Guije.com Joaquín de Agüero en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
Joaquín de Agüero en «Próceres». Bandera de Cuba.

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Camagüey.

Joaquín de Agüero
en Próceres
por Néstor Carbonel

Joaquín de Agüero en «Próceres» por Néstor Carbonel.
Joaquín de Agüero
“Nació el 15 de noviembre de 1816.”
“Murió el 12 de agosto de 1851.”

“No comenzó la gloria y el martirio de la patria cubana, no comenzaron los cubanos a sangrar y a morir por la libertad, el 10 de octubre de 1868. Diez y siete años antes del levantamiento de Yara, había resonado en los montes del Camagüey, Trinidad y Pinar del Río, el mágico grito de ¡guerra al tirano! y habíanse estremecido sus llanuras bajo la correría fantástica de la montonera rebelde... ¿Quiénes sacaron a pelea, entonces, a los hijos de Cuba? En Camagüey, un caballero rico y culto y del más puro linaje: Joaquín de Agüero, de los primeros en la legión de nuestros mártires! Ahogaron en flor aquella revolución. Pero la huella sangrienta quedó en el camino recorrido. En la Sabana de Arroyo Méndez, abonada por la sangre del precursor resuelto, quedaron esparcidas las semillas que más tarde habían de fructificar. La senda del honor está adornada de cruces; pero siempre habrá quienes emulen a los que en ella perecieron! La muerte en el campo de batalla, en el cadalso o en el presidio, no intimida, si el que allí muere sabe hacer de su muerte bandera y pedestal. Un héroe que cae estimula más que acobarda a los que se sienten capaces de ser héroes. No pensaba Céspedes en ponerse al frente de un movimiento revolucionario; no había nacido Martí, y ya Joaquín de Agüero ofrendaba su existencia por la misma causa que la ofrendaron más tarde, el primero en San Lorenzo, el segundo en Dos Ríos...


“Fruto de un matrimonio honrado, vino a la vida en Camagüey. En la propia casa tuvo su primer maestro. Luego recibió esmerada educación en las mejores escuelas de la ciudad. Más tarde vino a la Habana, donde se graduó de bachiller en leyes. Y si no se hizo abogado, como era su deseo, fue debido a que, enfermo su padre, lo llamaron precipitadamente para confiarle la dirección de sus intereses. A poco de encontrarse de nuevo en su ciudad natal, el amor, siempre vigilante, lo encadenó con sus dulces cadenas. Meses después de formar su hogar, le dijeron adiós para siempre, uno tras otro, su madre y su padre. A la muerte de seres tan queridos, tomó posesión de una considerable fortuna. Dueño de ésta, no pensó, como la juventud alocada, en hacerse un palacio y vivir en la holganza, sino en trabajar y ser útil a los suyos y a su país. Y fue su primer acto público, entonces, fundar una escuela gratuita en Guáimaro. En pago de acción tan generosa, el Gobierno local le dio las gracias y la Sociedad Económica le confirió el título de socio de mérito.


“Llevado de su alma liberal, de su corazón bondadoso, concibió el propósito de dar libertad a los esclavos que había heredado. Y lo realizó. Arranque inaudito para los que traficaban con carne humana, fue interpretado infamemente por el Gobierno, que lo sometió a procedimientos lesivos. ¡Ni derecho a hacer de lo propio lo que le viniera en ganas, tenían en aquellos tiempos los pobres cubanos! En más de una ocasión trataron de complicarlo en supuestas conspiraciones. Deseoso de alejar de su persona estas sospechas, se fue a los Estados Unidos, lugar donde sólo permaneció unos tres meses. A su regreso, vióse nuevamente sometido a interrogatorios, terminados los cuales pasó al campo, a cuyas faenas se dedicó durante algunos años. Después de un viaje a Canarias, adonde fuera ansioso de promover la inmigración blanca, se estableció de nuevo en Camagüey.


“Señalado, en 1851, como autor de los folletos y proclamas que circulaban, hostiles a España, prefirió a la ciudad abyecta el monte puro. Y al monte fuése seguido de nueve compañeros. Declarado rebelde, determina fomentar una revolución en contra del poder opresor, llevando como ideal la libertad e independencia de Cuba. Moviéndose de un lado a otro, esquivando encuentros, logra reunir unos sesenta hombres dispuestos como él a combatir. A todos previene y les hace conocer el objeto de la revolución. Pero la desdicha lo persigue, y su campamento es asaltado. Dispersa su gente, huye por los maniguales. Reorganizados de nuevo, concibe el plan de atacar a las Tunas. Y otra vez la fatalidad lo vapulea: preparadas sus fuerzas para el asalto, establecidas las consignas, al romper el fuego, se desconocen, y se arremeten con furia unos a otros. En tanto, la tropa enemiga, que comprende el error sufrido, les carga rápidamente. Perseguidos de cerca, como venados por jauría hambrienta, logran algunos ganar el bosque Agüero entre éstos. Sano y salvo, aunque maltrecho, espera, todavía confiado, noticias de otros levantamientos. ¡Mas todo en vano!


“Con Agüero escaparon tres más: Miguel Benavides, Ubaldo Arteaga y Adolfo Pierra. Los cuatro, después de dos días de vagar a la ventura, de sufrir hambre y sed, llegaron a la hacienda El Júcaro. Allí se reúnen con otros compañeros. Durante su permanencia en esta finca, tuvieron en más de una ocasión que salir huyendo de la persecución de la tropa española o de las partidas de campesinos mandadas por capitanes de partido. Conocida una proclama del general Lemery, en la cual éste ofrecía indulto a los que se acogieran de nuevo a la ley, Agüero deja en libertad de acción a los que le habían seguido. Cinco juraron acompañarlo hasta lo último, resueltos a morir con él. Y estos cinco comenzaron una odisea triste, espantosa. Ansiosos de ver si se podían embarcar para los Estados Unidos, caen en manos de un traidor, que los delata. Norberto Primelles es el nombre de éste: ¡sirva su nombre, como la sombra, para hacer resaltar más el esplendor de sus víctimas!


“En espera del bote salvador, del bote que los había de conducir al barco amigo, fueron acorralados y cogidos prisioneros, y luego abofeteados y vejados inicuamente. Atados los brazos por detrás y con la misma cuerda anudada en los tobillos, echaron a andar. El víacrucis fue largo. Donde quiera que hacían alto, eran puestos en cepos y sometidos a otros tormentos. Y cuando al fin llegaron al Camagüey, paseados fueron por la ciudad y encerrados luego en un calabozo. Largos y mortales días pasaron allí, hasta la celebración del Consejo de Guerra. De los compañeros de Agüero, de aquellos cinco bravos, dos fueron condenados a cadena perpetua. Los otros tres, Agüero entre ellos, a ser muertos en garrote vil. Cuando Agüero se enteró de la sentencia, sacó un espejito del bolsillo y pasándolo a sus compañeros, les dijo: "Hijos míos, miraos esas caras patibularias." ¡Qué entereza la de aquel hombre, que aun en la antesala de la Eternidad, supo, con un chiste, arrancar risas a sus compañeros!


“A las seis de la mañana del día 11 de agosto de 1851 entró Agüero en capilla, y con él sus compañeros Betancourt, Zayas y Benavides. Y al amanecer del día siguiente, fueron conducidos, entre toques de corneta y redobles de tambores, a la Sabana de Arroyo Méndez, lugar distante una media legua de la ciudad del Camagüey, y allí, en la imposibilidad de ejecutarlos en garrote, -ya que los camagüeyanos buenos, creyendo poder evitar el alevoso asesinato, habían envenenado al verdugo-, fueron fusilados por la espalda. Allí, en aquella Sabana, escenario triste de un drama horrendo, abandonaron la vida, enamorados de un sublime ideal, cuatro cubanos ilustres, y entre esos cuatro, el que por su grandeza y su martirio, bien merece el tributo de un recuerdo constante, un mármol o un bronce que perpetúe su figura y que diga a las generaciones vivas quién fue uno de los primeros en la senda del deber y en la del martirio...”



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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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