Guije.com Máximo Gómez en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
Máximo Gómez en «Próceres». Bandera de Cuba.

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Máximo Gómez
en Próceres
por Néstor Carbonel

Máximo Gómez en «Próceres» por Néstor Carbonel.
Máximo Gómez
“Nació el 18 de noviembre de 1836.”
“Murió el 17 de junio de 1905.”

“En el olimpo de nuestros dioses, él fue Júpiter. Martí, el Apóstol, el que dictó a los cubanos el evangelio de la libertad. Máximo Gómez, el caudillo, el hombre de acción. ¿Quién sino él, nuevo Aquiles -con su valor y no con sus cóleras-, guió, a sangre y fuego, el ejército desarrapado de los libertadores, al triunfo, a la victoria? Hombre extraordinario, fue, en nuestras horas de lucha, pastor de héroes, y en nuestras horas de calma, cumbre de reflexiones. Sí, aquel fiero paladín de los derechos humanos, que sabía de caer a caballo, acero en alto, sobre el cuadro enemigo, también sabía de echar a volar, sobre el ala de las palabras, el pensamiento viril o la idea generosa. Leyendo lo que él escribió, nadie se lo imagina en el lienzo rojo de los combates, encarnando la guerra redentora, entre odios y sueños, júbilos y sacrificios. Leyéndolo, se le imagina un patriarca bíblico, enseñando a los hijos de su corazón el alfabeto de la existencia, el camino áspero del deber; camino que se repasa casi siempre con los brazos en cruz.


“No nació en Cuba: no era cubano de nacimiento. Pero, ¿quién lo era más de corazón? Nació en Baní, poética población de la República de Santo Domingo, la antilla heroica, grande por su gloria y por su constante martirio. Fueron sus padres, gente laboriosa y honrada. Un cura fue su primer maestro, quien le enseñó el secreto de las letras y de los números. A los diez y seis años, sentó plaza de soldado en el Ejército Nacional, saliendo a combatir a los haitianos que amenazaban invadir su tierra. Terminada esta contienda, volvió a su hogar. Más tarde se vio arrastrado por la vorágine de las guerras civiles. Y cuando llegó la descomposición de su país a tanto, que volvió a ser presa de la monarquía española, sirvió a Escaña, razón ésta por la que, proclamada una vez más la independencia, salió para Santiago de Cuba, a prestar allí sus servicios, como comandante del Ejército español. En Santiago de Cuba residió algún tiempo, hasta que, renunciando grado y empleo, pasó a la jurisdicción de Bayamo, para dedicarse a las faenas agrícolas.


“Sembrando con sus propias manos en aquella rica zona, supo que se conspiraba en favor de la independencia de Cuba, y fue conspirador. Así, cuando el 10 de octubre de 1868 tuvo noticias del levantamiento de Céspedes en la Demajagua, gozó intensamente, y el 16 del propio mes, siguiendo al poeta José Joaquín Palma, se alzó en armas. La primera acción de guerra en que tuvo participación, bajo la enseña redentora, fue en la que libraron las fuerzas de los Marcano y Donato Mármol contra una columna de setecientos hombres al mando del coronel español Campillo. Venía esta fuerza a atacar a Bayamo, en poder entonces de Céspedes, y era necesario evitar esto. Y se evitó. En esa acción inició Máximo Gómez las cargas al machete, fue él quien dio a conocer la eficacia del arma blanca entre los cubanos. Al organizarse la revolución en Oriente, fue nombrado segundo Jefe -el primero, Donato Mármol- de la jurisdicción de Jiguaní, Cobre, Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa. En el desempeño de este cargo sobresalió, organizando, disciplinando, peleando. Nombrado para suplir a Julio Grave de Peralta en la jefatura de Holguín, ataca a Samá, combate en Bijarú. A la muerte de Donato Mármol, es llamado a sustituirlo. Entonces ataca a Ti-Arriba y al cafetal El Cristal, e invade los territorios de Guantánamo y Baracoa, hasta entonces vírgenes de rebeldes. Todo con feliz éxito.


“Mandando esas fuerzas es que se mostró, en toda su pujanza, hombre de valor y de inteligencia. A su lado se revelaron, y se graduaron a la vez de grandes, Maceo y Calixto García, y otros jefes. Pero como no hay dicha completa, rosa sin espinas, satisfacción sin pesadumbre, por un motivo baladí, acaso por una intriga echada a volar por la maldad, que tiene anchos carrillos, fue depuesto de ese cargo por el Presidente Céspedes. Sin rebelarse, acata la orden, entrega el mando al entonces coronel Antonio Maceo, y con un puñado de fieles se interna en la montaña, se aleja del teatro de la guerra, del escenario donde el sol no dejaba de secar sangre y el viento de llevar quejidos, para ir, en comunión con la naturaleza, a decir sus cuitas al pájaro, al árbol y al arroyo. Sin mando permaneció hasta que, muerto Agramonte, se le llamó para reemplazar a aquel inmaculado caballero sin miedo y sin tacha.


“Obediente a lo dispuesto, pasa al Camagüey. Revista las tropas, huérfanas de su brillante Mayor. Encuentra en ella jefes tan aguerridos como Julio Sanguily, Henry Reeve (El Inglesito), Baldomero Rodríguez, Benítez González y otros tantos. Se da cuenta de lo que vale aquel cuerpo de ejército, y le habla y le anima. Poco después libra estas dos grandes batallas: La Sacra y Palo Seco. Luego, la de Naranjo y Mojacasabe, y por último, la de las Guásimas de Machado, una de las acciones más gloriosas de la guerra de los diez años. Concibe el plan de invadir las Villas, y las invade. Allí toma el Jíbaro, asalta a Río Grande, a Lázaro López; incendia a Marroquín, destruye la Herradura, Ranchuelo y Potrerillo...


“Vino luego el desastre: las flaquezas de la revolución; las divisiones de sus hombres de mando, y por último la caída en el malhadado Zanjón. Vencida la guerra, Máximo Gómez sale de Cuba, pobre, muy pobre, después de rechazar tentadoras ofertas que le hizo España. Vaga por Jamaica, Honduras, hasta que atraído por nuevas esperanzas, se pone al frente de otro movimiento, que fracasó al nacer. No era hora. Cuba estaba cansada, agotada, y los cubanos del extranjero comidos de egoísmo o enfermos de indiferencia. Desencantado entonces, huraño, llegó a Montecristi -lugar ya para siempre histórico,- donde se establece con su familia. Allí, labrando la tierra, arrancándole a la tierra, ingrata a veces, el sustento de los suyos, lo sorprendió la propaganda, la cálida propaganda que para preparar la nueva arremetida inició Martí junto con la fundación del Partido Revolucionario.


“Y cuando, meses después, se le escribe, proponiéndosele, en carta memorable, la jefatura de la revolución, acepta al instante. Su nombre, una bandera, fue sin duda la palabra de paso entre el elemento militar disperso. En los trabajos de organización, ayuda: prepara, escribe, da órdenes, llama a los subalternos, tienta a los descreídos, estudia el campo de la lucha, el escenario donde han de librarse los combates por la libertad. Y llega el 24 de febrero de 1895 y estalla en la isla la revolución. Martí, que después del fracaso de Fernandina estaba como loco, va en su busca, y a poco, en compañía de Paquito Borrero, Angel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario, y después de mil peripecias caen sobre las playas de Baracoa. Ya los Maceo se le habían adelantado, pero con él llegaba la cabeza de la guerra: su director. Días después de desembarcar, decide que se lleve a cabo la invasión.


“Asiste a la catástrofe de Dos Ríos, al eclipse de aquel astro inmenso. Pelea, organiza, pasa al Camagüey, ataca a Altagracia, al Mulato, a San Jerónimo. Ve desaparecer de su lado, y a diario, amigos y compañeros. Pero nada lo arredra ni lo detiene en su marcha, ni lo hace cambiar de propósito. Y entra en las Villas, y allí asalta al fuerte Pelayo y al de Río Grande. En San Juan se reúne con Maceo y siguen la marcha en combinación. Juntos derrotan al coronel Segura en Iguará y a Arizón en Mal Tiempo. Entran en la provincia de Matanzas y luego en la de la Habana. Se separan, y Maceo penetra en Pinar del Río mientras él se mantiene en la Habana, teniendo en jaque constante a la tropa enemiga. Vuelve, después de dejarlo todo previsto, a Oriente. Conferencia allí con Calixto García, que acaba de llegar al frente de una, expedición, y regresa a las Villas, donde establece su campamento en La Reforna, sitio donde se mantiene hasta la terminación de la guerra, hasta que los últimos cañonazos disparados en la loma de San Juan proclaman el triunfo de las armas cubanas, y con él la suspirada libertad.


“Terminada la lucha, Máximo Gómez fue para los cubanos, como árbol frondoso, como fuente de agua pura: maestro y padre. En el Vedado, rodeado de flores, exhaló el último suspiro. Como un santo murió: le acompañaron las lágrimas de todo un pueblo. ¡De un pueblo que en ocasiones parece haberlo olvidado!”



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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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