Guije.com José María Heredia en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
José María Heredia en «Próceres». Bandera de Cuba.

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José María Heredia
en Próceres
por Néstor Carbonel

José María Heredia en «Próceres» por Néstor Carbonel.
José María Heredia
“Nació el 31 de diciembre de 1803.”
“Murió el 12 de mayo de 1839.”

“Ser poeta no es lo que creen muchos: vivir fuera de la realidad; embadurnar con menjurjes y coloretes las cosas naturales; zahumar con raros perfumes de romanticismo los agrios sudores del mundo. Ser poeta es sentir hondo y pensar alto. Es sentir lo que no todos pueden sentir, y ver lo que no todos pueden ver. El poeta, es a los pueblos lo que los niños a las casas: su regocijo y consuelo; y como los viejos también, su escudo y su vigía. Sí, audaces maestros en el arte de las acomodaciones, los poetas no son lo que creéis vosotros, hombres nulos, hombres superficiales, hombres sin carácter; los poetas son ruiseñores despiertos cuando todavía las dudadas duermen; magos anunciadores del porvenir; conductores de almas a través de las sombras, y paladines sin miedo en las cruentas sacudidas de los pueblos. Hombres de acción, ciertamente -y repase quien lo dude nuestra Historia, y verá siempre, en medio a los grandes silencios que la tiranía impuso, o en medio a las guerras por la libertad y el derecho, levantarse la figura de un poeta, ya atizando la llama del ideal, ya cayendo en la pelea aureolado por la gloria y el martirio...


“El más conocido de todos los poetas cubanos es Heredia, y el que acaso ha hecho pesar más la poesía en los destinos de Cuba. Nació en Santiago, la recia. Fue su padre -persona de inteligencia y cultura- su primer maestro. A los tres años, ante el asombro de la casa, leía correctamente, y a los ocho traducía del latín y del francés y hacía versos. A los quince se recibe de bachiller en leyes, y a los veinte, perdonado el tiempo que debía estar de pasante, gana el título de abogado con honrosa calificación. Cuando la conspiración de Los Soles de Bolívar, se vio precisado a esconderse primero, y luego a emigrar, para no ser preso. Fue a los Estados Unidos, donde, nostálgico de la patria, se sintió morir. De allí pasó a México, que lo recibió como a hijo. En México ejerció Heredia de abogado, y fue juez, fiscal, diputado, ministro, catedrático y revolucionario. En México intentó de nuevo traer la guerra a Cuba, pero se vio impotente. Enfermo, triste, desencantado, se acoge a la amnistía decretada por la reina gobernadora entonces de España, y volvió a Cuba, al seno de los suyos, al cariño de su madre anciana...


“Meses después, abandonó de nuevo su patria, peregrino indignado y rebelde, para dejar oír la clarinada de sus versos, de esos versos suyos que fueron a través de todos los tiempos, hasta la entrada de Cuba en la familia de las naciones, como el catecismo de nuestros deberes, y como la página inicial de la epopeya redentora, base y raíz de la República. Sus cantos, como vibrantes notas metálicas, repercutieron de cubano en cubano, despertando en todos amor por la libertad y odio por la opresión. Heredia es el primero en la legión de nuestros poetas, y uno de los primeros en la de los precursores de la independencia. Porque no se puede hablar de los que señalaron el camino a los héroes del 10 de octubre y 24 de febrero, sin que venga a los labios el nombre glorioso del cantor del Niágara. ¿No fue él compañero de Lemus, Peoli y Hernández en la intentona primera de nuestro honor? ¿No tronó contra los enemigos de su tierra, en estrofas apocalípticas? ¿No estuvo, en fin, buscando el modo de caer con la espada en la mano, frente a los tiranos de su tierra? Nunca olvidará Cuba, ni los que sepan de amor patrio olvidarán, al que no tuvo en la vida amor más profundo que la patria.


“La poesía de Heredia fue, durante medio siglo el alimento único de los cubanos rebeldes. El grupo de sus composiciones patrióticas constituyó por largo tiempo como el devocionario épico de sus compatriotas, dispersos por el mundo unos, acorralados otros por los soldados de la tiranía, prontos a saciar sus iras sobre sus pobres carnes. A Heredia nadie le puede arrebatar la honra de haber sido, en la aurora de la redención, el clarín sonoro a cuyas notas, si no despertaron los cubanos de su tiempo, despertaron al cabo otros que, más dichosos, lograron el triunfo, y con él la gloria de ver fundada la nacionalidad.


“Era Heredia de mediana estatura, delgado y de fisonomía agradable. Era vehemente. Y era buen hijo y buen amigo.


“En México, tierra grata donde tantos cubanos encontraron, durante su triste exilio, calor de propio hogar, murió el gran poeta. Que no supo -nuevo Horacio- de cantar natalicios y desposorios de señorones encumbrados, sino de predicar la necesidad de luchar y morir por la libertad plena del hombre. Allá, y en días tan inciertos como los actuales, dejó de existir el cantor de la catarata formidable...


“¡Sus restos! ¿Dónde están sus restos? Se perdieron entre la tierra húmeda. Muerto en Toluca, lo enterraron, siendo más tarde sus huesos trasladados al cementerio de la capital, donde no hallaron reposo, pues al querer visitar su tumba un amigo, se encontró que ya no existía, que se había vendido el terreno que ocupaba, y que seguramente lo que de él quedó fue arrojado sin piedad al osario de los humildes, de los pobres, de los que no tienen para su última reducción ni una urna de mármol, ni una caja de madera...!


“Tiene la humanidad gentes que rastrean, armadas de hierros, dispuestas a desgarrar y echar abajo cuanto encuentran alto. ¿Osarían contra el poeta egregio? No: la envidia sabe dónde muerde y puede vencer. Y sabe que no puede con Heredia. Su mordedura sería para él lo que la lengua de la serpiente para el bronce, lo que la ola para el peñasco solitario: una caricia...”



Más información sobre José María Heredia
Niágara de José María Heredia en la Literatura Cubana presentada en Damisela.com


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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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