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Leyenda del Aura Blanca por Gertrudis Gómez de Avellaneda

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Magazine de “La Lucha”
Leyenda del Aura Blanca
por Gertrudis Gómez de Avellaneda
El Municipio de Matanzas
Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba

Esta es la sección que trata con la “Leyenda del Aura Blanca” por Gertrudis Gómez de Avellaneda en el ejemplar que tenemos del “Magazine de La Lucha” editado en Cuba. No indica fecha de edición, sin embargo, las últimas fechas en las cronologías y otros datos son de 1923. Muchas de las fotos en nuestro ejemplar se encuentran en estado bastante deteriorado y es imposible poderlas reproducir.


La célebre aura blanca camagüeyana en el Museo del Instituto de Matanzas.
“La célebre aura blanca camagüeyana, que se encuentra actualmente en el
Museo del Instituto, a la que la "fantasía popular", hace aparecer
como enviada por el "Poder Divino", para socorrer las necesidades
de los pupilos del asilo fundado por el Padre Valencia.”

“Leyenda del Aura Blanca”
por Gertrudis Gómez de Avellaneda

“La imaginación popular, propicia en aquella época, para forjar sucesos sobrenaturales, propaló que el alma de un virtuoso había encarnado en el cuerpo de un buitre tropical.


“En el suelo -para mi querido- que riega el umbroso Tínima con sus cristales sonoros; en aquellas fértiles llanuras de la Antilla reina, y en la que se asienta la noble ciudad de Puerto Príncipe que plugo al cielo destinarme por patria, vivía en los ya remotos tiempos de mi infancia un venerable religioso de la orden de San Francisco, a quien el vulgo llamaba comúnmente Padre Valencia, por la circunstancia de saberse había nacido a las orillas del Turia.


“Gozaba aquel varón de general cariño en el país, y nada, a la verdad, era más justo; pues en los muchos años que había pasado en él, no hubo sin duda un día siquiera en que no derramase a manos llenas, servicios y bendiciones entre sus moradores.


“Si se alteraban en alguna familia la paz y concordia doméstica, allí aparecía como llevado por la mano de Dios, el respetado padre Valencia, y los sabios consejos, las paternales exhortaciones, las afectuosas súplicas pronunciadas por aquella voz llena de dulzura, restablecían sin tardanza la tranquilidad y la armonía.


“Si opuestos intereses o encontradas opiniones suscitaban enemistades sangrientas entre algunos vecinos, amagando rencores y venganzas el pacífico padre Valencia se presentaba al punto como mediador en la contienda, y la poderosa influencia de aquel espíritu evangélico, conciliador y amoroso, dominaba como por encanto las iracundas pasiones, y hacía encontrar medios de transacción y avenencia.


“Si escandalosos desórdenes de algún pecador público sublevaban las conciencias timoratas, poniendo acaso en peligro la conservación de las buenas costumbres, el padre Valencia hallaba pronto delicados e ingeniosos medios de ponerse en amistosa comunicación con el causante del daño, y jamás pasaba mucho tiempo sin que al contacto de aquella vida purísima, se viese trocado el libertinaje en ejercicios de austera penitencia.


“Si ocurría en nobles o plebeyos, en ricos o pobres, alguna pérdida irremediable, algún infortunio acerbo, nunca dilataba el ir el padre Valencia a mezclar sus lágrimas con las que derramaban los pacientes, y el bálsamo de sus palabras consoladoras cicatrizaba eficazmente las heridas más crueles del corazón.


“En una palabra, aquel pobre y humilde fraile había llegado a ser la visible Providencia de todo el pueblo, donde ningún conflicto, público o privado, dejaba de buscar y de encontrar remedio, o alivio. Por lo menos, en la inmensa ternura de su alma y en las inexhaustas fuentes de su caridad cristiana.


“Existía, empero, una plaga terrible, cuyo tristísimo espectáculo se presentaba a cada paso a su vista, sin que alcanzase el santo varón medio de remediarla.


“Los leprosos vagaban por las calles cuyo ambiente corrompían con la pestilencia de sus llagas pidiendo por amor de Dios una limosna, que ni aun las personas más piadosas podían darles sin apartar los ojos de su repugnante aspecto. Aquellos infelices seres, peligrosos para la salud pública, se multiplicaban de día en día; a pesar de perecer un gran número, hacinados en inmundos e ignorados tugurios, a los que la ciencia médica no llegaba nunca para proporcionarles algún alivio, y ni aun la misma religión acudía siempre para ofrecerles en sus últimos momentos, auxilios espirituales.


“Sólo el padre Valencia descubría y frecuentaba tales receptáculos de miseria, tales focos de infección, haciendo sus delicias de la difícil asistencia de enfermos tan asquerosos; pero bien comprendía que no bastaba toda su abnegación personal para asegurarles los recursos y consuelos de que tanto necesitaban. Afligíale no poco esta desalentadora idea, hasta que amaneció un día en el cual, iluminado de súbito por divina inspiración, se echó a los hombros una jaba de pordiosero y comenzó a recorrer la ciudad pidiendo de puerta en puerta una pequeña moneda para la fundación de un grande hospital de lazarinos.


“Cualquiera podría reírse de empresa tan descabellada en apariencia: ¿cómo imaginar posible la reunión de fondos suficientes para construir, establecer y conservar un asilo de tal importancia, con el solo recurso de la cuestación pública, en una ciudad donde son poco numerosos los pingües caudales?


“La esperanza era verdaderamente absurda, según las probabilidades del juicio humano; pero para la fe del padre Valencia se presentó realizable, y se realizó en efecto.


“Algunos años le bastaron para levantar desde el cimiento vasto y hermoso edificio, que hace y hará eternamente bendecir su memoria a la ciudad del antiguo Camagüey, y en el cual fueron acogidos, con general aplauso, centenares de enfermos de ambos sexos, que hallaron en aquel aislado y saludable albergue, bajo la inmediata dirección del digno fundador, todas las comodidades y aun todos los goces compatibles con su situación.


“Las bendiciones del Cielo, que acompañaban constantemente al admirable franciscano, hicieron prosperar cada día más mientras el estuvo a su frente aquel hospital modelo del que se enorgullecía Puerto Príncipe; pero llegó al cabo el inevitable momento de ser llamado el padre de los míseros leprosos a las regiones felices, donde le aguardaba el premio de sus heroicas virtudes, y no pasó mucho tiempo sin que se sintiese dolorosamente su falta; a pesar del empeño con que todos los buenos y generosos vecinos del país procuraron impedir la decadencia de aquella institución, necesaria, más que en ninguna parte en un suelo donde la elegancia y sus semejantes han tenido épocas de propagación espantosa.


“Pero cuando verdaderamente empezaron las graves dificultades, fue al llegar un año en el que por concurso fatal de circunstancias que no es del caso detallar hubo grandísima escasez y carestía en toda la provincia central de la Isla de Cuba. Viéronse entonces bandadas famélicas de mendigos pulular por las calles, poniendo a contribución indispensable a las clases acomodadas, que afectadas también por la crisis que atravesaba el país, apenas podían con los incesantes recursos de la limosna aplacar el hambre de la indigente muchedumbre, y como puede adivinarse, el asilo de los leprosos se resintió profundamente del estado general de penuria.


“Habituados a la abundancia y al regalo que había sabido proporcionarles el próvido fundador, sobrellevaban mal los acogidos tantas privaciones como entonces fue preciso imponerles, y que iban aumentándose de día en día hasta el punto de hacerles temer, y verse en la triste necesidad de abandonar el techo hospitalario, bajo el cual habían esperado terminar descansadamente su desgraciada existencia. En tan terrible conflicto, acudieron llorosos al modesto sepulcro que guardaba al inolvidable bienhechor, invocando fervorosamente a su bienaventurado espíritu para que los socorriese desde el cielo, donde no dudaban habitase.


“Crecían, sin embargo, los apuros; la administración del hospital había agotado todos los recursos de su celo y de su inteligencia, y no sabía ya de que medios valer se para que no faltase totalmente el sustento a los numerosos enfermos; cuyas quejas y lamentaciones acrecentaban la amargura de sus ánimos, en medio de tan insuperables dificultades.


“Hubo una mañana en que, cerca de las doce, aun no habían podido desayunarse los pobres lazarinos, quienes, echados tristemente sobre la yerba que crecía en el ya arrasado huerto del establecimiento, recordaban con lágrimas aquellos tiempos pasados en que tropas canoras de los vistosos pájaros tropicales venían cada mañana a sus plantas, para coger las abundantes sobras del pan de su desayuno.


“¡Ay! decían: ahora no acuden sino carnívoras auras, como esperando nuestros cadáveres para saciarse con ellos.


“Y en efecto, velase recorriendo el huerto, con lentos y como cautelosos pasos, multitud de aquellas aves pestíferas, de fúnebre color, que recuerdo me causaban, cuando era niño, pavura supersticiosa.


“El aura o gran buitre cubano, es indudablemente, querido lectores, como acaso, lo sabréis, una de las raras excepciones que se conoce entre las variadas familias de hermosas aves indígenas. Su cabeza, de un rojo amoratado presenta excrecencias costrosas, por las cuales ha merecido se le designe con la calificación de tiñosa; su corvo pico y sus afiladas garras, teñidas de color sanguinolento, exhalan, como todo su cuerpo, la fetidez de las carnes corrompidas, que son su habitual pasto; y sus alas, de un negro verdoso y deslustrado, forman, al batir el aire cierto rumor siniestro, que parece marcar un compás fúnebre.


“Sucedió empero, que el día a que nos referimos y mientras los acogidos al hospital contemplaban con disgusto aquel fúnebre cortejo que los acompañaba en su soledad, como para hacérsela más triste, apareció de repente, entre la oscura bandada, un ave desconocida, del mismo tamaño y de la misma forma que las auras, pero contrastando con ellas de una manera asombrosa. Blanca, cual el cisne, ostentaba en su cabeza, como en sus pies y su pico, el color esmaltado de la rosa, teniendo, además, en vez de los huraños ojos de la familia a que parecía pertenecer por su figura, los dulces y melancólicos de la paloma torcaz.


“Sorprendidos los leprosos a la vista de tan nueva y súbita aparición, se acercaron a ella llenos de curiosidad, y ¡cosa rara! la tropa de auras levantó al punto el vuelo, como espantada; pero el "aura blanca", lejos de huir se dejó, coger mansamente, y aún pareció querer acariciar con suave aleteo las llagadas manos que la aprisionaban.


“Al día siguiente corrió por Puerto Príncipe conmovedor relato. Decíase que el alma del padre Valencia, tantas veces invocada en medio de crecientes angustias por sus pobres hijos los lazarinos, había bajado a ellos en forma de un ave extraordinaria, a la que todos convenían en llamar "aura blanca".


“La novedad del suceso despertó de tal manera el interés, que hubo necesidad de hacerse una exhibición pública del ave, poniendo precio a la entrada; y fue tan grande la afluencia de gente, que en pocos días se recaudó considerable suma, suficiente a subvenir a las urgentes necesidades del hospital de San Lázaro.


“Pero no quedó en esto. El "aura blanca" paseaba en una jaula dorada por muchos de los pueblos de la Isla, y excitando en todos curiosidad vivísima; los puso a contribución voluntaria a favor del establecimiento; proporcionándole salir al cabo felizmente, de todos sus apuros y entrar en nuevo período de prosperidad y holgura.


“De este modo -según la vulgar creencia- el caritativo fundador proveyó aun después de muerto, al sostenimiento de sus acogidos; quienes celebraron en la aparición del "aura blanca" visible milagro, comprobación de la santidad y eterna bienaventuranza de aquella alma bienhechora.


“¿Qué se hizo el ave milagrosa, terminada su misión? Nadie ha podido decírmelo con certeza, por más que he procurado indagarlo; pero si estas desaliñadas páginas son algún día leídas por mis amados compatriotas, ninguno de ellos negará su testimonio a la verdad del hecho que he querido consignar entre mis leyendas, como homenaje de respeto a la memoria del venerable religioso que tantas veces me bendijo en mis primeros años y como recuerdo indeleble del hermoso país en que se meció mi cuna.


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“De una nota puesta por el licenciado señor Alvaro Lavastida, el ejemplar que posee de las obras de la Avellaneda, tomamos los siguientes datos que dan cumplida contestación a la anterior pregunta de la genial escritora cubana.


“El señor don José Gómez, dueño de la tienda de ropas "La Norma", trajo de la ciudad de Puerto Príncipe el "aura blanca" regalándosela al sabio naturalista matancero don Francisco de Ximeno; pero en tan deplorable estado, que fue necesario esperar a que tuviera nuevo plumaje para disecarla lo que efectuó don Félix García Chávez, aumentando con dicho ejemplar el valor del notable museo de nuestro sabio naturalista.


“El mismo señor Ximeno manifestó esto al licenciado Lavastida, agregándole que era tanto más raro el ejemplar, cuanto que carecía de los caracteres del albino.


“El museo del señor Ximeno pasó a ser propiedad en su mayor parte del doctor José María Ángulo y Heredia, quien lo tuvo en depósito algún tiempo en el colegio "Los Normales", adquiriéndolo posteriormente el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas.


“Por esto se encuentra el aura Blanca en el Museo del Instituto.”


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Gertrudis Gómez de Avellaneda en Autores Cubanos

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El Aura Tiñosa (Cathartes aura) en las Aves de Cuba




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Última Revisión: 1 de Agosto del 2006
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