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Respuesta a un Ripostador: |
Los Verdaderos Compositores y |
Los Hongos Musicales |
por Ariel T. Nápoles |
Este artículo comienza en la página 73 |
de la edición de Bohemia, Cuba, del 13 de Octubre de 1957 |
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ROSENDO RUIZ ha salido a refutar el artículo que publicamos en estas páginas de BOHEMIA hace dos semanas sobre el estado actual de nuestra música popular. Aquel artículo, como recordará el lector, hacía hincapié en la necesidad de revitalizar el cancionero criollo, para despojarlo de sus dos grandes vicios ostensibles, que son el cosmopolitismo y la ñoñería. No había en él nada que pudiera considerarse ofensivo, ni deprimente ni falso, sobre nuestra música o nuestros músicos. Había, eso sí, mucho del ingrediente que acostumbramos a usar en nuestros escritos: la franqueza. Y se llamaba a las cosas por su nombre, como debe hacerse siempre que se escribe para el público y se pretende que nos entiendan claramente.
Pues bien, a pesar de esa claridad, el tal señor Ruiz nos sale ahora con turbias intenciones. Primero nos llama ignorantes. Después, asegura que somos el vocero del resentimiento. Y finalmente, como para que no podamos escapar de las pailas del infierno, declara que con esos argumentos en favor de la cubanización de nuestra música, no hacemos sino servir a quienes se han venido dedicando a explotar sindical o profesionalmente a los autores.
Todo, como se ve, muy duro, muy ofensivo, muy sin fundamento... y desde luego, muy lejos de la verdad. Pero no es esto sólo -la carencia de veracidad-, lo que hace inútil ese alegato. Después de todo, tonterías más o menos las lee uno en la prensa todos los días. Lo que a nuestro juicio le da carácter a ese escrito, repartido por todos los periódicos y publicado finalmente en la muy leída sección que redacta en BOHEMIA Don Galaor, es la habilidosa manera con que se evade en él la cuestión esencial que nuestro artículo planteaba, para caer en esos otros personalismos infecundos, o en esos tiquismiquis de café con leche que sinceramente no son dignos de tomar en cuenta. Si lo que cree el señor firmante, o quienes le acompañan en la tarea, es que escribimos aquel artículo porque conocemos personalmente a éste o aquel autor y le tenemos afecto o simpatía, u odiamos a éste o aquel otro y tratamos de inferirle un daño, se equivocan de medio a medio. No somos compositores. No nos movemos en el medio en que los compositores se mueven. No nos da frío ni calor que cobren o no cobren derechos (al menos en este caso, porque en otras ocasiones mucho que los hemos defendido). Y, desde luego, no somos ni seríamos capaces nunca, por todo el oro del mundo, de emitir un juicio tendencioso o falso, por presión amistosa o por intereses mercenarios.
Somos, simple y sencillamente un periodista que se ha cansado ya de tanta tonada barata, de tanta melcocha pseudo americana y de tanta vulgaridad y ripio rítmico, con que se ha venido sustituyendo en los últimos años a la gran música popular cubana. Lo que nos duele, no es que no se hable de Lecuona, de Anckerman o de Eliseo Grenet, mientras se les prodigan los más escandalosos y absurdos elogios a rascadores de guitarra o acariciadores del piano sin el más leve asomo de talento o la más ligera capacidad creadora, sino que haya en nuestro país rebajamiento tal de los nivele del gusto público y de la capacidad critica de la prensa para que tales cosas puedan ocurrir sin que nadie de un paso al frente y exprese su protesta. Porque el advenimiento de esa música floja decadente y facilona, no es un fenómeno aislado, ni tiene una sola consecuencia. Por el contrario, ocurre cuando el fondo de cultura popular de donde arranca toda creación artística ha entrado o se prepara a entrar en una profunda crisis. |
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Pero volvamos al punto de partida, que era el artículo que publicamos y la consiguiente respuesta.
En dicho artículo, nosotros expusimos tres razones clarísimas, tendientes a demostrar nuestro aserto de que la música popular (sobre todo el cancionero) ha caído de unos años a esta parte en un evidente bache. Estas tres razones eran las siguientes: 1). Los boleros y canciones han perdido carácter y valor musical. 2). La música popular (y esto ya abarca las llamadas formas de danza) es cada día menos criolla, por el abandono de los elementos rítmicos propios y de los timbres orquestales criollos, en aras de una novedad importada de las orquestas americanas. Y 3). Las letras de las canciones, boleros y guarachas son cada vez más flojas (y algunas francamente obscenas) porque los compositores actuales -en sentido general- no se toman el trabajo de asesorarse en este aspecto.
A estas tres razones, ¿qué contestó el contestón de marras? ¿Demostró que estábamos equivocados? ¿Aportó ejemplos para robustecer su tesis? Nada de eso. Se fue por la tangente, como se dice en lenguaje diario, pretendiendo defender a quienes nadie había ofendido y ofendiendo gratuitamente a quien no venía a oscurecer sino a aclarar.
Esto, claro está, no nos causó el más ligero asombro. Cubanos como somos, estamos acostumbrados a ver alzarse frente a la argumentación el insulto y frente al debate la pedrea. Más todavía: por ser periodistas y conocer de primera mano lo que es para muchos la materia publicitaria, sabíamos que esa reacción tendría que producirse. La prensa cubana, tan buena en sentido técnico, ha abdicado hace mucho tiempo del principal deber de toda prensa, que es el de criticar, ejerciendo el criterio. Esto, que es grave en sentido general, es mucho peor en lo que se refiere al ambiente de la farándula. Aquí no se admiten palos, sino bombos. Los compositores, como las actrices o los cantantes, están acostumbrados a los ditirambos irresponsables de los maestros de ceremonias, y creen que todo juicio ha de seguir el mismo rumbo. ¡Ay de aquel periodista que se atreva a decir que tal canción no es un hit, o que recuerda mucho a otra canción vieja, o que en definitiva se oye cantar y no pasa nada! ¡Pobre de él, si lo tienen cerca los afectados! Y si, como en este caso, no está cerca, lo mismo da. Porque por el papel llegan también los insultos y los improperios.
Pero, en fin, ese es el destino de quien escribe para el público. Siempre debe esperar que esto le pase, como espera el torero que lo coja el toro. Mas su deber, si cree tener alguno, debe estar por encima de toda consideración y a salvo de todo riesgo. Aunque ya sabemos que, en materia de periodismo, hay muchos que creen que su única obligación es estar a bien con todo el mundo. |
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El discrepante Ruiz, y los compositores que dice que lo secundan en sus pronunciamientos (Portillo de la Luz, Adolfo Guzmán, Frank Domínguez, Luis Yáñez, Agustín Ribot y Ernesto Silva), no responde a nuestro emplazamiento, pero hace por el contrario algunas afirmaciones gratuitas. Se las contestaremos, aunque sólo sea para no emplear su mismo criterio de irnos por los cerros de Ubeda.
La primera ésta, textual: “Puede afirmarse -dice- que cubano es todo aquello que surja en nuestra Isla y represente nuestro carácter, costumbres, inquietudes y sensibilidades. Así, pues, consideramos que toda expresión musical popular de ayer, hoy o mañana, inspirada por nuestros coterráneos, puede sin temor alguno llamársele cubana.”
Cierto. Pero ¿pueden decirnos estos señores qué diferencia hay entre la música que componen algunos de los firmantes y los boleros mexicanos de Agustín Lara?
¿Son cubanas esas melodías cabareteras, "escritas como fondo a los arrullos sensuales de las parejas, que se oyen todos los días por la radio y la TV?
La segunda argumentación del argumentador es ésta: “Los medios de relación y comunicación han ido derrumbando las murallas folklóricas de los pueblos, produciendo la internacionalización en todos los sentidos de la vida. La música no podía ser una excepción. Igual fenómeno ocurre con la música popular española, mexicana o argentina”.
Esto, más le valía no haberlo tocado al señor Ruiz. Porque disparate mayor no se había oído en mucho tiempo. Creer que porque el avance del progreso nos hace usar a los cubanos la penicilina, que se inventó en Inglaterra, o a los chinos comer azúcar, que se produce en Cuba, creer que, por esto -repetimos- sea necesario que la música folklórica inglesa se haga un potaje con la cubana, o que la guajira criolla tenga acentos chinos, es puras ganas de disparatar. La música popular se divide en dos vertientes definidas: la puramente popular, que afluye a los medios de divulgación al uso-radios, plantas de TV, cine, discos, y la folklórica, que se reservan los pueblos para sus emociones más íntimas y puras, como las grandes festividades religiosas, los bailes campesinos y, en algunos pueblos, ciertos ritos. Pretender que la música popular se mantenga en un estado de pureza, como puede mantenerse la folklórica, sería un absurdo. Todos sabemos que la variedad de los instrumentos con que se ejecuta, la diversidad de lugares donde se escucha y el mismo público a quien va dirigida, acaban por influir en sus formas específicas, alterando su contenido. Pero esto es una cosa, y abogar por, esa híbrida, incolora y estéril internacionalización, otra muy distinta. Nadie quiere encontrar en una guaracha, en un bolero o en una guajira la pureza de líneas o la riqueza armónica que puede haber en un toque de santo o en los cantos litúrgicos que, por ejemplo, tan magistralmente ha ordenado, coleccionado y cultivado el maestro Obdulio Morales. Pero a nadie que sienta estéticamente a su país, a nadie que sepa qué cosa es lo cubano, y a qué sabe, le agrada ver calificada como “música cubana” esa bazofia de mal gusto que se oye como “hits” del momento todos los días.
Ya lo dijimos en el otro artículo. No queremos una cubanidad musical forzada, ni creemos que sea necesario, para hacer sentir a la patria en música, llevarla hasta las márgenes del Cauto, como la llevaba en su poesía el Cucalambé. En Cuba hay nuevas formas de vida social, nuevos aportes inmigratorios, nuevas caras, nuevos modos de vida, y todo eso pasará finalmente a la música como a cualquier otro arte popular. Pero pasará como debe pasar, por un cauce nativo, cernido finamente a través de la idiosincrasia nacional.
Al señor Ruiz, que puede tener quizás un interés político o sindical en la música cubana (no lo aseguramos) le parecen grandes compositores Orlando de la Rosa, Julío Gutiérrez, Fernández Porta, Juan Bruno Tarraza u Osvaldo Farrés. A nosotros, francamente, la mayor parte de las “creaciones” de estos genios no nos dan ni frío ni calor, y las cambiaríamos sin mucha vacilación todas juntas, por una buena canción criolla de Carlos Puebla. Aunque, en realidad, preferimos, siempre que se puede, no hacer referencias de tipo personal que pueden parecer molestas.
En definitiva, ni yo podré convencerlo a él, ni es fácil que él me convenza a mí. Para el señor Ruiz -ya él lo dijo- música cubana es todo lo que se escriba en Cuba, y música buena toda la que se toque en radios, estaciones de televisión y cabarets. Desde su punto de vista, quizás tenga razón. ¿No ganan dinero esos compositores que él menciona? ¿No están sus fotografías en todas las revistas y periódicos? ¿No son considerados grandes autores por todo el mundo? ¿Pues qué entonces? ¿No habíamos quedado en que el triunfo sólo le llega a los grandes?
En fin, que el tema es largo y el espacio se va estrechando. Nuestro argumentador mezcla en la ensaladilla de su alegato cosas tan distintas como la música culta, la música popular, las armonizaciones (él les llama arreglos) y la música popular de canto con la de baile. De todo ello se podría hablar con más calma y quizás lo hagamos otro día. Para esa fecha, le demostraremos por qué Pérez Prado es un músico creador y Chico O'Farrill no; le enseñaremos dónde está la cubanidad de Harold Gramatges, en qué falla Ruiz Castellanos y cuál es el verdadero mérito de la obra de Ardévol; le hablaremos de los timbres de la orquesta, consecuencia directa de la armonía, para que sepa que si es cierto que la armonía es universal, el modo de emplearla de cada compositor (y dentro de la música popular de un grupo de compositores), puede permitir que se hable de “armonizaciones americanas”, o decir, en menos palabras, que Gershwín y Stan Ken pertenecen a una misma familia. Le mostraremos al señor Ruiz todas estas cosas y algunas más, aunque sabemos que no lo habremos de convencer.
Por una razón sencilla: porque él habla de acuerdo con sus amistades y conveniencias -no desde un ángulo de cultura, y su posición es invariable, como lo es todo aquello de lo cual dependen los intereses. |
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