Mariana Grajales, la matrona ejemplar madre de los Maceo, nació en la provincia Oriental.
Mujer de extraordinario temperamento, puede decirse que trasmitió a sus numerosos hijos, por herencia directa el valor, la entereza, la serenidad, el arrojo, la acometividad y cuantas hermosas cualidades adornaron a aquella “estirpe de colosos y titanes”, como les llamara en magníficos versos el inolvidable poeta Bonifacio Byrne.
Casada en segundas nupcias con Marcos Maceo, también patriota esclarecido como ella, dio a la Patria hijos del temple de Antonio, Baldomero, Rafael, José Miguel, Julio, Dominga, Tomás y Marcos.
En el 1868 despierta a plenitud la conciencia de los cubanos, iniciada en Yara la primera de nuestras gestas emancipadoras, Mariana Grajales congregó a sus hijos, que eran “sus mayores tesoros” y los invitó a que postrados ante ella, juraran que darían por la Patria la sangre y la existencia.
Cumplido fue a plenitud ese juramento. La Historia de nuestro país, conoce el esplendor, la bizarría y la gloria de aquellos leones orientales. La madre ejemplar, la patricia esclarecida que fue Mariana Grajales, no se contentó con esto, corrió a las filas rebeldes para participar de los duros sufrimientos del campo de batalla, de las largas y angustiosas jornadas de la guerra para curar en los hospitales de sangre, para arengar a los convalecientes e incitarlos una vez restablecidos al combate, para darle a los hijos de Cuba de aquel momento y a las generaciones del porvenir después cívicas lecciones de coraje constructivo.
Terminada la paz del Zanjón, alentó la rebeldía indomable de su hijo Antonio en los históricos Mangos de Baraguá, y comprendiendo que por el momento no podía hacerse nada, emigró a Jamaica, en donde le sorprendió la muerte, luchando en el destierro hasta el último momento por la libertad de Cuba.
Aquella mujer de acero no se doblegó jamás, pesares incurables puso en su corazón la muerte del esposo amante en los campos insurrectos de Cuba, la muerte y las grandes heridas de algunos de sus hijos, las miserias, las persecuciones, sus enfermedades físicas y otras mil calamidades que soportó, sin dejar de batallar un momento por romper las férreas cadenas que ataban la isla hermosa que la viera nacer. Y quien ante la tumba recién abierta de uno de sus hijos, con dos de ellos heridos graves y otro ensangrentado y moribundo, supo decirle al más pequeño:
-“Empínate que ya es tiempo de que pelees por tu Patria”, merece un monumento de eterna gratitud en el corazón de todos los cubanos. |