Guije.com Los Saltos del Hanabanilla en Esta es Cuba en la revista Carteles del 3 de Mayo del 1953.

Los Saltos del Hanabanilla en Esta es Cuba. Bandera de Cuba

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Los Saltos del Hanabanilla en Esta es Cuba

3 de Mayo del 1953
  Martí - Enero 1869
  Cirilo Villaverde
  Saltos del Hanabanilla
  Iglesia en La Habana
  Fuego de la Papelera
  Túnel del Almendares
  A Comer Sabroso


Los Saltos del Hanabanilla
en ¡Esta es Cuba!
en la revista Carteles

Presentamos el artículo “Los Saltos del Hanabanilla” por Anita Arroyo lo más fiel posible a como comienza en la página 55 de la revista “Carteles”, edición que circuló el 3 de Mayo del 1953.




“Los Saltos del Hanabanilla”
por Anita Arroyo

Cascada del Abanico en los Saltos del Hanabanilla
Cascada del Abanico en los Saltos del Hanabanilla

“¡Es increíble! ¡Cuba, una isla pequeña, que cabe casi en la palma de nuestra mano, y no la conocen todavía sus hijos! He ahí la razón por la que aun no la aman como se merece. Eso venimos sosteniendo desde hace tiempo. Hasta le pusimos de lema a un librito nuestro El Pájaro de Lata “conoce a Cuba para amarla”.


“Aun a nosotros, que hemos recorrido la isla varias veces, nos faltaba por visitar algo que todos hemos visto en una lámina de las geografías de Cuba, cuando éramos niños. Sabíamos solamente que se trataba de la cascada más alta de nuestro país: el salto del Hanabanilla. Pero hasta este hermoso accidente geográfico de la vida de un río joven y alegre, tiene mal puesto el nombre porque no es una sola, sino que son varias las caídas de agua que hacen de esta etapa accidentada de la vida del río, uno de los parajes más bellos y cautivadores de nuestra patria.


“Deberían en propiedad llamarse los Saltos del Hanabanilla. Llegar hasta ellos es toda una aventura, no obstante la proximidad del lugar a la ciudad de Cienfuegos. La falta de caminos para adentrarse en este escondido paraje de ensueño, hace casi imposible su disfrute. La carretera, que sale de Cienfuegos, sólo llega hasta un caserío llamado Barajagua. Desde allí hay que lanzarse a lo desconocido. Solamente los jeeps, con bastante dificultad, y los “comandos”, el vehículo más apropiado para la empresa, pueden seguir adelante por caminos que más bien son derriscaderos, enormes surcos o grietas anhelantes en la tierra. Dando tumbos, pero extasiados ante el paisaje, cada vez más vigorosamente estrujado, avanzamos a duras penas por una ruta zigzagueante que va trepando montañas, cruzando corrientes, en medio de una vegetación exuberante. La sensación de estar en pleno corazón de la selva tropical, se va apoderando de nosotros a medida que nos internamos más en la sierra. Las montañas del grupo de Trinidad son el escenario grandioso de la vida de este río joven, en plena adolescencia, que desciende, saltarín y juguetón, de la cima y las laderas de los montes, enriscados y selváticos. “Esta es Cuba”, pensamos, saboreando de antemano el inédito espectáculo. Esta es nuestra patria, en gran parte desconocida, olvidada, casi extraña para sus hijos. “Esta es Cuba”, parecían decir las palmas susurrando a orillas de las cañadas que atravesábamos a cada paso. “Esta es Cuba”, repetían los cafetales en otros tramos del recorrido, ya en plena montaña. Y el camino se hacía cada vez menos camino y más derriscadero. A veces era sólo un tosco surco abierto en la ladera de la montaña. “Esta es Cuba”, nos gritaba allá abajo el precipicio, ondulante mar de cañaverales a lo lejos, como en otro mundo del que nos alejábamos a cada vuelta del tortuoso sendero improvisado. Parecía hecho a golpe de carreta. Camellones enormes de tierra formaban en la angosta y accidentada senda un mapa en relieve de una región sumamente montañosa. Pero el “comando” avanzaba entre nuestros gritos, risas y exclamaciones. A veces, en las subidas más violentas, parecía detenerse a cobrar alientos, como una bestia cansada, pero en seguida oíamos resoplar los potentes caballos de su motor, y el enorme vehículo seguía, como en plena guerra, perforando la selva, proyectándose sobre los más gloriosos panoramas de nuestra patria. “Esta es Cuba”, repetíamos todos, admirados, y a la vez avergonzados de ser cubanos. ¡Qué por estos parajes de maravilla no haya una carretera, ni siquiera un mal camino! Que casi sea ésta, una de las más hermosas regiones de la Isla, una zona virgen, apenas explorada más que por los propietarios de las fincas que la forman. Cercas de alambre o de matorrales, es la única huella del hombre que vemos a nuestro paso. Y ganado paciendo en las laderas de los montes y hermosos cafetales. La feracidad y riqueza de estas tierras es prodigiosa. Lo pregona la hermosa vegetación de brillantez extraordinaria, los ricos sembrados. A uno y otro lado del atascadero que nos sirve de camino los vemos florecer y fructificar. El grano maduro de los cafetos, rojas manchitas de sangre salpicando la tupida floresta de arbustos verde oscuros, pone una nota de alegría en los ricos cafetales. ¡Cafetales de Cuba, cómo nos traen el olor de viejas historias cuando existían en nuestras lomas hermosos cultivos de esta aromática planta y sus dueños los rodeaban de lindos jardines, y en ellos se daban fiestas campestres llenas de colorido!


“Detenemos el comando para, sin necesidad de bajarnos, alcanzar desde él algunas fruticas. Las bolitas rojas parecían adornos de Navidad sobre los cubanos arbolitos. ¡Y qué fresca y grata sombra se respiraba entre ellos! El día estaba medio nublado y comenzamos a temer que la lluvia estropeara nuestros planes de fotógrafos. Ibamos cargados de equipos de cine y fotografía de todas clases, en blanco y negro y en colores, y hasta estereoscópicas, o de tercera dimensión. Pero las sombras también las producían los árboles coposos, lo tupido de la vegetación. Como trepados a ella, seguíamos ascendiendo. De pronto, después de atravesar una “talanquera”, donde abonamos a un campesino el derecho de entrada al lugar, un mirador rústico de cemento cubierto de guano y en su borde... “¡Aquí está Cuba!”, fue ya un grito unánime.


“Entre la elevación donde nos hallábamos y otra más alta enfrente, muy hondo, allá abajo, en medio de helechos y cañas, árboles hermosísimos y alguna que otra palma, formaba sus primorosas cascadas el Habanilla. ¡Qué un salto! Varios saltos, a cual más cautivador, aparecieron ante nuestra vista, desorbitada por la belleza escenográfica del lugar. Primero divisamos, hacia la izquierda del tosco mirador, una múltiple cascada, triple salto de aguas. El río desciende como por enormes escalones que ha ido formando la erosión de la misma corriente, de acuerdo con el grado de dureza o la clase de rocas que han encontrado las agitadas aguas a su paso arrollador. Entre el verde oscuro del paisaje vennos solamente las grandes camas de espuma y después la caída final, en una especie de poceta deliciosa, donde las aguas, cansadas de correr, se aquietan como si quisieran descansar. El verde profundo de la poza, al pie el salto circular, es, allá abajo, una esmeralda en un estuche de helechos rutilantes.


“Después, desviando la vista hacia la izquierda y buscando el origen de otro canto de aguas que se despeñan, divisamos, más abajo aun del curso del río, aunque a poca distancia del anterior, el salto mayor, el que traen retratado casi todos los manuales de Geografía. Es una caída considerable, hermoso aguacero de espumas que tiende un telón de blancura sobre el flanco verde de la montaña. Resultan dos saltos diferentes. Pero ambos espectáculos son igualmente hermosos. En seguida sentimos la ansiedad de aproximarnos a ellos y comenzamos el viaje de exploración a pie. Lo que hicimos entonces fueron proezas de alpinismo.


“El Salto del Abanico, así lo bautizaría yo, es una triple cascada que en tres sucesivos cambios de nivel, enormes escalones, se abre en forma de un gigantesco abanico de plumas blancas. El efecto, visto desde lo alto de un pequeño mirador natural que encontramos entre las rocas, es exactamente ése: el de un fastuoso abanico de albas plumas. Primero el río se estrecha y cae en forma de chorro grueso, individido, para dar el primer pequeño salto: es el mango blanco, de nácar refulgente bajo el sol, que insiste en ser pálido y suave, invernal. El curso avanza ensanchándose para, muy pocos metros después, volver a caer, esta vez abriéndose y dividiéndose su caudal en miles de hilillos de espumas: es el varillaje o base del abanico. Este segundo salto es bastante más alto que el anterior. Las aguas arremolinadas tropiezan y juegan entre piedras, en este segundo gran peldaño, para precipitarse, a poca distancia después, en la tercera caída de la cascada, completándose y abriéndose el hermoso abanico en un semicírculo perfecto. La espuma, convertida en nervios de largas plumas, desciende con tanta gracia, y el borde del salto es tan regular, que más bien parece obra de un artista, que ha seguido un diseño, que de la Naturaleza. Esta cascada es femenina. Da una impresión de muelle elegancia, de estudiado abandono. Es coqueta, cantarina, murmuradora y cautiva como una mujer, consciente de sus gracias. A ratos el inmenso, abanico de plumas, que nos recuerda aquellos “pericones” que llevaban nuestras abuelas a la ópera, se nos antoja también, fantaseando sobre su contemplación, una mantilla de encaje tendida sobre la agreste cabellera de la montaña. La montaña también es mujer y femenina. Cuando puede, echa mano de sus galas naturales y se viste de novia para enamorar mejor al sol, que no quiere acabar de salir a cortejarla.


“La otra cascada sí puede llamarse propiamente un salto. Porque cae en un solo desnivel. De mucha mayor altura, más agreste e impresionante, es en todo más varonil. El río cae directamente sin los regodeos reticentes, sin las femeninas contorsiones de la cascada del Abanico. Aquí sí se puede hablar de salto y de torrente. Las aguas se desprenden suavemente, pero, en seguida, chocan con enormes rocas y se levantan como un inmenso surtidor. El contraste entre los hilillos de plata cayendo sedosamente y el torbellino de espumas, que irrumpe en medio del salto, es hermosísimo. Pero la furia masculina del salto se aplaca pronto. Las aguas recuperan su serenidad y siguen corriendo sumisas para, último conato de pasión, ya contenida, caer en un pequeñísimo salto, cascada en miniatura que remata graciosamente, como un encajito blanco, el formidable espectáculo. La vegetación en torno es también más fuerte que la de la anterior cascada. Los árboles más grandes y corpulentos.


Cascada del Surtidor en los Saltos del Hanabanilla
Cascada del Surtidor en los Saltos del Hanabanilla

“Como si el marco en general armonizara con los caracteres más agrestes del Salto del Surtidor, como llamaremos a éste para distinguirlo del otro. Ese gran surtidor que forman las aguas al saltar en medio del torrente, lo convierten en una gigantesca fuente. Es que a pesar de su mayor vigor y más fuertes perfiles, ambas caídas de agua tienen mucho de obra artística. Parecen, en su conjunto, enclavadas en su paisaje, hechos por un arquitecto de jardines que hubiera podido contar con materiales tan maravillosos como los que utilizó aquí en su obra de perfección, el Supremo. Creador. En medio de su selvática ornamentación, todo el paraje es un, gran jardín colgado del flanco de la montaña. Un jardín de aguas y de verdes, un delicioso Paraíso digno de haber sido el primero de la creación, por lo menos el de la Eva taína. No hay en toda Cuba otro rincón de más recoleta belleza ni de más Cuidadoso esmero natural. Verdadero prodigio, los Saltos del Hanabanilla son un regodeo de la mano de obra de Dios. No falta en ellos ni el símbolo de la patria. En lo alto de cada uno, y situada en la margen izquierda, allá en lo alto, donde se precipitan las aguas, una esbelta y solitaria palmera repite: “Esta es Cuba...” Lo que verdaderamente desespera al contemplar tanta belleza escondida, es que casi ningún cubano haya podido llegar a esta región de ensueño que nos hace sentir, al mismo tiempo, orgullo e indignación. ¿Qué clase de pueblo somos que permanecemos de espaldas a la patria misma? Porque ¿qué es la patria si no la tierra, esta hermosa y privilegiada tierra que nos regaló Dios, sobre la que, cultivamos sólo el más falso y grotesco patrioterismo?


“Citando Martí pisó las tierras de Oriente, por la selvática región de Baracoa, muy parecida a esta de Trinidad, y sintió bajo sus plantas el suelo cubano, cuando se deslumbró su pupila ante la hermosura de nuestras montañas y se endulzaron sus oídos con la música de nuestros torrentes, que en aquella región, como en esta de las montañas de Trinidad, se precipitan desde lo alto de los montes, entonces fue cuando el se sumergió realmente en su verdadero mundo. Así palpita en las impresiones emocionadas de sus últimas cartas y apuntes de campaña, escritos en plena campaña, entre el fragor de los preparativos y la inquietud de la espera. Entonces fue cuando aquel hombre, que había encarnado lo mejor de nuestro pueblo, sintió de veras, ¡y con qué alegría!, porque al fin la tocaron sus manos, la hollaron sus plantas infatigables y la vieron deslumbrados sus ojos, los ojos de la carne, que los del espíritu no habían cesado de mirarla jamás la presencia de la patria.


“¿Por qué nosotros no nos dejamos de tanto hablar de el y pegamos el oído, como Martí pegó su corazón, a nuestra bendita tierra y la reconocemos, cultivamos y amamos? ¿No haríamos más obra de firme y decidido patriotismo abriendo caminos a esos lugares maravillosos donde vive la verdadera Cuba que aún tenemos que descubrir? Mostrando estas ocultas bellezas a propios y extraños, ¿no haríamos más patria, no nos haríamos más patriotas, en el verdadero sentido de la palabra, que haciéndole vacíos e inútiles y antimartianos panegíricos a Martí?


“Allí, entre aquellos montes, sentí yo al Apóstol como el quiere que lo sientan todos: como una fuerza viva, eternamente operante sobre nuestra realidad. Allí escuche su palabra, entre aquellas aguas que descendían purísimas de las cimas de las montañas. Creo que así le pasaría a todo el que llegara a estos parajes intocados, donde aun no han puesto su planta envilecida los hombres que medran con la patria.


“¡Saltos del Habanilla, algún día ustedes pregonarán el milagro de una Cuba descubierta, de una patria mejor, como la soñó Martí! Entonces no irán los que os visiten en “comandos” ni los viajeros tendrán que inventarles nombres a vuestros saltos de agua. Pero, mientras tanto, quizás tenga tiempo este joven río hasta de envejecer. Sus aguas se habrán serenado, cansadas las espumas de cantar siempre la misma canción: "¡Esta es Cuba!"”.




Diario de Martí de Playitas a Dos Ríos

La Ciudad de Trinidad y el Municipio de Trinidad



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Última Revisión: 20 de Enero del 2008
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