Ninguna provincia de Cuba ha dado a la independencia más mártires que Las Villas. Miró Argenter las llamó “corazón del país” en párrafos bellos, y Ramiro Guerra ha dicho que “ninguna región de Cuba supera a los villareños en heroísmo ni en espíritu de sacrificio”. En efecto, de los asambleístas de Guáimaro, además de Céspedes y Agramonte, los únicos que cayeron peleando en la Guerra del 68, fueron los seis delegados villareños. Viene la Guerra Chiquita del 79 y el brazo de los hijos de estos lares es el último en rendirse. Se desencadena nuestra última gesta redentora y la provincia entera se vuelca animosa.
En la lucha, uno de los que más se distingue es Leoncio Vidal Caro. Había nacido en Corralillo el 12 de septiembre de 1865. Los primeros años de su juventud los pasa en Barcelona (España), donde residen algunos familiares (uno de ellos era el famoso general Mola, que junto al siniestro Franco hizo la última guerra civil española y luego pereció en un accidente de aviación). |
De regreso a Cuba, Leoncio Vidal se consagra activamente a la política autonomista en el término de Camajuaní. Pero en este Partido dura poco. Los chambelanes del opresor no pueden ser tomados como guías, precisamente cuando junto a ellos otros espíritus se yerguen retadores. De ahí que, como otros tantos militantes, tan pronto estalla la Revolución, Vidal se lanza al campo de la guerra. Todo lo sacrifica para cumplir lo que para él constituye su más alto deber patriótico.
En febrero de 1896 se une a otras fuerzas que marchan a Vueltabajo, volviendo poco después a su territorio de Villaclara. Sus actividades de guerrero las va anotando en su “Diario de Campaña”, que señala las innúmeras acciones en que toma parte. Es un hombre temerario que se encima sobre la muerte a cada minuto. En lo más recio del conflicto, cuando Weyler en Las Villas movía sus columnas por todo aquel territorio, Leoncio Vidal asalta la ciudad de Santa Clara. Arrojo y valentía era preciso para empresa tan audaz. En ella dejó la vida nuestro heroico mambí. El parte oficial no tanto, como una correspondencia periodística nos habla de lo que fue tal hazaña. A la una de la madrugada del 23 de marzo de 1896, eran despertados los vecinos por el tropel de mil caballos y descargas incesantes de fusilería. Además, un inmenso vocerío dando vivas a Gómez y Maceo y a Cuba Libre, acompañados por los gritos de “Al machete”. Aquello era la señal más evidente de que los insurrectos estaban dentro de la plaza. Mientras unos grupos trataban de surtirse de lo más necesario, otros recorrían las calles dando gritos y haciendo disparos. La pólvora corría. Uno de tales grupos, como de 30 hombres llegó al Parque Central. Fueron repelidos por las fuerzas españolas destacadas en el Teatro y en los bajos de la Audiencia.
Restablecida la calma, entre los mambises había dos muertos: uno era un pobre vendedor ambulante que se había unido a los insurrectos; el otro era el coronel Leoncio Vidal. Su intrepidez le había costado la vida. Expuestos ambos cadáveres al público, Vidal tenía un balazo en el pecho y otro en la frente, que desfiguraban su apuesta presencia.
Al ahondar en nuestro heroico pasado, vale recordar las palabras de un gran español, don Nicolás Estévanez, quien en su “Historia de América”, dice: “Exceptuando Venezuela, ninguna república de América derramó tanta sangre como la de Cuba, ni hizo tantos sacrificios, ni tuvo tantos mártires”. |