Guije.com Prólogo de «Historia de Trinidad» en Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba


Prólogo de la Historia de Trinidad, Las Villas, Cuba


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Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
Apéndice 6
Apéndice 7
Apéndice 8



El Municipio de Trinidad
“Historia de Trinidad”
“Prólogo”
Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba

“Aquí tienes, lector, este libro. No es según modestísima declaración (1) de su autor el que éste pensaba escribir, ni mucho menos, el que Trinidad se merece. Pero todos tenemos que declarar que es una obra detallada, minuciosa, extraída de fuentes seguras; copiosa en buena información y escrita con tal emoción patriótica que, cualesquiera que fueren los defectos que tuviere, habrían de disimularse en gracia a la unción que en ella se puso. La obra es de fuertes alientos y de dura preparación, y, con el iniciarla y llevarla adelante, ya el autor tiene para su mérito perdurable. De él podríamos decir: in magnis voluisse sat est.


“Fruto de una devoción profunda por su solar nativo, pero fruto muy recortado en aras de la economía, es este libro, al que el autor ha consagrado algo más de la mitad de su existencia, metido en nuestros archivos locales municipales, parroquiales y en algunos particulares en busca de los datos convenientes, renunciando a altas posiciones burocráticas por no separarse de esta labor al par dulce e ingrata, encorvado sobre la mesa de trabajo en largos años que alteraron su salud hasta ponerla, como está hoy, en precario; aguantando la indiferencia del ambiente tan ajeno al hechizo de las altas ideas y tan pagado de los bienes materiales de cualquier modo habidos que, en esto, no caben distinciones.


“Contra viento y marea, Francisco Marín Villafuerte ha bogado tras la ilusión de concluir esta historia de nuestro pueblo, entre cuyas páginas lucen espléndidas alboradas y densas noches que aun tienden sus alas lóbregas sobre nosotros sin que podamos alcanzar el día venturoso de nuestra definitiva liberación...


“Dicen algunos que la historia de nuestros pueblos no puede ser otra cosa que un monótono cronicón de cotidianos episodios vulgares. ¡Que poco conocen la naturaleza humana los que así piensan! La humanidad es la misma, lo mismo en sus enormes masas de naciones e imperios que en las diminutas tribus y ciudades. Los fenómenos derivados de su asociación son los mismos, y sólo se diferencian en la intensidad de sus repercusiones y proyecciones. En lo pequeño del átomo está trasfundido lo gigantesco de la mole. En la frágil estructura humana está el secreto de los grandes cataclismos sociales. La pasión de uno se hace incendio de enormes proporciones, y la semilla tiene el secreto de formas y colores futuros.


“Ya verás, lector, cuando penetres en las páginas de esta historia, como el enjambre trinitario, con su unidad de alma forjada por comunes anhelos y necesidades físicas y morales, se agita y revuelve, al parecer sin rumbo, hacia su mejoramiento y grandeza. En esa lucha por el progreso, hay una meta huidiza que tanto más se aleja cuanto más nos precipitamos a ella... Y en su consecución no vale, estorbos, ni tropiezos, ni obstáculos... Como el castor edifica su dique entre la furia de las aguas, así el hombre fabrica su bienestar entre las mayores penas y adversidades; y los trinitarios, adoctrinados por una naturaleza dura y áspera, y batidos por graves sucesos, cobraron mayores alientos en esa misma lucha y crearon esta ciudad cuya grandeza no cede un ápice a ninguna de sus hermanas.


“Arenas se echan los cimientos de la población, con sus rústicas y endebles viviendas, la espantosa tormenta de 1527 que empavónese aun el espíritu en el relato del cronista por el furor de sus tronabas, echó al suelo lo poco edificado que había a la sazón; la llegada del conquistador Hernán Cortés con sus fuerzas invasoras de México, diezma la población naciente y arrasa con los bastimentos, "de grado o por fuerza," que la población tenía pare su sustento. Cuando la agricultura y el comercio cobran auge y ofrecen relativa holgura a sus moradores, piratas y corsarios merodean por nuestros mares, y alguno, osado, llega hasta el pueblo e incendia y asuela cuanto halla a su paso; cuando la leyenda de Eldorado espolea a aquellos bravos gerifaltes de la conquista y contra expresas prohibiciones vuelan a Tierra Firme a saciar su hambre de riquezas fabulosas, dejan despoblada la villa que apenas cuenta con quince o veinte vecinos; y así continúa languideciendo hasta que alboree el siglo decimoséptimo; y deshecho el espejismo de los mares de oro y plata, y sometidas esas explotaciones a severas restricciones por la participación que en ella tenían los Reyes de España y algunos altos funcionarios especuladores de todos los tiempos a la vera del Poder Público la necesidad empuja a vida más constructiva, y la gente entonces se afirma en sus solares y haciendas recientemente mercedados y va poniendo, de esta guisa, bajo las magníficas ordenanzas municipales de 1574 hechas por el Oidor de la Audiencia de Santo Domingo, Alonso de Cáceres, estas rúas y avenidas nuestras, anchas y despejadas, que son ahora el encanto y la admiración de propios y extraños y que ofrecerán holgado espacio a las mayores necesidades del tránsito urbano futuro.


“Parece que los trinitarios de antaño eran obedientes de las disposiciones municipales, y por ello nos dejaron la armazón de una gallarda ciudad colmada por la Naturaleza de dones primorosos, hecha con cierta simetría y sabia disposición en punto a calles; enriquecido todo, muchos años después, con estas casas espaciosas y sólidas que se salen del molde de lo corriente, no digo yo en Cuba, sino también en muchos lugares de Europa y América. Aquí tenemos aún en pie esos magníficos testimonios de nuestro esplendor y buen gusto en estas casas que invitan a aposentarse en ellas y que tienen vivas reminiscencias de aquellas otras moriscas de Granada, Córdoba y Sevilla.


“Sin embargo, los trinitarios de hogaño, influidos por el mal gusto y por una inconsulta novelería imperante en nuestro país, se apartan de aquella ejemplar arquitectura, y, desde hace años, pugnan por destruir y alterar todo eso que debe ser inalterable; y con la tolerancia de funcionarios irresponsables, van trocando nuestras lindas ventanas por balconcillos de buhardillas y achican los hermosos portalones para multiplicar las viviendas. Arrebatados, algunos, por una sórdida granjería, han destruido, día tras día, edificios como el Palacio de Béquer, intacto aún en 1906, con sus artísticos decorados, con sus grandes piezas de mármol de Carrara, con sus barandales interiores de ébano y caoba donde el bronce se entretejía, como una sierpe, en forma de copero, para refrigerio del visitante; con sus aposentos no tapizados de doblones porque la Sacra Majestad, según la leyenda, no lo consintió, pero sí, con unos lindísimos mosaicos que a nosotros, de niños, nos embelesaban y que, ya mayores, admiramos en las casas de Pompeya. Se ha maltratado el Palacio de Cantero, imponente construcción, en cualquier sitio, sin que las autoridades municipales hayan hecho gestiones para adquirirlo por un parvedad y convertirlo en museo de nuestras cosas y en salón de biblioteca donde el pueblo -siquiera sea una sola persona o lector quien la aproveche, porque las bibliotecas son como las iglesias que viven con la presencia de un solo creyente- se libere de la ignorancia, enseñándole a poner su espíritu en cosas más edificantes que las mesas de juego, los centros de licores y las ruletas que devoran tranquilidad, bienestar y salud.


“Huracanes, plagas de alimañas, sequías arruinadoras, epidemias terríficas, discordias intestinas hasta dar en tragedias sangrientas, ataques de enemigos interiores y exteriores, todo lo que forma la trama o vestidura exterior de la historia humana se ha dado en Trinidad, hasta los casos de hechicerías y exorcismos que figuran en las páginas de los heterodoxos españoles. En medio de éstas y otras calamidades, no se apagó en los trinitarios el ideal de una vida social donde el progreso sentara sus reales; y por ella se enderezó pese a las murallas de la ignorancia, del fanatismo y despotismo de la monarquía que no podía conceder a los indianos lo que negaba a los castellanos desde los mismos tiempos de Carlos V y de sus sucesores: una vida política ennoblecedora. La historia de un pueblo comienza -y valga la perogrullada- desde el momento en que la población se fija en un lugar y se entrega a la lucha por su existencia. De manera que, la historia de nuestro pueblo, deriva de su fundación en 1514. Esa historia, en los principios familiar, como pudiéramos decir, contiene el embrión de su particular fisonomía y los factores de su desarrollo y aguarda el momento de las grandes transformaciones que había de experimentar. (2)


“Hasta la toma de la Habana por los ingleses, en 1762, Cuba estuvo sometida a la peor de las tiranías: aquella que se opone al natural desarrollo de sus riquezas. Las trabas puestas a su comercio exterior e interior dejaban ociosos los brazos y la miseria que echaban sobre el país ahuyentaba la inmigración que venía de España, y esta corriente de gente intrépida y valerosa torció hacia Tierra Firme en busca de los ricos yacimientos de oro y plata cuya exageración había dado origen a la fabulosa leyenda de Eldorado.


“La toma de la Habana por los ingleses coincidió en España, por fortuna, con la presencia de un rey, como Carlos III, que se había amaestrado en la gobernación del Reino de Nápoles, de ambiente liberal, por no decir pagano. Cuando llegó a reinar en España, se rodeó de ministros de mente alta y de acción tan fecunda como Aranda, Floridablanca, Esquilache, alrededor de los cuales giraron otros magistrados que dejaron en sus libros e informes luminosas rutas de enseñanzas por las cuales se encaminó la monarquía hispana. Una providencia sabia salió de las manos de ese monarca: la Real Orden de 12 de octubre de 1778 sobre la libertad de comercio, completada, once años después, con la relativa a la introducción de africanos; y tanta fue la trascendencia de estas dos resoluciones que, a partir de esta época, dice un célebre autor, "a Cuba se le vio ascender rápidamente a la abundancia y riqueza".


“Las fincas de azúcar -continúa el mismo autor- se multiplicaron; se mejoraron sus fábricas y máquinas; se dotaron del número de brazos competentes; se aclimató un linaje de cañas de muchos rendimientos, y sus productos fueron tan exorbitantes, que no bastaron ya los buques nacionales para su exportación. A esto hay que agregar la rebelión de los negros de Haití en 1791 con motivo de la abolición de la esclavitud. Los antiguos esclavos se alzaron contra sus amos y arrasaron campos de caña y fábricas de azúcar, cometiéndose, además, muchos asesinatos. Esto dio origen al mayor precio de nuestro azúcar que, de cuatro reales la arroba, subió a veintiocho y treinta. En 1793 entra España en guerra contra Francia, y ante la imposibilidad de mantener el comercio marítimo con regularidad, se decretó la entrada de los barcos de las naciones amigas, y así llegaron a los puertos cubanos barcos americanos, ingleses y españoles con gran cantidad de artículos alimenticios, y con ellos se exporto en 1794 unas cien mil cajas de azúcar con un valor de cinco millones de pesos. Además, nos llegaron de Haití y Santo Domingo millares de fugitivos, gente inteligente y laboriosa que dieron gran impulso a nuestra agricultura.


“El desarrollo que la industria azucarera alcanzo en Cuba y en Trinidad fue increíble. En 1775 había en la isla unos 453 ingenios que producían 1,300,000 arrobas, En 1830: había 1,000 con una producción de 8 millones de arrobas. Trinidad gozaba de grandes privilegios naturales: tierras muy feraces y proximidad a un puerto marítimo. Estas ventajas le dieron un lugar prominente en el comercio exterior desde los primeros días del siglo pasado. En 1827, la exportación de azúcar de Cuba de sus puertos principales era así: Habana con 3,974,000 arrobas; Matanzas: 1,214,000; Trinidad: 414,000. Nuestra ciudad, en la misma fecha exportó, además, unos 9,600 bocoyes de mieles. Ya podrá el lector darse cuenca de lo que sería, para una población de unos seis mil habitantes como tenia Trinidad por esos años, esa exportación industrial sin contar con el consumo interior.


“Esa riqueza azucarera se unía a la de otros productos: café, tabaco, frutos menores, y daban alientos singulares a nuestra población para mayores empresas. La riqueza agrícola fuerte estaba vinculada a nuestros criollos y esto dio origen, aquí, como en Camagüey y en algunos otros lugares, a un patriciado rural que se rodeó de todas las peregrinas invenciones de los países más adelantados de Europa y América, con las cuales dotaron sus casas de aquel lujo y comodidad que, aun hoy, constituyen el asombro de los que las contemplamos. Esa generación de trinitarios de 1800 a 1830, nacida y criada en medio de grandes riquezas, traía del extranjero cuantas cosas apetecibles ofrecían aquellos mercados; y cuando en estos días pasamos la vista por los manifiestos de los paquebotes y bergantines que poblaban el hoy solitario puerto de Casilda, nos sorprendemos del considerable consumo de útiles industriales, artículos de lujo, libros, papel de escribir, tinta, vinos de todas clases, substancias alimenticias, quesos, ginebra, cervezas, traídos de Rotterdam, Hamburgo, Bremen, Southampton, Plymouth, Havre, Filadelfia,, New York, Génova y hasta Trieste. En ese género de negocios marítimos no faltan nombres conocidos que fueron tronco de distinguidas familias trinitarias: Béquer, Bastida, Lynn, Borrell, Boggiano, Carret, Malibrán, Tate, etc.


“Pero con esas cosas materiales también venían otras de subido valor espiritual que avivaban la inteligencia y propiciaban el conocimiento de los grandes sucesos que llenaban el mundo a la sazón. En esos bergantines y goletas nos llegaban los libros y diarios de Europa y América y nos imponían de los esfuerzos y victorias logrados por los neogranadinos, argentinos, chilenos, mejicanos contra España; nos contaban las escenas tumultuosos del 20 dé julio de 1910 en Santa Fe de Bogotá; la rebelión de los venezolanos y hasta las intrigas y atentados contra la vida y gobierno de Bolívar con comentarios, no pocas veces, hechos a gusto de los elementos reaccionarios.


“En medio de aquel sencillo ambiente de Trinidad, no faltó un pequeño núcleo de hombres estudiosos que empezaron a sentir las auras de libertad que soplaban del norte y sur de la Isla, y agitados por ellas, se dieron a maquinar en la constitución de la República cubana a usanza de aquellas que se constituían, bajo alientos románticos, en nuestras tierras americanas. Esos hombres eran asiduos lectores de Plutarco, Rousseau y Montesquieu; cultivaban las lenguas clásicas, especialmente, el latín; estaban familiarizados con el inglés y francés; recibían de España magníficos ejemplares de los autores clásicos, a cuyos pechos se amamantaron los escritores que descollaron luego entre 1840 y 1850; fomentaban las escuelas primarias; propulsaron en 1873, el establecimiento de una diputación de la Sociedad de Amigos del País que se apagó para resurgir en tiempos del progresista gobernador Domínguez de Guevara. En el seno de esa sociedad selecta trinitaria nació, larvada pero fuerte, la idea de la libertad de Cuba en 1819 con el inolvidable y gigantesco patriota don José Aniceto Iznaga, idea que debió de prender tan hondo en ciertos círculos de nuestra sociedad que llevó hasta el atrevimiento inaudito de colocar, a principios de 1822, en las paredes exteriores del mercado, es decir, en el lugar más concurrido de la ciudad, aquel famoso pasquín, escrito con fingida letra y ortografía por mano segura y experta, que decía: "Biba la Independencia por la razón o la fuerza. Señor Ayuntamiento de Trinidad" "yndependencia o muerte".


“Aquella llama de amor patriótico que devoró el alma generosa de José Aniceto Iznaga; que contagió a sus hermanos Abad y José Antonio, llevándolos al extranjero donde murieron, cundió como reguero de luz por nuestra sociedad más selecta y estalló más tarde en los bravos pechos del Dr. Hernández Cano, Cadalso, O'Bourke, Hernández Echerri, José Sánchez, Armenteros, Arcís y en otros muchos trinitarios que no dejaron conocer sus nombres de la posteridad, pero de los cuales podría decirse con Virgilio, que la Fama los esconde: Fama obscura recondit...


“La génesis de nuestra ansia de independencia en Trinidad sigue la misma trayectoria que en todo núcleo humano dotado de alta cultura intelectual y moral. El hombre avanza siempre pero guiado de la luz de su inteligencia. Cuanta más alta sea ésta, más procera y lejana estará la meta de sus pasos y de sus anhelos. Cuando en este vuelo de ansiedad infinita, de supremas beatitudes, la tierra en que se vive es una prisión, en vez de ser aliento y ventalle de esos mismos ideales, el alma entra en ebullición y en deliquio contra lo cual nada pueden las cadenas ni grilletes de los déspotas y tiranos. Revienta en una locura de libertad y no se sacia sino en las mismas fuentes buscadas.


“Cuando de manos de la cultura intelectual y de las riquezas materiales, ofrecidas por el cultivo de nuestros campos, llegamos a la cuarta década del siglo pasado, ya Trinidad tiene su ideal social y político definido; está casi en su plena madures, hay una eclosión de bienestar que inunda todos los rincones de nuestra sociedad desde el palacio del potentado hasta el conuco del mísero esclavo. Los graneros se llenan de opimos frutos; las dehesas sobreabundan de ganados, las arcas se llenan de peluconas; el puerto se alegra con el ajetreo de las naves de todas las nacionalidades; la ciudad rebosa de alegría, y nuestra sociedad se instala, por algunos años, en un verdadero Paraíso donde el señorío y la cultura tejen guirnaldas, cuyos ramajes ahora recoge aureolados por el tiempo, la pluma empapada en fervor local de nuestro ilustre historiador Marín Villafuerte para embeleso no sólo de los trinitarios, sino de los cubanos que piensen que la gloria y el esplendor del último rincón de esta tierra idolatrada es parte del tesoro espiritual de todos.


“En el año 1840 se acentúa la ruta ascendente de nuestro extraordinario desarrollo intelectual, material y moral. Esta ruta de esplendor llega hasta los mismos aledaños de la Revolución de 1868 en que caemos en un abismo del cual no hemos salido. Tiene su periodo culminante entre 1840 y 1860. Hay, entre esos años, momentos de angustia económicas -inicio de una serie de tragedias íntimas de la sociedad cubana- señalados por los precios del azúcar en los mercados mundiales. (No se pierda de vista este hecho constante, clave de nuestra vida político-social). En 1840 y pico, el precio del azúcar produce una euforia, como en otras celebres ocasiones, entre nuestros hacendados y colonos. En 1861 entramos en una crisis grave en todo el país y, especialmente, en Trinidad, donde, años después, ocurrió la espantosa quiebra de don Salvador Zulueta que, espíritus intonsos, atribuyen a picardía malvada del famoso comerciante. En 1862, Cuba exporta unos treinta millones de arrobas de azúcar; la mitad envía a los Estados Unidos; la otra mitad se reparte entre Inglaterra y diferentes países. Pues bien, esto no tarda en sufrir un serio quebranto, porque Inglaterra extendió el cultivo de la caña en sus colonias; se establecieron refinerías de la remolacha; surgió el bloqueo de las costas de los Estados Unidos como consecuencia de la guerra de secesión que allí se mantenía, y, como dice una publicación de la época, "nadie quiere nuestro azúcar sino a precios que no cubren la mitad de la refacción". Empieza Cuba, de veras, a subir la largísima calle de la Amargura con el saco de azúcar a cuestas, símbolo de su esplendor y miseria, según las alternativas de los mercados del mundo.


“Al resplandor de aquel singular bienestar y bajo el influjo de aquellos vientos de prosperidad quo acariciaban a nuestra sociedad entre los años de 1825 y 1860, se vigoriza en nuestro pueblo el sentimiento de emancipación de España y se manifiesta este estado de conciencia en aquellas temerarias conspiraciones de 1848 y 1851. No es mucho el afirmar, pues, que quizá, fue aquí, durante su larga estancia en Trinidad, donde Narciso López dio forma definitiva a su deseo de rebelarse contra el régimen opresor de España, sacudiéndose, así, de paso, de aquel torcedor posible de su conciencia que atormentaría su espíritu desde los días en que combatió, en su propia tierra, a los soldados de Miranda y de Bolívar. ¿En qué medio más cultivado y más adecuado pudo el inmortal mártir venezolano beber y fomentar sus ansias de libertad cubana que en el regazo ce una sociedad de tan altas luces intelectuales y morales, indispensables en todo gran proceso de libertad política, como era la nuestra de entonces?


“Vean mis lectores con que insistencia indico yo las fuentes del amor patrio en nuestros antepasados, colocándolas en el cultivo amplio y serio de la inteligencia y en el vigor moral que de esto derivaba. Cuando el historiador y sociólogo expurga en los años transcurrirlos desde 1868 hasta nuestros días, no necesita ser un zahorí para marcar una línea de profunda depresión material e intelectual en nuestra sociedad porque faltaban y faltan en ella aquellas fontanas en que saciaron su sed de cosas infinitas nuestros antepasados. Se perdió la devoción por la alta cultura; se perdieron los centros de enseñanza superior; las escuelas primarias, durante muchos años, lucían como tenues luciérnagas perdidas en la vastedad de un campo cubierto de espesas sombras; y de esta suerte, carecimos y carecemos de aquellos institutos que forman a la juventud en altos ideales, más poderosos, como decía Martí, que trincheras de piedra.


“La guerra de 1868 produjo la ruina completa de Trinidad. A ella se fue su juventud briosa. Los que no se marcharon al campo en armas sufrieron persecuciones, trabajos y despojos en forma de confiscación de bienes. Otros, entregados a la infame denuncia, tuvieron que poner, súbitamente, mar por medio para escapar a las garras del despotismo militar sentido entonces con una violencia desconocida en la guerra de 1895.


“En nuestra jurisdicción, la guerra fue devastadora sino sangrienta. La tea destruyó nuestra riqueza rural y redujo a cenizas magníficas haciendas, preciosas mansiones y modestos casas de campesinos. La vida intelectual se paralizó. Las escuelas funcionaron pobre y malamente. El ánimo no estaba para especulaciones filosóficas; y había necesidad de buscar el pan material, cosa, en verdad, no fácil.


“Cuando terminó esta tremenda lucha y los soldados cubanos se volvieron a sus hogares, todo era desolación y ruina. La niñez malgastaba el tiempo en ocios infecundos. La juventud no tenía donde aprender. Tal estado de abandono intelectual engendró nuestro pesimismo y nuestra cristiana resignación para sobrellevar tanta pobreza. Así nos sorprendió la República, y con ella apareció la plaga de la política de engaño y de bribonería que torció aquella áurea ruta por donde se empinó en los albores de su advenimiento. ¿Qué han hecho los gobiernos republicanos y democráticos por la cultura popular de Trinidad? Nada. Cuando después de 1933, se crearon, a porrillo, Institutos de Segunda Enseñanza, Trinidad, más necesitada que pueblo alguno por su mismo aislamiento, fue totalmente olvidada. ¿Es nuestra tierra una nueva Beocia?


“En medio de esta crisis de positiva cultura intelectual que, desde largo tiempo, padece Trinidad, aparece esta "Historia" de este gran trinitario: don Francisco Marín Villafuerte, como un índice de luminosas vías del pasado con proyecciones de futuro. Estas reflexiones que estoy haciendo son hijas de la lectura minuciosa, detallada que he tenido que hacer por encargo de su autor en la magna obra de revisión que me confió por lo precario de su salud; derivan ellas de la inmensa relación de hechos que incorpora el autor a su libro, de manera tal, que él va, en su larga marcha, presentando las obras del pasado, y yo, desde lo alto de mi observatorio, voy desentrañando la razón y el rumbo de aquellos mismos acontecimientos para advertir, en los adversos, donde está la panacea. Es lo que modestísimamente, podríamos llamar la filosofía de nuestros hechos históricos; la génesis y trayectoria racional de los mismos.


“Este relato de Marín Villafuerte debe enorgullecernos a todos los trinitarios. Es la revelación, para una inmensa mayoría de nuestros conterráneos, de una sociedad fuerte, opulenta, brillante: en quien el bienestar material, intelectual y moral no apagó un ápice esas dos grandes fuerzas de todos los pueblos: la Religión y la Patria.


“La religión fue el rebujo espiritual de nuestra sociedad en el apogeo de su grandeza y el consuelo, en las horas largas, de su desventura. Si suprimimos la religión católica de nuestros anales, la historia de Trinidad y de los pueblos de Cuba se reduce a poca cosa. Entre las magníficas mansiones de aquellos tiempos asoman sus campanarios nuestras iglesias centenarias, y, por sobre todas, por lo sobrio y elegante, su frontis clásico, la "Santísima Trinidad" que es, entre nosotros, justamente, una "fábrica insigne, una grandeza". Este apego profundo a los misterios de ultratumba no arguye inferioridad mental, ni atraso alguno. Es un sentimiento universal y más se nota, cuanto más avanzadas en filosofía y cultura son las naciones. Con razón que dijera el gran arqueólogo de antigüedades clásicas, Salomón Reinach, no sospechoso de ortodoxia, que la "religión es como la cantera de donde salen sucesivamente, y se van especificando, el arte, la agricultura, el derecho, la moral, la política y hasta el racionalismo".


“Marín Villafuerte, hombre de vasta ilustración histórica y fervoroso católico, no podía desconocer esta formidable fuerza espiritual y sus efectos en nuestra sociedad pasada y presente; y no pequeña parte de su obra la consagra al historial de los templos, historial que corre parejas con nuestro adelantamiento económico. Sus capítulos son eruditos y amenos. Tienen la emoción que les comunica su alma de ardiente hijo de la Iglesia católica.


“Como en la parte eclesiástica, es igualmente exacto y entretenido en el resto del libro. La lectura del mismo se nos figura como un paseo a través de un vasto campo, donde su pluma cuidadosa, va señalando a los trinitarios de hoy, y a los que no lo son, toda la ruta de nuestro desarrollo en el largo espacio de cuatrocientos treinta años de existencia histórica. Nuestra sociedad no agradecerá bastante esta labor realizada por Marín Villafuerte durante unos treinta años, a costa de su bienestar económico y de su salud.


“En este libro, hay partes conocidas, pero, hay otras muchas, nuevas. El autor nos habla de esta variedad de materiales en la carta con que nos mandó el manuscrito para su revisión y publicación, fragmentos de la cual hemos puesto en una nota al comenzar este prólogo. Algunas de estas noticias las publicó en folletos, diarios y revistas de la Habana. Otras, en la prensa local. Y es ahora, se nos antoja, la ocasión de recordar a otros trinitarios y forasteros que han espigado en nuestra historia y nuestras leyendas vernáculas, figurando entre ellos: el Dr. Emilio Sánchez y Sánchez, médico ilustre, escritor de pluma fácil, profundamente enamorado de las cosas de su terruño que él amó tan intensamente; su pariente, Luis Sánchez y Martínez, incansable rebuscador de nuestras cosas viejas y cuya memoria es un rico archivo de historia local; el Lcdo. José A. Font Herr, amenísimo escritor de temas locales; don Antonio Torrado, autor de sabrosas tradiciones sobre objetos profanos y religiosos; el Dr. F. Iznaga Alejo, Luis Santana, autor de un interesante epítome, rico en datos, de Historia de Cuba y al joven Manuel Béquer y Medina. Entre los forasteros sobresalen; José Antonio Ramos, espíritu inquieto, que se empapó bien de nuestro ambiente local, pasado y presente, y, en torno a la figura clásica del audaz "Caniquí" penetra en el ámbito de nuestra alma regional y pinta, con su prosa nerviosa, el alma de nuestra sociedad puesta entre la noche de la esclavitud y los misterios de nuestra religión. Emilio Roig de Leuchsenring que, en diversas publicaciones habaneras ha ensalzado las bellezas y grandezas de nuestra región, dando alientos a un movimiento de renacimiento histórico trinitario; Enrique Serpa que, en páginas pulidas, "Días de Trinidad", exhibe los encantos de esta tierra llena de embrujamientos; y, finalmente Gerardo Castellanos, cíclope de nuestras investigaciones revolucionarias e históricas, que se exhibe en sus Panorama de biografía y efemérides cubanas como infatigable investigador de nuestra historia nacional. En su vagabundeo por tierras patrias, posose en Trinidad, y cosecha de sus pesquisas ha sido el libro de "Trinidad, la secular y revolucionaria", en que ofrece al lector, no versado en nuestras cosas, una vista de conjunto de nuestro desarrollo histórico. A fuer de trinitario, y con sólo este título, reitéroles ahora a estos ilustres amigos, el sentimiento de mi mayor gratitud, por esa labor tan desinteresada con que han contribuido a sacar a esta cenicienta y triste hija de Cuba del polvo centenario que la abruma y aniquila.


“Esperamos que la lectura de esta concienzuda historia de Trinidad despierte a muchos de sus hijos del letargo en que yacen sumergidos. Piensen y vean como detrás de cada uno de nosotros hay un largo camino lleno de preciosos hechos realizados con soberanos esfuerzos, por nuestros lejanos y próximos antepasados; que ellos lucharon con fe y vigor en medio de circunstancias adversas; que amaron a esta tierra y que la enriquecieron con sus esfuerzos, talentos y virtudes; que la colmaron de preciosos tesoros; que la vincularon a imborrables memorias. Piensen que la sociedad en que convivimos no es la aparición casual de un hecho, sino la lenta y penosa elaboración de cuatrocientos treinta años de perseverantes trabajos; que tenemos un deber y una seria responsabilidad de mejorarla y engrandecerla y que, en esta labor tesonera e infinita, los órganos públicos de la administración local comparten la mayor responsabilidad. Sólo la inconsciencia o falta de sentido histórico ha podido ofrecer el triste espectáculo de funcionarios municipales, tendidos, como suele decirse, a la bartola, sobre un campo repleto de admirables antecedentes de grandeza local, conspirando, a veces, a la destrucción de monumentos dignos, por todos los conceptos, de su cuidadosa conservación. Algunos de esos funcionarios no han servido, siquiera, para conservar los jardines de los parques tradicionales, ¿qué mucho que pudieran servir para mayores cosas? La Historia de Trinidad de nuestro eminente convecino Marín Villafuerte, a quien no necesito presentar a mi pueblo, ni a los hombres de letras cubanos, parece ser algo como homenaje de filial devoción a nuestros padres y abuelos y lumbrarada encendida en el camino de los tiempos presentes y futuros para la mayor gloria de Trinidad. Estoy seguro que nuestro pueblo no escatimará el inmarcesible lauro a que él tiene derecho; y atrévome a pensar que la edad futura guardará su nombre con la fresca gratitud que merece quien le deja un relato vívido y exacto de nuestro pasado.


“Y no poco me holgaré yo de tan generosa y justa acogida, pues el ánimo, entre regocijado y turbado, me carga con la no pequeña responsabilidad que he tomado en la publicación de este libro, venciendo la natural modestia de su autor a quien nada le parece completo ni digno cuando se trata de rendir homenaje a los méritos y virtudes de nuestro pueblo. Concluida aquí esta labor de prologuista que me impuso mi dilecto amigo v compañero, Marín Villafuerte, dejo la pluma y me confío a la indulgencia de quien se haya dignado entretener su atención en la lectura de estas cuartillas sin mérito alguno literario.


“Rafael Rodríguez Altunaga


“Trinidad, 30 de julio de 1944.”



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“(1) En carta en que nos acompañó los originales de esta obra, nos dice su autor lo siguiente:


“Quiero informarte, a modo de íntima confesión, que este libro no es el que Trinidad se merece, ni considero que tengo yo la preparación suficiente, digna de nuestro amado pueblo, para referirle los cosas de nuestro espléndido pesado. Lo ofrezco como un homenaje hecho con la plena sinceridad y amor con que unos cuantos trinitarios vemos todo lo que a nuestra ciudad se refiere.


“En la preparación de esta Historia hay algo publicado por mí, y algo que sale por primera vez de mí pluma. Quiero que sepas que, en 1926, el periódico "La Lucha", de la Habana, en lo cual adivinarás también la acción decisiva de nuestro ilustre conterráneo, el veterano periodista don José Hernández Guzmán, despachó a esta ciudad a un comisionado especial para recoger datos que aparecieron en el Magazine dedicado a la Provincia de Las Villas. Desinteresadamente proporcioné a ese comisionado cuantos datos me pidió. En dos ejemplares del periódico "La Prensa" publique no pocos do estos datos, y en Trinidad circularon con bastante difusión. Mi librillo "Apuntes históricos y tradiciones" de Trinidad señaló una pauta, marcó un rumbo y fue como el inicio de muchos trabajos que han visto luego la luz pública".


“(2) En 1600 la población de Trinidad era insignificante: 150 habitantes. Bien es verdad que las demás poblaciones no estaban mucho mejor pobladas; pues La Habana, en esa fecha, tenía 3,000 habitantes; Santiago de Cuba: 250; Baracoa: 30; Bayamo: 1,500; Puerto Príncipe: 30; Guanabacoa: 160.”




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Última Revisión: 1 de Mayo del 2005
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