Ana María Sotolongo nació en la Habana en 1845, de familia noble y rica, de abolengo muy cubano, ya que su ilustre apellido figura como uno de los primeros que vinieron a Cuba poco después de los conquistadores.
Casó muy joven, con Antonio Fernández de Lara, también de esclarecida estirpe.
Amó a Cuba y luchó por ella con denuedo inigualado; pero nunca superado por nadie; su valor la hizo heroína en la tragedia cubana.
Presa y encarcelada en la “Casa de las Recogidas”, sufrió su desventura con resignación.
Desde su cautiverio alentaba a los patriotas, recordándoles los famosos versos de Perucho Figueredo: “que morir por la patria es vivir”.
Revisada su casa durante su estancia en la prisión, fue encontrada en ella por la policía al servicio de España, dinamita, municiones, fusiles, rifles, proclamas, material médico y todo un completo arsenal de guerra, que ella había sabido atesorar y que burlando la vigilancia enviaba en distintas ocasiones al campo de la insurrección.
Puesta en libertad en 1893, entregó su alma a Dios dos años después, con el sereno regocijo de los que piensan que han cumplido con el deber que impone el patriotismo. |