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Cabolo

Allá en Cuba, como en muchos otros lugares de América Latina, a las personas cortas de entendimiento no se les menospreciaba. Es cierto que se les apodaba, y en muchos casos el vocablo bobo se usaba. Pero siempre el cariño popular hacia ellos era excesivo.

Otra costumbre de la Cuba que recordamos, la cual nos afectaba a nosotros directamente, era todos los días ir a jugar tan pronto se terminaban las clases. Si existía un terreno de baseball en las cercanías, pues allá nos íbamos los muchachos. Sino, en las calles y plazas se improvisaba alguna actividad. Lo importante era estar fuera de la casa, haciendo algo o nada. Recordamos el verbo “mataperrear”, el cual nos lo aplicaban las muchachas cuando nos perdíamos.

Como no era costumbre torturar a los que no podían aprender a leer o escribir, a los que por su entendimiento no eran capaces, pues simplemente no tenían que lidiar con los tormentos de la escuela. Y aunque ellos no se pasaban todo el día afuera, sí tomaban parte en las importantes obligaciones del callejear.

Muchas veces algún carpintero o pintor adoptaba durante las horas de trabajo una de estas personas de poco razonamiento. No era tanto la ayuda, pero por lo menos ellos pasaban las horas ocupados y desarrollaban el sentido de responsabilidad. Y el mentor, hacia algo útil por la patria.

En la ciudad de San Juan de los Remedios, de donde proceden nuestros antepasados paternales, vivió un joven llamado Cabolo. Este tal Cabolo no era mala persona pero no razonaba bien. Por tanto caía en la categoría de bobo, que no sabemos porque les llamaban así cuando en realidad eran más pícaros que el más inteligente.

Un dentista, que no recordamos su nombre, le permitió ayudarle en su consulta. Cabolo llegó a ser tan eficiente que el doctor le dejó usar una bata blanca, similar a la de él. Y sobre el bolsillo le bordaron su nombre, como era la costumbre.

En Cuba a las personas que vivían en el campo, fuera del pueblo, y que por lo general cosechaban la tierra o atendían el ganado se les llamaban campesinos. Claro siempre había quien prefería usar la palabra guajiro. Lo cual era una ofensa para muchos y la verdad a mucha honra para otros, porque según ellos, quería decir el más importante. La ironía es que tenían toda la razón de acuerdo a los libros del lenguaje. Entrando en definiciones más detalladas para el beneficio de los que no son cubanos: si esta persona del campo era mujer, claro está, se le decía guajira y si el guajiro era grande, fuerte, y algo brutón, entonces le llamaban “guajiro macho” y ahí ya la cosa sí era bien seria.

Un día estaba el dentista en su consulta cuando llegó un guajiro macho con dolor de muela. El doctor lo fue a reconocer pero el paciente se negó a que le mirara dentro de la boca. -“Si quiere que lo cure me va a tener que dejar verle los dientes” le dijo el doctor.

El guajiro lo miró y contestó en no muy buena forma. -“Claro que me tienen que mirar los dientes para sacarme la muela” Y cuando una de esta gente se ofuscaba, su voz estremecía las paredes. Entonces añadió -“Pero sólo el médico me va a meter la mano en la boca”.

El dentista, sorprendido, le explicó que él era el único doctor en la consulta. Y el guajiro afirmó que no era cierto. Unos meses antes ya se había sacado una muela allí y estaba tan contento que no se dejaba ver por más nadie que su médico. La discusión siguió y cuando los dos ya estaban acalorados, entró en la sala el diligente Cabolo luciendo su bata blanca. El guajiro replicó -“Doctor que bueno que llegó, este hombre quiere acabar conmigo”.

Resulta ser que todo era cierto. Unos meses antes el señor había visitado la consulta, aparentemente cuando el doctor no se encontraba. Cabolo, que o tenía una tuerca suelta o le apretaba, le metió mano al pobre hombre. Parece que hizo buen trabajo porque el guajiro sólo se dejó tocar en presencia de Cabolo.



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Última Revisión: 1 de Julio del 2003
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