Rosalía García Osuna vino al mundo en la provincia de la Habana.
Casada muy joven con Antonio Lamas, fue madre ejemplar de cinco hijos que entregó gustosa a la causa de la independencia.
Dos de ellos no regresaron jamás al hogar paterno. Este golpe duro, lejos de aminorar la llama de la redención que ardía en “Chalía”, sirvió para acrecentarla cada día más.
Dedicada desde su juventud a la noble tarea del magisterio, sembraba el saber en los cerebros infantiles y al mismo tiempo depositaba la simiente del honor y el patriotismo en los corazones juveniles.
A esos empeños consagró todas sus energías. Los atropellos de que fue víctima fueron innumerables; grandes sus sufrimientos por la causa de la Patria. Pero grande era también el deber de los patriotas y lo cumplió sin vacilar como madre, como educadora y como cubana.
Contaba 64 años en 1897, cuando los esbirros del gobierno español hollaron su hogar en Guanabacoa, la Villa de Pepe Antonio, lugar de su residencia.
Cuéntase que postrada, casi inválida por dolencia tenaz, mantuvo a raya a los insolentes, imponiéndoles su superioridad moral.
La condujeron a la Jefatura de la Policía de la Habana y después fue encerrada en la “Real Casa de Recogidas”, antro inmundo, con lo que se pretendía humillar a las conspiradoras en nuestra última lucha de independencia.
Pasado algún tiempo fue deportada a Key West, donde continuó laborando por la libertad de Cuba.
Logró ver a edad bastante avanzada el desenvolvimiento feliz de la naciente República y entregó su alma al Creador, rodeada del afecto de los suyos y recibiendo al dejar de existir, los honores dedicados a los veteranos de nuestra independencia.
Sus restos mortales, cubiertos por la bandera cuya independencia soñara tantas veces, reposan en tierra cubana, para orgullo nuestro y para estímulo de las nuevas generaciones, mantenedoras de nuestros principios de libertad. |