Guije.com Domingo Figerola-Caneda, Fundador y Mecenas de la Biblioteca Nacional en la revista Carteles que circuló el 27 de Enero de 1952

Domingo Figerola-Caneda en Carteles del 27 de Enero de 1952, Cuba


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Domingo Figerola-Caneda, Carteles del 27 de Enero de 1952


Domingo Figerola-Caneda
Fundador y Mecenas de la Biblioteca Nacional
por Cristóbal de La Habana

Tratamos de reproducir el artículo “Domingo Figerola-Caneda, Fundador y Mecenas de la Biblioteca Nacional” por Cristóbal de La Habana lo más fiel posible a como aparece en la revista Carteles, publicada en La Habana, Cuba, el 27 de Enero de 1952. Hacemos arreglos mínimos para actualizar la acentuación ortográfica.



Domingo Figerola-Caneda, Fundador y Mecenas de la Biblioteca Nacional
“Por Cristóbal de La Habana

El ilustre patriota, historiador y bibliógrafo, Domingo Figerola-Caneda, fundador y primer director de la Biblioteca Nacional, a la cual donó los primeros tres mil volúmenes de que ésta pudo disponer al ser abierta al público en 1901.

“Fue Figarola-Caneda el primer director de la Biblioteca Nacional, al ser fundada ésta el 18 de octubre de 1901 por el gobernador militar norteamericano general Leonardo Wood, a iniciativa del ilustre patriota y revolucionario Gonzalo de Quesada y Aróstegui, abriéndose al público ese establecimiento con el donativo que como primer fondo tuvo la Biblioteca, hecho por el propio Figarola-Caneda, de unas tres mil piezas, obras cubanas en su mayoría.


“Como director la rigió hasta noviembre de 1918, en que se le designó para trabajar en una comisión relacionada con reformas que se proyectaron para ese organismo, renunciando definitivamente al cargo en 1920. Durante los primeros años de su dirección destinó parte de su sueldo de $125.00 mensuales a la compra de libros y revistas para la Biblioteca.


“No pudo ser rica en satisfactorios resultados la labor de Figarola-Caneda durante el tiempo que permaneció al frente de la Biblioteca Nacional, porque siempre tropezó, como después le ocurrió a su sucesor el doctor Francisco de P. Coronado, con el abandono, la indiferencia y hasta la hostilidad que nuestros gobiernos republicanos han tenido, salvo tan honrosas como contadas excepciones, para cuanto signifique mejoramiento y progreso educativos y culturales.


“Ha gozado Cuba de épocas de riqueza y prosperidad; se ha derrochado el dinero a millones en obras imaginarias, inútiles o dispendiosas; han pasado por la presidencia ciudadanos que presumían de intelectuales y cultos; han desfilado por la Secretaría de Instrucción Pública primero, y luego por la misma dependencia, designada con el más pomposo nombre de Ministerio de Educación, algunas figuras a las que el vulgo, tal vez por oírselo repetir a ellas mismas o a sus amigos y protegidos, calificaba de consagrados... y jamás ha habido el más pequeño recuerdo, ni la más mínima atención para la Biblioteca Nacional. Rectificamos: el recuerdo y la atención constante que, presupuesto tras presupuesto, han tenido todos nuestros gobiernos para la Biblioteca Nacional han sido éstos, inalterables: disminuir su dotación y rebajar las cantidades para pago de personal y servicios de materiales, compra y encuadernación de libros, y compra de periódicos. Hasta la revista que en 1909 comenzó a publicar Domingo Figarola-Caneda, sólo alcanzó su cuarto año de publicación, no regular, porque se despojó a la Biblioteca de la imprenta donde se editaba, gracioso donativo de la señora Pilar Arazoza de Muller, y no se incluyó después, en presupuesto, cantidad adecuada para el sostenimiento de dicha revista, hasta que, su actual directora, la señora Lilia Castro de Morales, logró reanudar su publicación en el mes de abril de 1949. Y en el año de 1933, un militarote energúmeno que se hallaba al frente de la Policía Nacional desalojó violentamente la Biblioteca -con la amenaza de echar sus fondos al vertedero- del edificio de la antigua Maestranza de Artillería, donde se encontraba instalada desde el 17 de julio de 1902, para construir en dicho lugar un ridículo castillo de crocante, con destino a la jefatura de ese cuerpo policiaco.


“Figarola-Caneda inculcó y mantuvo en nosotros, los que fuimos sus más íntimos amigos, con el amor a los libros, el amor, también, por la Biblioteca Nacional. Y de tal manera arraigaron en nosotros ese interés y esa preocupación constantes por el engrandecimiento de esta institución de cultura que, cuando comprobamos la inutilidad de los esfuerzos que aisladamente se habían realizado en diversas épocas en favor de la Biblioteca Nacional, decidimos agruparnos, para actuar en forma colectiva, y de acuerdo con las leyes de la República, cerca de las autoridades correspondientes, a fin de que terminase la intolerable situación que siempre ha sufrido la Biblioteca Nacional y ésta alcanzase el necesario grado de perfeccionamiento, tanto en su local como en los servicios que deben prestar esta clase de instituciones en ciudades capitales de la importancia de La Habana; y en consecuencia, fundamos, en 1936, la sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional.


La estantería de cedro y caoba que, en el viejo edificio de la maestranza de Artillería, tuvo la Biblioteca Nacional, en los tiempos de Figerola-Caneda. Esos estantes fueron arrebatados a la Biblioteca para construir con sus maderos estanterías para el Capitolio Nacional.

“Entre los motivos de la fundación de la misma, que entonces dimos a la publicidad, y figuraron como prefacio de nuestro Reglamento, afirmábamos:


“"Es forzoso reconocer que la Biblioteca Nacional ha estado hasta ahora casi totalmente abandonada, sin que de ella se ocuparan nuestros gobernantes en la época llamada de la danza de los millones, durante la guerra mundial, ni tampoco en los tiempos de gran desarrollo de las obras publicas en toda la Isla, en la época de la dictadura machadista. Muy por el contrarío, en este último período, mientras se derrochaban millones de pesos en obras de lujo y ostentación, la Biblioteca Nacional fue materialmente destrozada y puesta en ruina, con el pretexto de que en el lugar donde estaba, la antigua Maestranza de Artillería, iba a ser levantado el palacio de Instrucción Pública; aunque en realidad no fue esto más que un pretexto para aplazar una vez más la construcción del edificio que reclamaba la Biblioteca Nacional, teniendo que ser guardados miles de libros en cajas de madera, muchas de las cuales, depositadas en el edificio de la antigua Cárcel, fueron destruidas por un incendio, perdiéndose varios millares de valiosos volúmenes."


“Uno de los defectos característicos de los intelectuales, de todos los países y de todos los tiempos, ha sido un agudo egoísmo individualista.


“Encerrados en la torre de marfil de sus elucubraciones literarias, artísticas o científicas, el mundo que les rodea apenas suele existir para ellos. La ventura o la desgracia de sus semejantes les es indiferente, a no ser que utilicen una u otra como material de laboratorio, como caso merecedor de investigación y de estudio. Y son muy raros los intelectuales que ponen su talento y su cultura al servicio de la humanidad; tan raros, que cuando así ocurre en nuestra patria -con un Martí o un Finlay- sus nombres refulgen en la historia de su país como apóstoles, héroes, mártires o benefactores excepcionales que constituyen el máximo orgullo de su pueblo y la gloria también del mundo civilizado.


“Este nocivo individualismo de los intelectuales llega al extremo de sustraer al bien público elementos promovedores de educación y cultura, tan útiles e indispensables como son los libros, los documentos, las obras de arte, los objetos o reliquias históricas.


“Así, permanecen durante años y años, avaramente guardados para uso exclusivo personal de los intelectuales que los poseen, y sin provecho alguno para el pueblo, bibliotecas, archivos, museos. Y sólo algún desastre económico, o la muerte de sus poseedores, es lo que provoca que estos o sus herederos se decidan a desprenderse de los tesoros que poseían; pero aun en estos casos, por lo menos en nuestro país, resulta muy difícil que con tales tesoros se enriquezcan bibliotecas, archivos o museos públicos: lo frecuente es que otros intelectuales, no menos individualistas, los adquieran para sepultarlos, igualmente, en la cueva inaccesible de sus estudios o gabinetes, permaneciendo, así, todo este precioso material sustraído, a veces por siglos, al acceso público, a toda utilidad para las clases populares y, también, para el mejor desarrollo de las letras, las artes y las ciencias.


“Ese egoísmo individualista de los intelectuales resulta extraordinariamente más nocivo en países como el nuestro que carecen de bibliotecas, archivos y museos de carácter público que merezcan el nombre de tales. Y bien puede afirmarse que una de las causas del gravísimo estado de analfabetismo e incultura en que vive el pueblo cubano desde los tiempos coloniales hasta los días presentes, es esa falta absoluta de instituciones educativas y culturales, tan imprescindibles en todo pueblo civilizado contemporáneo como son bibliotecas, archivos y museos.


“Y aun ocurre algo más lamentable: que en épocas diversas han sido saqueados por intelectuales, para su provecho personal, los pocos museos, archivos y bibliotecas públicos existentes en Cuba; y en otros casos, los fondos de las bibliotecas, archivos y museos particulares han ido a parar, en vida o a la muerte de sus dueños, a manos extrañas, a otros museos, archivos y bibliotecas, pero no de Cuba, sino de los Estados Unidlos o de Europa.


“Figarola-Caneda poseyó la virtud opuesta a ese que bien podemos calificar de gravísimo vicio.


“Comenzó, como ya he dicho, por dar sus libros para que pudiera fundarse la Biblioteca Nacional.


“Después, tuvo su biblioteca privada, pero en ella no había una sola obra que no poseyese la Biblioteca Nacional, de manera que jamás adquirió un libro para sí, si este no estaba ya en la Biblioteca Nacional; y cuando se daba el caso de que alguien le dedicase una obra nueva, pedía otro ejemplar para la Biblioteca Nacional o donaba a esta el que le habían regalado.


“Su archivo se componía de aquellos documentos o fichas recogidos para escribir las obras que proyectaba, y, bien entendido, aquellas piezas nunca procedían de archivos o bibliotecas oficiales.


“No fue acaparador egoísta de libros y documentos. Unos y otros estaban siempre al servicio de cuantos amigos y conocidos, acudían a el en consulta de algún dato u orientación para escribir un trabajo. Solo exigía seriedad en la investigación y redacción del artículo periodístico o del libro. Y si el lema lo merecía, incitaba al demandante a agotarlo, ofreciéndole su ayuda, para que llevase a cabo un trabajo acabado, exhaustivo, sobre aquel personaje o acontecimiento histórico.


“Me enorgullezco de haber aprendido correctamente esta admirable lección de noble desprendimiento que dio, con su ejemplar conducta como intelectual, Figarola-Caneda.


“Así, cuando en 1939, logré que el entonces alcalde de esta capital, Antonio Beruff Mendieta, acomodase un local en el Palacio Municipal para la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, a mi cargo, donde además del trabajo de publicaciones, sería instalado el Archivo Histórico Municipal, juzgué llegado el momento oportuno, con el pensamiento puesto en el ejemplo de Figarola-Caneda, de poner mi biblioteca particular al servicio del pueblo, en uno de los salones del nuevo local que en la planta baja de la Casa de la Ciudad se me había proporcionado.


“Participé la idea a mis compañeros de los Amigos de la Biblioteca Nacional y todos la encontraron excelente, aunque con una importantísima ampliación: que también sus bibliotecas particulares fuesen puestas al servicio del pueblo.


“Pero únicamente se disponía de muy reducido espacio. ¿Cómo resolver el problema? Muy sencillamente; la biblioteca estaría integrada: a) por libros depositados de manera permanente en la Oficina del Historiador de la Ciudad, y que, al efecto, serían facilitados por éste de los que posee en su biblioteca particular; b) por libros pertenecientes a las bibliotecas privadas del Historiador y de los demás compañeros de la sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional, quienes, por medio del Historiador de la Ciudad y en su Oficina, ponían sus libros, siempre que fuesen solicitados por los lectores, encargándose la Oficina del Historiador de enviar a recoger y devolver las obras en esta forma pedidas; y c) por libros pertenecientes a las bibliotecas privadas de otras personas que al efecto los ofrecieron, previo informe aprobatorio del Historiador de la Ciudad.


con los ridículos créditos que siempre han figurado en presupuestos para la Biblioteca Nacional, sólo era posible a Figerola-Caneda conservar en la forma que aparece en esta fotografía las publicaciones periódicas que poseía la Biblioteca.

“Esos intelectuales facilitarían sus libros. El Municipio de La Habana, el local y los empleados.


“El Historiador de la Ciudad sometió esta idea al alcalde doctor Antonio Beruff Mendieta, quien la aprobó, creando oficialmente la Biblioteca por decreto número 152, de fecha 6 de junio de 1938.


“La Biblioteca fue inaugurada en la mañana del 11 de junio de 1938, con la asistencia de las más destacadas personalidades de nuestro mundo intelectual. Pronunciaron breves palabras alusivas al acto el alcalde doctor Beruff Mendieta, el doctor José María Chacón y Calvo, director de Cultura de la Secretaría de Educación, y los historiadores Enrique Gay-Calbó y Emeterio S. Santovenia.


“Poco después de la inauguración de la Biblioteca Histórica Cubana y Americana, el señor Valentín García, dueño de la librería Minerva, en esta capital, ofreció facilitar, para su consulta en la Biblioteca, todas aquellas obras existentes en su establecimiento que no se encontrasen en las bibliotecas particulares de los intelectuales, que habían hecho de ellas prestación generosa para uso y estudio del pueblo de La Habana.


“Ante el éxito alcanzado con ese experimento de socialización de bibliotecas privadas, al fundarse en mayo de 1940 la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, sus miembros se impusieron la muy grata obligación de poner sus bibliotecas particulares al servicio del público a través de la Oficina del Historiador de la; Ciudad de La Habana, lo que desde entonces se ha llevado fielmente a la práctica, tanto en el primitivo local que tuvo dicha oficina en la planta baja del Palacio Municipal, como después en el que en 1941 le concedió el alcalde doctor Raúl G. Menocal en los entresuelos de dicho edificio, y desde 1947, en el que se encuentra instalada, por iniciativa y realización del alcalde señor Nicolás Castellanos Rivero, en el Palacio de Lombillo, de la Plaza de la Catedral.


“En junio de 1948, la Biblioteca recibió un cuantioso y rico donativo, especialmente en obras cubanas, del doctor Raúl de Zárraga.


“Y en distintas ocasiones ha sido enriquecida con aportes de obras cubanas e hispanoamericanas por el señor Víctor M. Heres.


“Véase como aquel donativo que de sus libros hizo en 1901 Domingo Figarola-Caneda al pueblo de su patria, y gracias al cual pudo fundarse la Biblioteca Nacional, tuvo al cabo de los años extraordinaria proyección en la Biblioteca Histórica Cubana y Americana "Francisco González del Valle".


“Bibliógrafo, bibliófilo, y bibliotecónomo eminente, los libros para él no eran una ficha, una tarjeta o un hueco en un estante, ni representaban el pretexto para encasillarse en una nómina del Estado. Ni era tampoco un coleccionista de volúmenes, sin más mira que el objeto en sí coleccionado. Muy por el contrario, los libros eran parte intrínseca de su propia existencia, casi podría decir que su razón de ser. Los quería, como hermanos, como amigos; y también los consideraba como enemigos, pero enemigos a los que es necesario conocer bien para librarse de sus ataques, no ya en el orden personal, sino en lo que a la patria se refería. Y para aquellos libros que se le dañaban, o dañaban sus figuras próceres, tenía la misma intransigencia y combativa actitud que siempre guardó -como manbí irreductible- para los gobernadores de ingratos recuerdos -Vives, Tacón, Concha, O'Donnell, Weyler-, o para los cubanos traidores y vendepatrias. En la Cámara de Representantes se le censuró que la Biblioteca no tuviera catálogo. Incierto, aunque no lo tuviera completo, porque imposible era tenerlo al día con el escasísimo personal de que siempre pudo disponer. Pero es mentira inadmisible que a quien a la Biblioteca Nacional acudiese en busca de una obra no se la sirviese, si allí se encontraba. Don Domingo -Madame o Carlitos Villanueva, sus auxiliares eficientísimos- podían ir a buscarla a ciegas, sin la menor vacilación. Y Figarola-Caneda sabía, además, la pequeña historia de ese volumen, la biografía de su autor, y si el lector estaba dispuesto a escucharlo, conocería el juicio que le merecía la obra. ¡Ah!, y si era un libro cubano... Véanse en estas líneas de la carta que escribió a su amigo y mi amigo, el ilustre historiador Gerardo Castellanos, al recibir un ejemplar de su obra Andanzas y atisbos, en el que dedica un capítulo a Figarola-Caneda, cuáles eran para él los "libros cubanos" y cuánto los amaba.


“"Todo el libro de V. es un libro cubano, donde palpita junto a la verdad el sentimiento patrio, donde a los que se han ido no se los olvida, sino se les recuerda y se les juzga merecidamente, para constante ejemplo de todos aquellos que les deben la patria libre y soberana, muy lejos de España, pero muy lejos, muy lejos. Como el de V. son los libros que debieran publicarse siempre, para enseñanza y provecho de los cubanos, quienes no deben olvidar que entre sus obligaciones primordiales habrá de contarse siempre el conocimiento exacto y detallado de la historia de su independencia".”



La Biblioteca Nacional y el Castillo de la Fuerza en Carteles del 15 de septiembre de 1957.





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