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Próceres |
Agramonte, Ignacio
Aguilera, Francisco Vicente
Arango y Parreño, Francisco
Betancourt Cisnero, Gaspar
Cisneros Betancourt, Salvador
de Agüero, Joaquín
de Armenteros, Isidoro
de Céspedes, Carlos Manuel
de Goicuría, Domingo
del Castillo, Honorato
de la Luz y Caballero, José
de Quesada, Gonzalo
de Quesada, Manuel
Estrada Palma, Tomás
Figueredo, Pedro
García Iñiguez, Calixto
García y González, Vicente
Gómez, Máximo
Gutierrez, Miguel Jerónimo
Heredia, José María
López Narciso
Lorda, Antonio
Maceo, Antonio
Maceo, José
Martí, José
Masó, Bartolomé
Moncada, Guillermo
Morales Lemus, José
Morales y González, Rafael
Pintó, Ramón
Rabí, Jesús
Saco, José Antonio
Sánchez, Serafín
Spotorno, Juan B.
Varela, Félix
Villaverde, Cirilo
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Pedro Figueredo |
en Próceres |
por Néstor Carbonel |
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Pedro Figueredo |
“Nació el 2 de julio de 1819.” |
“Murió el 17 de agosto de 1870.” |
“Otros cubanos habrán logrado más renombre, pero ninguno entró, ni vive en el alma de su pueblo, como Pedro Figueredo, el autor del himno nacional, de esa música que solemnizó los primeros días de libertad en Cuba; que acompañó luego a los vencidos proscriptos en su melancólica peregrinación por tierras extrañas y les templó el alma en la espera forzosa del intento nuevo; que volvió a escucharse en el barco expedicionario y en el manigual rebelde durante la última guerra emancipadora, y, al fin, triunfante; que escuchamos ahora a cada momento, despertando en la memoria el recuerdo de aquellos días gloriosos en que los bayameses quemaron sus casas y se marcharon -mujeres, niños y hombres- a vivir al monte, a la montaña, bajo la luz del sol y bajo la clara serenidad de las estrellas... Durante la lucha iniciada en 1868, no hubo arenga comparable a las notas del Himno de Bavamo: durante la propaganda revolucionaria en las emigraciones, no hubo discurso como el Himno de Bayamo; y en los días mismos que vivimos, días brumosos en que suele la República bambolearse sacudida por vientos de tempestad o mordida en sus entrañas por venenosos y hambrientos perros, ¿qué limpia el aire, y aligera las almas, y enciende en la mente luces de ideal, como las notas del Himno de Bayamo ? ¡Ah, Pedro Figueredo !La música y la letra que compusiste, para llamar a tus hermanos al honor, a arremeter contra los apoltronados dueños de tu tierra, es lo único que conforta en ocasiones el corazón atribulado, viendo desde oscuridad indecisa a los que, en contradicción con lo que dijiste, viven de la patria, y la ultrajan y la matan! La patria no es lo que creen ahora muchos; la hacienda próspera y la zafra enorme; no; la patria es la patria... |
“En Bayamo, cuna de tantos grandes, nació Pedro Figueredo. Allí mismo hizo los primeros estudios, pasando luego a la Habana, donde ingresó en el colegio Carraguao. En este importante plantel de educación estuvo hasta recibirse de bachiller, pasando más tarde a la Universidad como alumno de la escuela de Derecho. De abogado se recibió en Barcelona. Ya con su título, viajó por Francia y otros países de Europa, regresando al cabo a su pueblo natal, hogar de sus mayores. En Bayamo contrajo matrimonio, yendo, con su esposa, a residir a una bella finca, situada en las cercanías. No se fue al monte, huyendo del trato social: se fue al monte, dispuesto a no ejercer su profesión, para evitar el contacto con el Gobierno, y el verse envuelto en los revolicos y cabildeos de los tribunales de justicia, siempre complicados, y en la colonia, verdaderos escenarios de piruetas y comiquerías, en ocasiones trágicas. Su alma era de artista. Amaba la literatura y la música. Era escritor, y hacía versos. Enamorado de la libertad, apasionado por ella, soñaba con alcanzarla para su patria. Al ingenio Mangas, propiedad de su padre, va, y prohíbe a los mayorales el uso del fuete contra los pobres negros, consiguiendo para éstos mejores dormitorios, alimentos y trato. |
“En 1851, el sacrificio de Narciso López y de Joaquín Agüero remacharon en su corazón el sentimiento de la patria y la necesidad de conquistarle asiento digno entre los pueblos libres del mundo. Tres años después de aquellos sucesos de Pinar del Río y Camagüey, tratado como sospechoso, determinó irse a vivir a la Habana, donde fundó un periódico diario -"El Correo de la Tarde"-. A los tres años regresó a Bayamo. |
“Por esta época, nombrado Alcalde Mayor de Bayamo un hombre sin condiciones, inepto en demasía, Pedro Figueredo lo denunció ante el Gobierno superior. Este acto de civismo le valió el embargo de sus bienes y más de un año de prisión. Los amos no toleran la censura de sus esclavos. El esclavo debe sólo obedecer; servir de encubridor o cómplice de su propia infamia. De la prisión salió más resuelto para la lucha por la libertad. En 1866 comienza en Oriente la conspiración a tomar cuerpo. El aire se caldeaba, el patriotismo cundía, los pechos eran fortalezas. Su casa se hizo centro de las reuniones preliminares. En ella se tomó el acuerdo de constituir el Comité revolucionario. Constituido este Comité, se acordó extender por toda la isla la idea regeneradora. Con ese objeto se reparten por distintas ciudades varios comisionados. A Figueredo le toca venir a la Habana, de donde sale triste, disgustado, debido a que la Junta revolucionaria de la capital no quiso aceptar el plan de los de Oriente. Ya desde mediados del año 1868, el incendio revolucionario parecía estallar de un momento a otro. El 10 de octubre, avisado Pedro Figueredo del pronunciamiento de Carlos Manuel de Céspedes, reúne en su casa a Aguilera y a otros, comunicándose las noticias. Aunque estimando prematuro el movimiento, resuelven todos apoyarlo entusiastas. Hallándose Figueredo en Jiguaní, recibe un parte de Céspedes notificándole que se encontraba en Barranca, lugar en que quería entrevistarlo para convenir la forma en que se llevaría a cabo el ataque a Bayamo. Puestos de acuerdo todos los jefes, el día 17 de octubre, Figueredo llama por la noche a su esposa, y pensando en que pueda en el combate perder la vida, le hace recomendaciones referentes a sus hijos. El 17, rodean los cubanos la ciudad de Bayamo. Los españoles, en número de seiscientos, atrincherados en el cuartel y la cárcel, esperan ojo avizor y arma al brazo. Ya el sol en alto, se generaliza el combate dentro de la población. Los vivas y los mueras se suceden. Allí estuvo Pedro Figueredo, jinete sobre su caballo Pajarito, al frente de su fuerza. Cuerpo a cuerpo se baten cubanos y españoles, hasta que el 20 por la mañana un oficial español, en nombre del Gobernador Udaeta, pide armisticio bajo promesa de formular más tarde las bases de la capitulación. Ante esta demanda cesa el fuego. A la mañana siguiente, día 21 de octubre de 1868, firmóse aquélla. Entre el júbilo creciente, entre vítores y aclamaciones delirantes, fue que apareció Pedro Figueredo, y al escuchar la música de su himno inmortal, compuesto con anterioridad, cruza la pierna sobre la cabeza del caballo, y escribe la letra valiente que dice: |
Al combate corred, bayameses, |
que la patria os contempla orgullosa; |
no temáis una muerte gloriosa, |
que morir por la patria es vivir. |
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En cadenas vivir, es vivir |
en oprobio y afrenta sumido; |
del clarín escuchad el sonido: |
¡a las armas, valientes, corred...! |
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“La cuartilla de papel en que escribió estas cuartetas pasó de mano en mano, y a poco, el pueblo todo recorría la ciudad cantando el himno nacido al calor del primer triunfo de los libertadores. |
“En Bayamo libre permanecieron los cubanos, hasta que el 11 de enero de 1869, avisados de que el general español Valmaseda, venía a atacarlos al frente de numeroso contingente, decidieron marcharse, no sin antes prender fuego a las casas. Cuando Valmaseda llegó a Bayamo, era éste una pira. Junto con los libertadores, también lo habían abandonado las familias cubanas. |
“Cuando el 10 de abril se constituyó la República, Figueredo fue nombrado Subsecretario de la Guerra, cargo que desempeñó hasta el 12 de agosto de 1870 en que cayó prisionero en la finca Santa Rosa, de la jurisdicción de las Tunas. Capturado, fue conducido a bordo del cañonero Alerta a Manzanillo, y de allí a Santiago de Cuba, en el Astuto. Apenas llegó a esta ciudad, fue juzgado y condenado a muerte. El día 16 de agosto, notificado ya de la sentencia, le escribió a su mujer una carta viril y tierna, prueba magnífica de su entereza. El 17, muy de mañana, es conducido sobre un asno hasta el lugar de la ejecución. Allí se arrodilla y espera, de frente y sereno, la inhumana lluvia de plomo. |
“¿Murió Figueredo allí?, No. ¡Que morir por la patria, es vivir!” |
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