Guije.com Antonio Lorda en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
Antonio Lorda en «Próceres». Bandera de Cuba.

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10 de abril - Calendario Cubano.

Antonio Lorda
en Próceres
por Néstor Carbonel

Antonio Lorda en «Próceres» por Néstor Carbonel.
Antonio Lorda
“Nació el 11 de febrero de 1845.”
“Murió el 16 de mayo de 1870.”

“¡Ah, aquellos hombres fueron de veras estupendos! Ser joven, tener una profesión, ser amado y abandonarlo todo por la patria, es sublime. ¡La patria, sí, es lo primero! De ella es mandar: de sus hijos obedecer. Pero ser hombre acostumbrado a la comodidad, y salir a combatir sin armas contra un ejército bien armado; ser médico y conocer de que está compuesto el cuerpo humano; saber lo frágil que es, y salir a cruzar ríos y pantanos y a dormir a la intemperie, y exponerse a las balas, es heroico en grado sumo. Así Antonio Lorda, constante en la caballerosidad, en la honradez y en la justicia, conociendo la muerte, y conociéndose débil, fue a retarla y cayó vencido. Aunque no: él venció; él ganó un instante de vida en la gloria. Y la gloria es la inmortalidad!


“En Santa Clara nació Antonio Lorda. Niño aún, fue enviado a Francia, la patria de su padre. En Burdeos comenzó a estudiar medicina, carrera por la que sentía vocación. Tanto en Burdeos como en París, donde se graduó de médico antes de haber cumplido veinte años, fue laureado y premiado más de una vez. En Francia ejerció poco tiempo su profesión, pues el amor a su tierra lo llamaba, y a ella volvió, ansioso de vivir bajo su cielo azul, al arrullo de sus palmas, calentado por su sol. ¡No hay tierra como la propia, como la tierra donde se vio la luz primera! Bello es París, inmenso Londres, New York admirable. Pero el pueblo natal es el corazón. Sus calles, sus casas, sus habitantes, ¡qué bien acompañan si estamos tristes! A París, la ciudad luz, dejó Lorda, por Santa Clara, silenciosa cuna de su vida. Allí, apenas instalado, comenzó a ganar fama de médico entendido y hombre excelente. No siempre hacen liga la inteligencia y la bondad; pocas veces hacen alianza la fuerza del brazo y la pujanza del cerebro. En Lorda corrían pareja, sin embargo, las ternuras del corazón y las ideas de la mente.


“La campaña iniciada por los reformistas, a cuya cabeza estaban los ilustres cubanos José Morales Lemus y Conde de Pozos Dulces, atrajo su pensamiento, y, aunque muy joven, no dejó de juzgarla, previsoramente, inútil. Sus viajes, sus lecturas, le habían llevado al convencimiento de que las libertades no se piden, se conquistan; no se regalan: se obtienen cuando se ganan. A darle la razón por completo vino a poco el desconcierto de los reformistas, burlados en sus ensueños y esperanzas. Fue entonces, ante la derrota de aquellos varones ideólogos, que se trazó en silencio un camino: el del honor. Camino que supo luego seguir con firmeza. Es deber de todo hombre, cuando grandes acontecimientos se aproximan, trazarse un camino, y seguirlo sin miedo.


“En octubre de 1868, enterado Antonio Lorda de que ya en Oriente se peleaba por la independencia de Cuba, por el derecho, por la justicia; de que ya se mataba y moría por acabar con los amos y señores; de que ya se luchaba por hacer del cubano paria un ciudadano respetado por su trabajo y por su esfuerzo, sintióse enardecido, sintió que una ráfaga de viento, venido de los maniguales donde ya se había comenzado a vivir la epopeya, le pasaba por sobre la cabeza, y, entusiasta, congregó a un grupo de patriotas con el fin de fomentar en Santa Clara la conspiración. Por su iniciativa se formó en la citada ciudad una Junta Revolucionaria, compuesta por Miguel Jerónimo Gutiérrez, Eduardo Machado, Juan N. Cristo, Tranquilino Valdés, Arcadio S. García, Francisco Casamadrid, Francisco del Cañal y Francisco Navarro, entre otros. Esta Junta, apenas constituida, comenzó a trabajar sin descanso ni temores en pro de la revolución, y proclamó la necesidad de secundarla.


“Acompañado de Miguel Jerónimo Gutiérrez, vino Lorda a la Habana, a entrevistarse con José Morales Lemus. Enterado el insigne patricio habanero de los planes revolucionarios de los decididos villareños, les ofreció enviarles armas en una goleta, ofrecimiento que nunca fue cumplido. Agitados en demasía los ánimos de los patriotas de Santa Clara, acordaron, ante el peligro inminente de ser descubiertos y aprehendidos, lanzarse al campo, aunque fuera desarmados. Fue el 7 de febrero de 1869 el día glorioso en que los cubanos de la provincia de Santa Clara se echaron al monte, amotinados contra la tiranía secular de España. Miles de hombres acudieron a la cita: miles de hombres respondieron a la clarinada sonora que llamaba al sacrificio por la libertad! Pasados los primeros días y los primeros júbilos y sobresaltos, propuso Lorda que se debía emprender inmediatamente la invasión del territorio de Colón y llevar la guerra a la provincia de Matanzas. Tal proposición fue desechada, tomándose a poco el acuerdo de marchar hacia Oriente, a entrevistarse con el caudillo de Yara, con Carlos Manuel de Céspedes.


“Camino de Oriente, llegaron a Guáimaro, lugar donde se habían dado cita camagüeyanos y orientales, para, acabando de una vez con recelos y pequeñeces, dar forma a la revolución, crear un Gobierno que fuera, no el gobierno de una provincia, sino el de toda la isla. Nombrado Lorda representante a la Asamblea constituyente, tuvo la dicha de ser uno de los quince varones que proclamaron el día 10 de abril de 1869, la República de Cuba. Nombrado luego representante a la Cámara, en sus debates tomó participación más de una vez Lorda, aunque no era orador, sabía exponer sus ideas fácil y con claridad. Antonio Zambrana, el único superviviente de aquella jornada gloriosa, lo designó el diputado modelo.


“Meses después de constituida la República, el Presidente Carlos Manuel de Céspedes lo nombró Secretario de la Guerra, cargo que desempeñó a satisfacción de todos. En el cumplimiento de tan altas funciones se hallaba cuando cruel enfermedad lo hizo su presa. Y a los pocos días, rodeado de amigos tristes y hambrientos, después de una jornada terrible bajo una lluvia copiosa, por entre piedras y zarzales; después de una noche de angustia y horror, de tormentos infinitos, exhaló el último aliento de su vida aquel hombre bueno, franco, leal, patriota y valiente; aquel hombre que había, trocado, por servir a su tierra, por lograr su libertad e independencia, las delicias de su casa rica, por la muerte en el desamparo y la miseria, en una oscura ceja de monte...


“Allá, en terrenos de la finca Babujales, murió: y allí cavaron sus compañeros la sepultura en que había de reposar. Dice uno de los actores de aquel día, que cerca de un árbol llamado jigüe o sabicú lo enterraron. ¡Acaso las raíces de ese árbol abrazaron su cuerpo deshecho, y hoy vive convertido en rama frondosa o en hoja siempre nueva!”



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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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