a Quesada, a Figueredo, a Aguilera, es decir a los hombres inolvidables que iluminados por el ideal, iniciaron en Oriente la primera guerra cubana.
Comenzó entonces su tarea de escritora, sus cartas a distintas personas de Charleston, Méjico, Yucatán, El Salvador, Guayaquil, Bolivia, Chile, Montevideo, Buenos Aires, Venezuela, Perú, etc., reunidas todas pueden formar un extenso volumen; siendo su objeto primordial dar a conocer la causa de su patria y solicitar apoyo y simpatía en todas partes del mundo donde hubiera un corazón que palpitara en nombre de la Libertad.
Sus numerosas cartas a los principales jefes de la Revolución del 68, sobre todo a Carlos M. de Céspedes, brillan por el más acendrado patriotismo, están llenas de los principios republicanos más avanzados, campean en ellas la dicción correcta con el vigoroso estilo. En ellas, además, se reflejan sus íntimos pensamientos y las más extremadas opiniones políticas, la franqueza de la expresión con la impetuosa fogosidad de sus sentimientos de patriota y de cubana.
No se limitó a esto su epistolario, encendida de patriotismo y conocedora de los vejámenes cometidos en Cuba con los mambises e insurrectos cubanos, dirigió sendas misivas en el año 1896 a los Capitanes Generales don Domingo Dulce y Caballero de Rodas, imputándoles la conducta impropia de los representantes de la Metrópoli española.
En el periódico “América Latina”, editado en Nueva York, Emilia Casanova de Villaverde, escribió desde los años de 1869 a 18976, en favor de la independencia de Cuba; enviando después estos periódicos a distintos lugares del Continente donde pretendía en su campaña, buscar simpatizadores y colaboradores para la causa cubana.
Hace ya bastantes años dejó de existir la excelente patricia matancera, la que tuvo en sus trémulas manos, antes de llegar a su amada Patria, la bandera de la estrella solitaria y la que después, cerrados para siempre por el sueño de la eternidad sus ojos profundos y rasgados, no pudo contemplar el desenvolvimiento de la sagrada enseña. |