Guije.com Recuerdos de México en Folklorismo - Cosas de mi Tierra.

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Recuerdos de México
en Folklorismo
en Cosas de mi Tierra

Artículo en “Folklorismo” por Eduardo Sánchez de Fuentes editado en 1928 por Imprenta “Molina y Compañía”, Ricla, Num 55-57 en La Habana.


“Una vez que se toma el tren diurno del Ferrocarril Mexicano -a las 6 de la mañana- en la hermosa estación de Veracruz, construida frente a los muelles, y puestos ya en marcha hacia la capital, parece, en los primeros momentos, que se viaja por tierras de Cuba. Se ven a los lados de la vía las palmas altivas, los platanales, los mangos; una vegetación como la nuestra, atravesando el ferrocarril los arrabales de aquel puerto caluroso y polvoriento, semejantes a las afueras de nuestros pueblos de provincias.


“Poco a poco se va transformando el paisaje, hasta adquirir una fisonomía propia que no deja de ser tropical; contemplan los ojos del curioso viajero vastas haciendas, floridos vergeles, campos de maguey, hasta que, ya el sol en el cenit, comienza la maravillosa ascensión por las laderas de las inmensas montañas de Maltrata. Serpea el ferrocarril, que parece de juguete, por desrricaderos y túneles; aparece en el curso de la milagrosa subida, allá, en el fondo de un abismo, el paraje que minutos antes contemplaran nuestros ojos de cerca, con sus iglesias y caseríos diminutos; ciudad de liliputienses, dentro de la cual, la vía férrea se ve como estrecha cinta que se enrosca y se estira al conjuro de manos milagrosas. Portentosa obra de ingeniería es ésta de los mexicanos, que se comenzó a construir siendo Juárez Presidente de la República y se terminó en la época del general Porfirio Díaz.


“Luego que la doble locomotora, cuyas aceradas fauces resoplan como las del más potente monstruo, gana la ansiada altura, surge el inmenso llano por donde corre el tren, presuroso, libre de su anterior esfuerzo, hasta llegar a la ciudad encantada, como pudiéramos llamar a la capital azteca.


“Espectáculo original e interesante para el viajero, desde Maltrata en lo adelante, es ver a las descalzas indias, tocadas con sus rebozos azules, y a los indiferentes indios adornados con sus multicolores sarapes, en una policroma procesión paralela a los coches del ferrocarril, ofreciendo a los pasajeros piñas, mameyes, mangos, duraznos; el peculiar condimento de sus tortillas y tacos y la frescura de la leche acabada de ordeñar. Completa este cuadro, que sorprende al turista, la pincelada característica que ofrecen los soldados mexicanos, de tez cobriza, armados en banderola por sendas cartucheras y calzados con la característica sandalia.


“Llegada la noche, rinde el tren su larga jornada en la estación capitalina; abandónalo gustosa su heterogénea y bulliciosa carga, entre un tropel de agentes de hoteles, mozos de cuerda, montañas de equipajes, viajeros presurosos que tropiezan, al cabo, con sus familiares y amigos, y en cuyos rostros puede estudiarse la ansiedad de la espera y la alegría del retorno.


“¡México! Verdadero paraíso que atesora múltiples aspectos, ya en el centro de su populosa urbe, ya en sus barrios extremos de colonial leyenda; ora en la belleza insuperable de los campos que la rodean; ya en la augusta majestad de sus dormidos volcanes, centinelas que observan de lejos los latidos de la hermosa capital.


“San Angel Inn, Xochimilco, Guadalupe Hidalgo, las Pirámides, Chapultepec, el Parque Lira, ¡cuántos lugares encantadores! ¡Cuánta belleza y cuánta maravilla dentro de esa bendita tierra!


“Ya en la ciudad, que adornan magníficos edificios, amplias avenidas y cuidados parques, discurriendo por su: calles rectas y bien asfaltadas, sentía la sensación de encontrarme, por momentos, en Europa. A veces en París, otras en Madrid o en Barcelona, y no faltó un instante en que me pareció vagar por mi querida Habana.


“Pronto me familiaricé con el plano de sus principales arterias, y ¡cuántas mañanas pasearon mis ojos su ingénita tristeza por la aristocrática y concurrida avenida de Francisco Madero!...


“Es un ambiente fraternal, para nosotros los latinoamericanos, el que se respira en la patria de Nervo. Confieso que sin haberla visitado ya la conocía. Cierto que tengo grandes afectos en la cercana tierra, pues me honro con la amistad de mexicanos ilustres; pero a los pocos días de ser su huésped yo me sentía como en Cuba, y más de una vez tuve el convencimiento de que todo aquello que admiraba era para mí algo ya familiar, algo muy querido.


“Visite los principales centros de cultura. En la Preparatoria oí conferencias pronunciadas por mis predilectos hermanos Luis G. Urbina y Manuel M. Ponce; abracé en la Escuela de Bellas Artes a mi viejo amigo Alfredo Ramos Martínez; en el Conservatorio de Música y Declamación, a mi admirado colega Julián Carrillo; en el Consejo Cultural, al ilustre escritor Federico Gamboa; en el Palacio Municipal, a Miguel Lerdo de Tejada, popular compositor y cariñoso confrere; y en la calle, en el teatro, en el hotel, en todas partes, a tantos viejos compañeros, a tantos recordados artistas a quienes no veía desde pasados años!...


“María Luisa Escobar de Rocabruna, Soledad Matute, la señorita Centeno, Sierra Magaña, Tovar, Izaguirre, Chirino, Rangel, Rubén M. Campos, Lozano, Peón del Valle, Velasco, Esquivel, Bauche Alcalde y a mis camaradas insustituibles Núñez y Domínguez, Alfaro, Cabral, el vate Frías, director y redactores, respectivamente, de mi predilecto semanario Revista de Revistas. En la calle de Nuevo México, allí, en aquella sala de redacción donde tan agradables horas pasé, recuerdo siempre al bachiller Alfaro saltando con sus largas piernas como un grillo asustado, riendo la malicia de un chiste de Cabral, que con sus vivos ojos y su rápida frase hiriente, como daga florentina, es­candalizaba sin reparos, mientras Núñez y Domínguez, levan­tando sus miradas de las garabateadas cuartillas, desgranaba sua­vemente una jugosa y oportuna frase. Entonces aparecía el jaquet impecable del vate Frías, que tras los cristales parisinos de sus aristocráticas gafas lanzaba una mirada escudriñadora al peligroso grupo... La puerta del fondo se entreabría y asoma­ba la bella testa, blanca y rizada, de Manuel M. Ponce, que se acercaba desconfiado a nosotros, balanceándose sobre su cuerpo chaparro, como si su humanidad rimara alguna de sus últimas creaciones...


“De fiesta en fiesta, de agasajo en agasajo, pasaron mis días mexicanos. Entonces pude comprobar la hospitalidad incom­parable de aquella tierra de artistas talentosos y joviales que prestan a su hermoso país un ambiente de arte encantador, ad­mirado por todos los que alcanzan la dicha de conocerlo de cerca.


“Es notable que un pueblo que ha sufrido una tan larga guerra civil pueda ofrecer ya, ampliamente, un verdadero mo­vimiento comercial, una marcha ordenada y fructífera en el orden financiero, un desenvolvimiento artístico tan efectivo co­mo el que allí se admira, y es porque el patriotismo es el or­gullo del mexicano, y la evolución, al calor de este sentimien­to, se ha operado en corto plazo, para gloria de México y de su Presidente, Alvaro Obregón.


“Una serie de gobernantes jóvenes, llenos de talento, en­tusiasmo y buena fe, son los que han trazado el derrotero, y en corta fecha el completo desenvolvimiento de México en to­dos los órdenes asombrará a las demás naciones.


“¡Qué mucho que allí se estime y se les abran los brazos a los artistas extranjeros, si son ellos, nuestros hermanos, los primeros en respetarse; los más entusiastas en mantener instituciones tan importantes como el Consejo Cultural, que asesora al Ayuntamiento capitalino en todo asunto de arte; la Orques­ta Sinfónica del Conservatorio y tantas otras colectividades im­portantes que acusan un verdero progreso artístico!


“Sépase del recibimiento que acaba de hacer México a Gabriela Mistral, la insigne poetisa chilena; invitada para pro­nunciar unas conferencias en la capital, el Gobierno ha pues­to a su servicio una casa lujosamente amueblada, un taquígra­fo, un secretario, un automóvil y mil pesos mensuales para gas­tos particulares. Al maestro Enrique Soro, Director del Conservatorio Na­cional de Santiago de Chile, le acaba de costear la Secretaría de Bellas Artes sus conciertos, pagando la orquesta sinfónica que colaboró en sus fiestas y todos los gastos pertinentes a ellas; bondades y cortesías inolvidables que sabe tener el señor ministro José Vasconcelos con todos los representativos que vi­sitan aquella cariñosa, tierra.


“Lleguen a mis hermanos estas líneas sinceras, como un abrazo estrecho, con el afecto que sus nobles corazones supie­ron despertar en el mío.


“¡México! Ciudad de las flores y de los geniales artistas, ¡hasta luego!


“Habana, agosto, 1922.





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Última Revisión: 1 de Mayo del 2006
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