Clemencia Arango y Solar, nació en la provincia de la Habana en el año de 1880.
Era una adolescente de 15 primaveras cuando estalló la gesta emancipadora de 1895.
Su hermano, el Coronel Raúl Arango, fue en aquel entonces una de las figuras más prestigiosas del campo de la Revolución.
Clemencia, a pesar de sus cortos años, no vaciló un momento, se fue a la manigua redentora en compañía del hermano de su adoración.
Amaba con pasión la causa a la cual se había entregado y con verdadera pasión y valor desempeñó las más difíciles comisiones.
El Delegado en el Extranjero de la República en Armas, el insigne bayamés don Tomás Estrada Palma, que fuera años más tarde nuestro Primer Presidente en la era republicana, en cierta ocasión, al hablar de Clemencia Arango dijo:
“Que era su mejor confidente, la más valiente y segura, y que le había otorgado todas las facultades y toda la libertad para actuar y proceder”.
La guerra encontró en ella el auxiliar más efectivo y los revolucionarios de la provincia de la Habana, una compañera y una hermana que sin desmayos y con energía prestó los mejores servicios.
Para Clemencia Arango no había otra cosa sino la guerra: era su pasión desbordante y la estrella de nuestra bandera, la única que la guiaba en todas sus acciones.
Nunca tuvo miedo. Entraba y salía en las ciudades e iba a los campamentos conduciendo los auxilios más eficaces, balas, medicinas, ropas y noticias referentes a los movimientos de las tropas españolas.
A la edad en que otras jóvenes sueñan con fiestas, bailes, adornos y amoríos, Clemencia Arango sólo soñaba con la libertad de Cuba.
Expuso su vida en múltiples ocasiones, consumió sus mejores años en los trabajos de la revolución, sin importarle nada que el sol, el aire, las lluvias, las penalidades, el hambre, la miseria, ni las largas noches en vela cuidando enfermos, marchitaran su belleza magnífica de cubana joven y agraciada.
Terminada la contienda, en la era republicana, Clemencia Arango, sirvió a su país desde otros ángulos; pero siempre en posiciones modestas, sin pensar para nada, que la independencia conquistada a fuerza de lágrimas y sangre, ella y su familia, tanto habían contribuido a alcanzar. |