“Es la hora de salida de las oficinas y talleres. Se detiene uno en ciertos lugares de La Habana, digamos por ejemplo en la esquina de Neptuno y Águila, o en la de Avenida de Menocal, antes Infanta, y San Rafael, y perderá su tiempo si pretende encontrar un medio cómodo para dirigirse a su hogar o a cualquier otro paraje. Cruzan las guaguas en fila inacabable y apenas se detienen para que se cuelgue de los estribos y hasta de las ventanillas el pasajero osado maestro en acrobacias; cruzan los tranvías en cuyo pasillo y plataformas se comprime doble número de pasajeros que el de los dichosos que disfrutan de un asiento y cruzan, repletas, las máquinas de alquiler. Sólo de tiempo en tiempo un automóvil particular que se arredra a circular por las calles donde guaguas y tranvías tienen sus rutas, muestra en su interior algún feliz viajero, libre de apreturas y molestias.

“Pero sólo hemos tomado esas esquinas y tales horas como ejemplos, que lo mismo ocurre en la Esquina de Tejas, en la de la Calzada del Cerro y Primelles, frente al Paradero de la Víbora, o en 12 y 23, en el Vedado.

“Y puede ser que hasta en horas de la noche caiga uno rendido de cansancio o sueño, no en espera de guaguas y tranvías; que muchos cruzaran, pero sí de uno en el cual el viaje no resulte un peligro y una molestia.

“Las dificultades del tránsito se explican por el rápido crecimiento del número de habitantes en los últimos veinticinco años. Se acude a los lugares a donde antes se acudiera el Palacio Municipal, el de la Presidencia, las oficinas del gobierno y las oficinas privadas, los grandes comercios y los bancos, todo situado en la que llamamos Habana Vieja, y las calles y aceras son las estrechas de antes, y los que las cruzan, ya a pie, ya en cualquier vehículo, son en número muchas veces más.

“Dejados a un lado los problemas mencionados, diremos que La Habana cuenta con múltiples medios de transporte, todos sumamente módicos. Por cinco o siete centavos se recorren en guagua hasta diez kilómetros. Los tranvías penetran en el término de Marianao, y las guaguas de las consideradas rutas locales llegan a Guanabacoa, Regla y Marianao. Pero hay rutas hasta los más distantes lugares del país, y varias empresas ferrocarrileras; y desde el puerto aéreo de Rancho Boyeros, al cual se llega por menos de una peseta, parten naves aéreas para toda la América, y directamente para España.

“Los primeros habaneros, cuando su ciudad era tan pequeña que sólo se extendía hasta cinco o seis cuadras de la Fuerza, no empleaban para ir de un lugar a otro de más vehículo que "el coche de San Francisco", frase originada por el voto de los franciscanos de ir a pie a todas partes. A las estancias irían a caballo. Esas estancias quedaban en lo que es hoy la Casa de Beneficencia, en Luyanó y, cuando más lejos, por Jesús del Monte o Puentes Grandes.

“Poco antes de 1800 las calesas, coches de dos ruedas, traídos de Inglaterra, eran los únicos vehículos conocidos de los habaneros. De la palabra calesa procede calesero, nombre del que la guiaba a loma de caballo.

“Los quitrines se hicieron comunes a partir de 1820, pero no los hubo de alquiler hasta 1836. Los coches empezaron a generalizarse en 1846. En 1840 sólo lo tenían el Capitán General y el Obispo.

“Los ómnibus o guaguas se establecieron de Regla a Guanabacoa en 1839; y un año después del Cerro a La Habana. En 1844 a Jesús del Monte; en 1850 al Príncipe, y del Cerro a Marianao en 1855. Es bueno advertir que estas guaguas eran tiradas por parejas de mulas o de caballos.

“En 1820 una volanta llevaba del Cerro a La Habana por dos pesos. Más tarde uno, y al establecerse los ómnibus el pasaje se rebajó hasta a 6 reales. Los ómnibus cobraban un real por persona.

“El pasaje en la bahía, cosa que ha perdurado en parte, se hacía en botes, a razón de medio real por persona. La primera empresa de vapores de La Habana a Regla se estableció en 1837.

“El ferrocarril del Cerro a Marianao comenzó en 1855. El pasaje costaba diez centavos.

“En 1857 se construyó el ferrocarril urbano. Eran unos carritos tirados, por caballos, sobre carriles.

“Para salir de la ciudad tenían los habaneros, a partir de 1837, el ferrocarril a Güines.

“Dentro de la ciudad las mercancías se transportaban en unas carretas bajas, tiradas por una yunta de bueyes. Más tarde en carretones, por mulos. El carretonero, en continuas querellas con su mula, era un tipo popular, motivo de chistes en la colonia pero, a partir de la primera intervención, sirvió a la bondadosa Miss. Ryder, fundadora de la Sociedad Protectora de Animales, para librar más de una batalla en favor de las maltratadas bestias.”

Lección 46: El comercio local en lo que va del siglo XX

Lección 48: Lo que ha crecido La Habana en medio siglo