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Egipto al Desnudo |
por James Hornell |
Este artículo comienza en la página 42 |
de la edición de Bohemia, Cuba, del 28 de Febrero de 1940 |
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Una visita a cualquiera ciudad del interior, un día de mercado, brinda tal vez el medio mejor de tener, en cierta medida, una impresión de como vive el egipcio de provincias, lejos del contacto europeo, tan marcado y poderoso en la capital y las ciudades de la costa mediterránea de Egipto. |
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En los días de mercado el egipcio del campo fluye a la ciudad más cercana, llevando los productos de sus jardines y huertas a venderlos, o a cambiarlos por aquellos que ellos no producen. Poco después de romper el día los caminos que conducen al mercado se llenan de una multitud abigarrada.
En las ciudades pequeñas el mercado lo constituye cualquier lugar abierto en las afueras de los límites habitados: en las mayores, se celebra dentro de una empalizada, donde un agente municipal cobra un impuesto sobre todos los productos que entran en ella. La única puerta que da acceso al lugar es estrecha y el forastero tiene que meterse por ella confundido con una multitud que definitivamente no se baña. |
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Cuando el mercado está en su punto, hay tanta gente que mete tal ruido que durante un momento es imposible casi hacerse una composición de lugar. Es preferible, en cierta forma, visitarlo cuando los mercaderes van partiendo hacia sus puntos de procedencia, después de satisfacer sus necesidades. Esto, desde luego, tiene sus inconvenientes pues, al hacerse menor la multitud, el forastero se hace más visible y los muchachos y no considerable parte de hombres y mujeres forman en torno a él rápidamente una pestilente “guarda de coprs”, insistiendo en que sean satisfechas sus demandas de "backheesh”.
Pero la excursión bien vale sus inconvenientes, porque aquí, ciertamente, se encuentra un microcosmo de la vida egipcia; no solamente se trata de un lugar para la compra-venta de todas las mercaderías, sino que muchos comercios menores trabajan constantemente, los hombres trabajando al aire libre, en el suelo, con las piernas cruzadas. Los barberos trabajan incesantemente cortando “coronas”, ellos y sus clientes chachareando de lo lindo sentados sobre una colcha de hojas de dátil extendidas sobre el polvo. |
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Cerca de la entrada varias tejedoras rodeadas por mujeres de la villa, que han traído largos pedazos de tela negra a que se la festoneen en los extremos con hilo de tejer de brillantes colores; las lanzaderas entran y salen, trabajando a alta presión, mientras la inquietud junto con docenas de otras cosas que se pueden vender a precio ínfimo.
Mucho más interesantes son los vendedores de ajorcas de cuentas o de cristal, pues mientras muchas de sus existencias proceden de Europa o Japón hay un residuo de interés en las hechas con cuentas de ágata o de cornerina que han sido traídas desde muchas millas a través del desierto procedentes de las manos de quienes las hacen en el Sudán o de los talleres, más lejos aun, de Bombay en la India.
Las dos clases son perfectamente distinguibles: los productos indios, generalmente en rojo o en cornerina, están bien terminados y las cuentas son simétricas, mientras que los del Sudán son toscos, usualmente de tamaños desproporcionados.
En una tienda, el mercader se hallaba sentado fumando su “jookah” mientras sonriente insistía en que le comprara una ajorca de ágatas, en contraste abierto con su vecino, mujer de facciones y cuerpo toscos que exhibía una similar con voz chillona y una blasfemia murmurada cuando se le ofreció un precio menor del que había ella pedido.
De los vendedores de paño muy poco se puede decir. Son iguales que a los de las demás partes del mundo, sus tiendas llenas de rollos de telas de algodón baratas, de todos los colores. Negro, blanco y azul, son los colores predilectos para vestir, con cuadros y listas para las camisas y los chalecos. El negro lo prefieren las mujeres y algunos para sus capas, el blanco para las batas largas y los turbantes de los musulmanes, mientras que el azul de tonos pálidos es la selección, de los coptos cristianos; por el uso de los colores se conocen entre sí los de las distintas religiones. También venden gorros de brillantes bordados, en torno a los cuales se enrolla el turbante. |
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Otros de los concurrentes a los mercados son los vendedores de pan. Sus productos tienen poca variedad, siendo casi los únicos tipos de pan el redondo y las llamadas “flautas”, que se ven en las primeras horas de la mañana expuestos a los bordes de la calle. Cada pan lo ponen sobre un poco de arcilla no cocida, de origen muy incierto. Atiende a la mercancía una joven o una vieja cuya obligación es apartar las moscas y pájaros que pretenden darse un banquete con ellos. Cada vez que se distraen bandadas de moscas hacen “raids” sobre los panes y luego parece como si el pan se hubiera súbitamente trocado en un pedazo de fango.
Los vendedores de café son numerosos, pero el te está ganando mucho terreno y las teteras son a menudo vistas en uno u otro lugar del mercado.
El último de todos es el vendedor de sal, que se sienta junto a altas montañas de sal cristalizada, traída de las costas del Mar Rojo a lomo de camello.
Del mercado de camellos y ganado, cercano al mercado general no hay nada que decir, pues el polvo que levantan y el olor que despiden no los puede soportar mucho tiempo el europeo, sin haberse familiarizado con ellos durante años quizás.
Los negocios mercantiles no se limitan solamente al área oficial. Se desplaza nacía las calles cercanas, haciéndolas pintorescas en su ambiente. Aquí se sientan docenas de mujeres de la villa con canastas de huevos, gallinas, patos, pavos y conejos en el regazo, o ex cestos o tableros junto a ellas. Los vendedores de palomas están separados y a menudo tienen un lugar especial donde se les puede encontrar cualquier día de la semana. Los pájaros viejos no se venden, solamente los jóvenes gordos y letárgicos.
Un día vi a una de estas mujeres soplándole en el pico a una paloma. Al ver que yo la miraba puso el animalito en el suelo; llevando un pequeño cazo a los labios, se llenó la boca de agua. Después cogió a otra paloma, le abrió el pico y le metió el agua en el buche. Al hacerlo el animalito se fue hinchando gradualmente hasta parecer mucho más gordo y grande que antes. El pájaro ni se movió; cuando lo puso en el suelo, se arrimó a sus demás compañeros, como si nada le hubiera ocurrido. |
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