“Hay en la Bahía de Cabañas un cayo que lleva por mal nombre el de "La Sucia". Es apenas un saliente de rocas hacia el oriente y unos palmos de tierra hacia el occidente donde alguna palma encontró asilo al azar y donde los anones, hace muchos años plantados, están dando sus frutos todavía. Todo lo demás es una corona de mangles que rodea el cayo. Pero allí hay cuarenta y tantos gatos que viven en un verdadero paraíso para ellos. Reciben todas las mañanas el pescado fresco de manos de los únicos habitantes de aquel suelo. Una mujer, viuda, a quien no vimos nunca, y sólo hablamos con ella a través de la yagua de su bohío, un hombre de cuarenta años que es su hijo y otro de setenta y tantos que es su cuñado. Llevan en el Cayo viviendo de la humilde pesca quizás cuarenta años, los mismos que cuenta el hijo. El cuñado lleva menos, porque aunque tiene más edad, vino a socorrerlos cuando la resaca de la vida lo echó para siempre por aquella tierra. |
“Son seres humildes y serviciales que apenas van alguna vez a Cabañas y ninguna a La Habana. Los días pasan para ellos como las nubes sobre el mar, siempre con el mismo silencio y el mismo camino. Una vez trajeron una pareja de gatos y los gatos, como todos los hijos de la creación, crecieron y se multiplicaron. Ahora la señora explica "que no tiene corazón para ahogar los animalitos" y los hombres le reparten el pescado que cada mañana sobra de las redes por su falta de peso. ¿Llegaran un día los gatos por su inmenso número a apoderarse del Cayo? Se puede tocar hasta el límite del humorismo afinando la pregunta, pero lo que conmueve es que todavía en un mundo amenazado de Bomba Atómica haya una mujer que no tiene corazón para ahogar sus gatos y unos hombres que les reparten el pescado fresco todos los días de Dios. |