|
|
|
|
|
|
Próceres |
Agramonte, Ignacio
Aguilera, Francisco Vicente
Arango y Parreño, Francisco
Betancourt Cisnero, Gaspar
Cisneros Betancourt, Salvador
de Agüero, Joaquín
de Armenteros, Isidoro
de Céspedes, Carlos Manuel
de Goicuría, Domingo
del Castillo, Honorato
de la Luz y Caballero, José
de Quesada, Gonzalo
de Quesada, Manuel
Estrada Palma, Tomás
Figueredo, Pedro
García Iñiguez, Calixto
García y González, Vicente
Gómez, Máximo
Gutierrez, Miguel Jerónimo
Heredia, José María
López Narciso
Lorda, Antonio
Maceo, Antonio
Maceo, José
Martí, José
Masó, Bartolomé
Moncada, Guillermo
Morales Lemus, José
Morales y González, Rafael
Pintó, Ramón
Rabí, Jesús
Saco, José Antonio
Sánchez, Serafín
Spotorno, Juan B.
Varela, Félix
Villaverde, Cirilo
|
|
|
| |
|
Rafael Morales y González |
en Próceres |
por Néstor Carbonel |
|
Rafael Morales y González |
“Nació el 28 de octubre de 1845.” |
“Murió el 15 de septiembre de 1872.” |
“Desde muy temprano comenzó a ser hombre Rafael Morales. Desde muy temprano se sintió paladín de la justicia y de la libertad, del saber y del bien; y por lo mismo, desde muy temprano apuró el cáliz amargo de la tristeza y el desencanto. Pequeño de cuerpo, tenía el corazón de un gigante. Joven, muy joven, era poseedor de la madurez de juicio de un viejo. No fue un militar, no fue, mejor dicho, un hombre de acción durante los años de sangrienta lucha en que le tocó vivir la vida del cubano rebelde; pero por su honradez de principios, por la rectitud de su carácter y por la grandeza de su inteligencia, supo conquistarse el respeto y la admiración de los revolucionarios que le rodeaban. De la pureza de sus principios dice bien que prefiriera la inquina de los más grandes a su afecto, si esto era en pago de la dejación de sus derechos. De su carácter, el que no pudieran intimidarle ni aun amenazándole. De su inteligencia poderosa, los innumerables discursos y escritos en que echaba a volar sus pensamientos. Moralitos -así se le llamaba- fue un grande de veras: sabía cautivar y repeler: sabía vencerse y sabía vencer! |
“San Juan y Martínez, bello y rico florón de la provincia de Pinar del Río, fue su cuna. A los dos años escasos de nacido, murió su padre, por lo que, en compañía de otros hermanos, quedo al abrigo de la madre. Vio a los suyos despojados, por medio de malas artes, de los bienes heredados. Luego, vio como amenazaba la casa la miseria, y se encaro resuelto con la vida. Dando clases -niño aún,- enseñando lo que sabía, ayudaba a cubrir los gastos. Más tarde vino a la Habana, donde se puso a recibir educación gratuitamente, primero en el colegio de José Fors, después en el de Ramón Ituarte, nombrado Santo Tomás. En éste último curso las asignaturas superiores, y fue a la vez, profesor de los párvulos. Por su simpático aspecto, vivo talento y fina bondad, supo en poco tiempo ganarse el afecto de todos: de superiores, condiscípulos y discípulos. Moralitos, como maestro, fue, indudablemente, de los precursores. Sabía enseñar - enseñando lo fácil preparaba al educando para aprender lo difícil. Más de una ocasión recibió en público las felicitaciones entusiastas por la competencia con que desempeñaba el noble y generoso apostolado. |
“En las aulas universitarias-desde su ingreso-sobresalió. La luz se hace notar porque ilumina y quema. Fue entonces que se abrieron para él puertas y almas en el hogar de José Victoriano Betancourt, patricio ilustre a quien la patria, o mejor dicho, sus paisanos, tienen relegado a injusto olvido. Allí, al lado del viejo forjador de ideales, y de sus hijos, Luis Victoriano y Federico, pudo Moralitos dar rienda suelta a sus cóleras de cubano, a su amor por la libertad y a su aversión por la tiranía. Allí se pensaba en la manera de librar a la patria de los grilletes y cadenas; allí se respiraba aire de redención... Estudiando el en la Universidad, tenía, hostigado por las necesidades pecuniarias, que dar algunas clases. Moralitos, en la Universidad, era como el abanderado y la bandera de toda idea liberal y digna. En las sesiones que, dos veces por semana, celebraban los estudiantes en el Aula Magna, dejaba oír siempre su palabra armoniosa y torrencial, juiciosa y razonada. Increíble parece que en el medio ambiente pobre de aquellos tiempos, surgieran hombres como él! Aunque esto no debe extrañar-ya que la flor de más puro aroma suele crecer mejor donde es mayor la podredumbre. |
“En las propias barbas de los esclavistas y del Gobierno esclavizador, inició en secreto una propaganda abolicionista. Su objeto era reunir fondos que poner en manos de las madres esclavas que llevaban en el seno un nuevo ser, a fin de que pudiesen libertar su vientre. Incansable en su afán de hacer hombres, educaba gratuitamente a algunos obreros. En Santiago de las Vegas, aprovechando la festividad de un día tradicional, leyó un discurso que alarmó al Gobierno. Este discurso le valió que se le prohibiese volver a Santiago de las Vegas. Paria en su propia tierra, no tuvo más remedio que soportar el vejamen. Pero en el alma vigorizaba más y más el ansia de ser libre. Sumido en profundas meditaciones lo sorprende el grito de Yara, el levantamiento de Céspedes en la Demajagua. Al saber que ya se estaba peleando por el derecho, siente que el corazón le late apresuradamente. Y a las pocas semanas sale para Nassau, junto con otros jóvenes de la Habana, y en breves días, soldado a las órdenes del general Manuel de Quesada, desembarca en el estero del Piloto, cerca de la Guanaja. |
“Desde su ingreso en la revolución comenzó a brillar, a sobresalir. Así lo vemos, primero, Secretario de la Corte Marcial que juzgara a Napoleón Arango; luego, miembro de la Asamblea de Guáimaro y Secretario de la misma; diputado a la Cámara, y por último Secretario del Interior del Gobierno en armas. No obstante desempeñar cargos de orden civil, nunca rehusó el puesto de soldado. Cuando las diferencias surgidas entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, Moralitos fue uno de los más vigorosos y tenaces inculpadores de Céspedes. Su oposición al gran caudillo, y a Quesada, llegó a tomar proporciones de lucha personal. Tanto en la Cámara como en el periódico, fue inexorable; espíritu demócrata, forjado en la escuela de aquellos de la Revolución francesa -revolución matriz de todas las revoluciones-, quería el respeto debido para los derechos, para la República, madre a quien sólo el criminal puede ver con desdén, o posponer a personales ambiciones. |
“En la guerra, como en la paz, demostró ser un fervoroso enamorado de la instrucción. Suyo fue el proyecto de ley sobre enseñanza primaria. Y de Agramonte y de él, vigilar para que en los asaltos a los pueblos no se entronizara el saqueo y el abuso, -que mal puede avenirse a ser ciudadano respetuoso quien en la fundación republicana no procede con limpieza y majestad. Con el título de La Estrella Solitaria fundó un periódico, en el cual derramaba a raudales la luz de su cerebro. En el periódico, como en la tribuna, era atrevido, valiente, fiero. Una vez, creyendo que el Ejecutivo había dispuesto que se prohibiese la censura de sus actos, dijo: -¡Sólo el despotismo español llegó a tal extremo!... La palabra es enteramente libre en todos los países constitucionales..." Por su actitud resuelta salvó en una ocasión la causa de la libertad, de la cobarde alevosía de un hombre que salió a servirla sin estar preparado para ello: José Caridad Vargas, esclavo conforme con su suerte, que creyó poder defender la libertad con alma de esclavo. |
“En una reunión celebrada en el Horcón de Najasa, a la cual había convocado el general Manuel de Quesada, pidió éste más independencia para el poder militar, con lo que Agramonte, allí presente, estuvo de acuerdo. Pero como Quesada pretendiese en otra reunión, celebrada al siguiente día, obtener las facultades de una dictadura, Moralitos lo combatió, echando a rodar por el suelo los planes del general, como triturados por las manos de un Dios. Gigante era aquel hombrecito cuando se escudaba en la razón. Era él de los que creían que "los pueblos no deben tener más que un código, el de la razón; ni más que un trono, el de la justicia". Cuando en receso la Cámara, su amigo Aguilera abandonó los campos de Cuba para ir al desempeño de una comisión a los Estados Unidos, Moralitos incorporóse a las fuerzas de Luis Magín Díaz, uno de los más bravos jefes de la revolución del 68. Combatiendo como simple soldado, en el potrero de Sebastopol de Najasa, una bala le penetró por el lado izquierdo de la cara, saliéndole por el derecho, después de haberle destrozado todas las piezas de la boca y la lengua. ¡Ah, qué martirio el de aquel hombre que tanto y tan bien sabía hablar, tener que permanecer, como permaneció mucho tiempo, sin poder articular una palabra! Al principio se creyó que curaría, pero las hemorragias se hicieron continuas, y como no podía alimentarse, comenzó a morir. Sin dientes, flaco, esquelético, era como la caricatura del dolor y del espanto. |
“Se pensó en que saliera de Cuba. Y tuvieron que vencerlo, vencer sus mil escrúpulos, para que aceptara el salir al extranjero a curarse. Mas cuando ya estaba decidido a marchar, una fiebre pertinaz se apoderó de él. Rodeado de sus compañeros y amigos, Julio y Manuel Sanguily, de una negra esclava que le siguió a la tumba, y de otros, expiró una noche, entre ronquidos y estremecimientos pavorosos. Allá, cerca de la Sierra Maestra, vasto cementerio de tantos mártires, en una huesa humilde, lo enterraron manos piadosas. ¿Dónde están ahora sus restos? No los busquéis bajo una losa de mármol: están ocultos por la tierra, o hechos polvo, esparcidos por el espacio!” |
|