Guije.com Manuel de Quesada en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
Manuel de Quesada en «Próceres». Bandera de Cuba.

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Camagüey.


México - Caminando sin rumbo.


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10 de abril - Calendario Cubano.

Manuel de Quesada
en Próceres
por Néstor Carbonel

Manuel de Quesada en «Próceres» por Néstor Carbonel.
Manuel de Quesada
“Nació el 14 de abril de 1830.”
“Murió en septiembre de 1886.”

“Por sus errores únicamente no deben ser juzgados los hombres; ni por sus actos de grandeza. ¿Es el hombre mezcla de lobo y paloma? ¿Tiene el hombre horas en que parece hecho de luz, y horas en que es todo sombra? Pues no juzguemos de el, de su vida toda, porque lo vimos cuando mordía ni porque lo vimos cuando acariciaba. Pongamos a un lado sus pecados y a otro lado sus virtudes. Y si son más aquellos -más en gran proporción- dejémosle en silencio perpetuo, en olvido perenne, que no hay castigo mayor. Pero si son más sus virtudes, o están en igualdad con sus pecados, recordémosle y perpetuemos su memoria. A Manuel de Quesada es injusto verlo siempre, loco de mando, o engordando vicios, y no frente al enemigo, retando la muerte. Fue general en jefe del Ejército Libertador, -el primer general en jefe del Ejército Libertador en la guerra de los diez años- y muy pocos de sus compatriotas saben de el, y si saben, es sólo de cuanto lo empequeñece, no de lo que lo levanta y hace merecedor a un sitio en el panteón de nuestros héroes y de nuestros mártires...


“En la ciudad de Puerto Príncipe, Camagüey, nació, y en la misma ciudad se deslizaron, tranquilamente, los primeros años de su vida. Estudios no hizo muchos. Cuando el pronunciamiento de Joaquín de Agüero en 1851, aunque muy joven, se vio comprometido, viéndose, para escapar de la cárcel, o quizá de la muerte, en la necesidad de huir, y permanecer oculto algún tiempo. Tan pronto le fue dable se dirigió a los Estados Unidos, y de allí a México, adonde llega en momentos en que divididos en dos bandos los nativos,-liberales y clericales,-se hacían la guerra. Al poco tiempo de estar allí se pone al servicio de los primeros, y en breve, en gracia de su valor y su fortuna, logra el grado de general. Con este mismo grado, peleo más tarde en contra de las fuerzas del Emperador Maximiliano. A Quesada cúpole en México, el honor de dirigir la primera batalla frente a los invasores franceses en la Rinconada, cerca de Veracruz. En la patria de Hidalgo desempeño también el cargo de Gobernador militar de distintos estados. Cansado de tanta lucha, abandona a México en 1867, para ir a New York, donde, al enterarse de que en Cuba se conspira en favor de la independencia, comienza a laborar enamorado de esa idea. Con los escasos recursos que tenía envía de emisario a Cuba al joven Bernabé de Varona, luego general gloriosísimo de la revolución iniciada en Yara, para que preparase los ánimos. Quesada, en tanto, llega a Nuevitas a bordo de una goleta, con el propósito de desembarcar si era que había llegado el momento de combatir. Pero después de entrevistarse con el comisionado que le envió Napoleón Arango, jefe de la conspiración en el Camagüey, se vuelve rumbo a New York.


“En New York lo sorprende, en octubre del 68, la noticia de haber estallado en Cuba la revolución, y sin pérdida de tiempo se dirige a Nassau, donde, gracias al patriotismo ejemplar del rico camagüeyano Martín Castillo, que dio toda su fortuna para comprar los armamentos necesarios, pudo organizar una valiosa expedición, y desembarcar al frente de ella, en Guanaja, territorio del Camagüey. Entre los expedicionarios de Quesada se encontraba una legión de jóvenes habaneros, ex-discípulos casi todos del ilustre Don José de la Luz y Caballero entre otros, Antonio Zambrana, Manuel Sanguily, Julio Sanguily, Luis Victoriano Betancourt, Rafael Morales, Pérez Trijillo, José Payán y tantos y tantos que luego fueron grandes figuras de la revolución. La presencia de Quesada en los campos de la incipiente lucha, fue saludada como aurora de triunfo, como signo de victoria. Sus campañas de México, su figura atrayente, simpática en alto grado, hacían de él la encarnación de un caudillo.


“Al desembarcar el general Quesada, se vio en la necesidad de sostener combate, al mando de su hueste bisoña, con los españoles, dando en ese encuentro muestras de valor y de habilidad militar, lo que le reafirmo el prestigio de que venía aureolado. Fue allí donde, envuelto en el humo de los primeros disparos, aspiró el infame perfume de las adulaciones. Los viles, que en ninguna parte faltan, y menos alrededor de los que triunfan y mandan, lo quisieron endiosar, y le recomendaron -ya que era insustituíble- que no volviera a exponer su vida, que se cuidara más del peligro. Quesada, desde entonces se cuidó, y eso hizo que sus soldados no pelearan luego con el brío y entusiasmo con que pelean cuando ven el jefe a la cabeza, enseñando el primero cómo se mata y cómo se muere. ¡Ah, la adulación hace de hombres capaces unos ineptos, y de hombres sin coraje unos tiranos! ¡Ah, la adulación, como embriagante licor, desvanece las cabezas fuertes, y a las débiles, las vuelve locas!


“Constituida la República el 10 de abril de 1869, fue electo Presidente Carlos Manuel de Céspedes, y general en jefe del Ejército, Manuel de Quesada, ambos por aclamación unánime de la Cámara de Representantes. Tanto Céspedes como Quesada, pronunciaron elocuentes palabras de agradecimiento. Dice un testigo presencial de aquella escena, que el general Quesada, puesto de pie y con las manos apoyadas sobre la empuñadura del sable, con voz muy reposada balbuceó, más que dijo: "Conciudadanos: Con orgullo recibo de vuestras manos esta espada, no como distintivo del puesto distinguido a que me eleváis, sino como un emblema del deber que me habéis impuesto. De hoy más, compañera inseparable de mis esfuerzos, será un símbolo que me recuerde, si olvidarlo pudiere, la sagrada misión que la patria, por vuestra mediación me ha encomendado. Juro, sobre su empuñadura, que esta espada entrará con vosotros triunfante al Capitolio de los libres, o la encontraréis en el campo de batalla al lado de mi cadáver". Tal fue el discurso de Quesada.


“Desgraciadamente, meses después, comenzó a forjar planes para, erigirse en dictador. Cuando el ataque a las Tunas, ataque sin provecho, que costó mucha preciosa sangre cubana, algunos diputados lo llamaron a la Cámara con objeto de deponerlo; pero ese día pudo justificarse de los cargos que se le hicieron. Pudo, después de dar explicaciones, continuar mereciendo la confianza de la Cámara. Pero ya estaba en la pendiente. A poco, redacta un escrito dirigido a la Cámara, solicitando mayores facultades. El Representante que se le había ofrecido para presentarlo a la consideración de sus compañeros, se lo devolvió diciéndole que en su escrito veía el espíritu de Napoleón el pequeño, antes del golpe de estado.


“Vinieron luego las quejas producidas por militares y simples ciudadanos, poniendo de manifiesto sus extralimitaciones e injusticias. Sabedor de esto Quesada, convoca a los jefes y oficiales de más prestigio en el Camagüey para una reunión que había de celebrarse en la finca nombrada el Horcón de Najasa. A esta junta asistieron no solamente los jefes y oficiales invitados, sino también otros que no lo habían si­do, entre ellos, algunos Representantes. Quesada expuso la necesidad, para que la revolución marchara triunfante, de que se echaran a un lado las leyes y lo dejaran obrar conforme a su criterio. Y agrego que, de no aceptarse su mo­do de pensar, presentaría la dimisión del cargo que venía desempeñando. Dos días se estuvo discutiendo su demanda, dando por resultado definitivo que al siguiente de terminada la re­ferida junta, la Cámara se reuniera y acordara por unanimidad deponer a Manuel de Quesada del cargo de general en jefe del Ejercito de la República de Cuba.


“Terminada la sesión en que la Cámara to­mo acuerdo tan trascendental, recibió esta la renuncia de Quesada, escrita en términos ele­vados. La Cámara no quiso aceptársela, sino co­municarle, como así lo hizo, su destitución. Fue entonces que Quesada dio pruebas de noble pa­triotismo, pues, aunque lo rodearon partidarios decididos, excitándolo a que colgara a los chiqui­llos representantes que lo habían depuesto, aca­tó sereno, resignado, el correctivo, declarando a los que a hacer tal cosa le invitaban que había que guardar ese coraje y fuerza para pelear en contra del enemigo común.


“El Presidente Carlos Manuel de Céspedes, que sintió de veras el rigor empleado por la Cámara con Quesada, lo llevó a su lado, nom­brándolo, semanas después, enviado especial en el extranjero. El 28 de enero de 1870 abandona Quesada las playas cubanas, acompañado de su ayudante el coronel Adolfo Varona, y a los po­cos días llega a Nassau, y más tarde a New York, en donde se le hizo un entusiasta recibimiento. En New York existía una Junta Revoluciona­ria de la cual era Presidente Miguel de Aldama, y residía además Morales Lemus, Ministro de Cuba en Washington. Esto, y el hallarse aquella emigración desorganizada, dio por resultado el que la más honda división reinase a poco entre los valiosos elementos que debían cooperar juntos al triunfo de la causa de todos. Poco feliz estuvo Quesada al publicar en New York, un informe en inglés, en el que contaba -lo que no era cierto- que en una ocasión se había visto obligado a pasar por las armas a quinientos soldados españoles. Haciéndose la guerra unos a otros se mantenían los cubanos en New York, peleando con rabia sorda por más o menos atribuciones, en tanto que en la tierra madre, morían a diario, sin medios de defensa, hermanos heroicos. Al fin, el general Quesada pudo organizar y despachar a las órdenes de su hermano Rafael, una expedición, la cual desembarco felizmente en Cuba.


“Después de esto llega Aguilera a New York con el propósito de poner paz entre los cubanos emigrados, de acallar las discordias, y Quesada, el primero, resigna ante el nuevo Enviado todos sus poderes y facultades, entregándole las propiedades de la República que se hallaban en su poder. Tres años pasa en New York, prestando los servicios que podía, hasta que en 1874, en compañía de Antonio Zambrana, sale en peregrinación por algunas Repúblicas de la América, en solicitud de apoyo para su pueblo en guerra por la libertad e independencia.


“No le fue dable volver a Cuba, a combatir a los amos de su patria y matadores sin conciencia de su hijo -expedicionario del Virginius. Firmada la paz, se fue a Costa Rica, donde exhalo, ocho años después, el último suspiro. Sus restos mortales están allá en la tierra que amparó como hijos a muchos cubanos, tierra tal vez más piadosa para él que su propia tierra. Allá, en Costa Rica, florón de libertades, se libertó él también. La muerte es una emancipadora: ella libra en ocasiones a los hombres de caer entre las insidias ajenas, o las propias debilidades...”



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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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