Guije.com Santiago de Cuba hacia 1846.

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Santiago de Cuba hacia 1846

1952
6 de Enero de 1952
  Santiago de Cuba
  La Nueva Cuba
  A Comer Sabroso


Santiago de Cuba hacia 1846
en la revista Carteles

Tratamos de reproducir los artículos publicados en la sección “Santiago de Cuba hacia 1846” por Cristóbal de La Habana lo más fiel posible a como aparece en la revista “Carteles”, edición que circuló el 6 de Enero de 1952.




“Santiago de Cuba hacia 1846”
“por Cristóbal de La Habana”

Casas típicas de Santiago de Cuba.
Casas típicas del Santiago colonial.
(Dibujo de Sánchez Felipe).

“En 1846, y cuando todavía en Santiago de Cuba apenas si empezaban a cultivarse con algún entusiasmo las letras, publicaron José Joaquín Hernández, Francisco Baralt y Pedro Santacilia, un libro en el que, con el modesto título de Ensayos Literarios, reunieron diversos trabajos en prosa y en verso, referentes, los más de ellos, a asuntos locales.


“Con los datos que los dos primeros nos ofrecen, ya que el último sólo publicó en ese volumen varias poesías y estudios históricos sobre los primitivos habitantes de Cuba, vamos a procurar reconstruir, para ofrecerlo a nuestros lectores, un cuadro animado y pintoresco de la sociedad oriental a fines del siglo XVIII y principios del XIX.


“Salta a la vista, leyendo todos esos trabajos, la ingenua despreocupación y descuidada licencia -censuradas por más de un historiador- que reinaban en las costumbres, sencillas y en cierto modo patriarcales, de la primera de dichas épocas.


“Abandonados por completo el ornato público y la enseñanza, no había entonces, en Santiago de Cuba, ni periódicos, ni aceras, ni calles empedradas, ni alumbrado. La ciudad terminaba, por el oeste, en lo que se llamó Factoría; al este, se hallaba el barrio de Guayabito; al sur, estaba la entrada en La Cantera. Lo demás era playa, manglares campo raso. Los quitrines, que años más tarde seguían, en larga fila, las procesiones, no eran aun conocidos, pues sólo rodaban por aquellas empinadas calles, ocho o diez calesas. El café se vendía en las boticas; y el juego absorbía por completo, no solamente a los hombres, sino también a las mujeres que, sin recato de ninguna clase, se entregaban a todas sus emocionantes peripecias.


“Se almorzaba a las ocho de la mañana; se comía de doce a una de la tarde. Después de la comida, todas las casas se cerraban, pues sus habitantes tenían que echar su siestecita hasta las tres. A esa hora, salían a dar una vuelta los canónigos y capellanes de coro, casi tan numerosos como hoy en día; comenzaban a abrirse puertas y ventanas, pudiendo observarse a las damas sentadas en las salas. Era la hora de hacer y recibir visitas, siempre que hubiesen sido anunciadas previamente, para poder prepararles el chocolate con que se las obsequiaba, mojado siempre con rosquitas o rosqueticas, completándose, a veces, con ricas pastillas de naranja, limón o guayaba o sabrosos bollos de pan de huevo. Las amistades se retiraban al toque de oración, que rezaba toda la familia y criados de rodillas. La tertulia de los íntimos se extendía hasta bien entrada la noche. A esa hora, se oía en toda la ciudad el martilleo monótono y nada musical de las cocineras adobando el tasajo fresco y el arroz blanquito, para la cena de las nueve.


“Las familias se alumbraban encendiendo un farol en el arco de la casa y otro en la puerta de la calle. No se conocían los quinqués, ni las lámparas colgantes, ni las sillas de caoba o maple ni los balancines, qué vinieron mucho después.


“Las modas no podían encontrarse en estado más primitivo. El traje usual de las mujeres se reducía a las enaguas, de algún género de seda, y la camisa o chambra, de batista, tan fina que casi era transparente... casi, casi, como en nuestros días. Eso sí, los lutos se llevaban con gran rigor, cerrándose las casas a cal y canto, y las viudas -menos alegres que en la actualidad- no se vestían sino de blanco o morado.


“Las diversiones eran pocas, pero aprovechadas, terminando todas en baile. La época imponía el ceremonioso minuet y la contradanza, sustituidos más tarde por el rigodón y la danza, que José J. Hernández califica de voluptuosa, pues se bailaba, según afirma, con mucha zandunga. En los días de santos, bautizos, procesiones, matrimonios, el buffet no era muy complicado, que digamos: no se repartía otro refresco que agualoja y sangría. En cada iglesia o convento, los días del patrono se celebraban en la plaza respectiva, los caneicitos o ferias, con su aditamento de baile.


“Los muchachos, hasta loso dieciocho años, se entretenían volando por las calles cometones o papalotes y, al decir del ya citado José J. Hernández, "consideraban una galantería llevarlos mantenidos hasta la puerta de sus amadas para dejárselos tener".


“Pero la diversión más popular y extendida, y para la que siempre existía -¿cómo no?- verdadero embullo, era la que se conocía con el nombre de "salir a mamarrachar". Se organizaban por los jóvenes amigos curiosas partidas o excursiones a caballo. Convidaban a sus novias, llevándolas montadas delante de la silla. Y así, ¡ingenua y candorosamente!, recorrían los pueblos vecinos. ¡Lástima que nosotros, tan atrasados, no "mamarrachemos" también, aunque sea en automóvil!


“Pero con el transcurso de los años, se fueron puliendo y refinando las costumbres públicas y privadas. Las mujeres dejaron de jugar; modificaron su indumentaria: usaron túnicos, preocupándose de no llevar el mismo traje a varias fiestas o bailes.


“Fue entonces cuando llegó a su apogeo, por decirlo así, entre las damas, el cultivo del divino arte de Rafael y el Tiziano, como complemento del adorno femenino.


“Llegamos con esto al que podemos llamar "el reinado de la cascarilla", el cual se extiende y propaga de tal manera, que aun los jóvenes de hoy la hemos alcanzado, desempeñando un papel importantísimo en el tocador de nuestras abuelas.


“Había dos clases de cascarillas: de huevo y de caracol. La última era la preferida por las demás, porque pegaba y blanqueaba más.


“El agua blanca, apenas se conocía; y el carmín no lo usaban más que las que estaban pasándose de tiempo.


“-El uso -dice José J. Hernández- a que generalmente está destinada la cascarilla, es a quitar la grasa del cutis, pero sirve este medio como de excusa y parapeto al verdadero: al de blanquear. Sin embargo, aun no he encontrado ninguna señorita bastante franca que me haya confesado que la emplea para lo último. Yo lo creo, como que esto es mirado por ellas como un delito y no falta quien ridiculice ese prurito, que tienen muchas, de ser blancas, mal que pese a la naturaleza".


“Entre las jóvenes, la cascarilla usada por las demás dio lugar a protestas ruidosas, pues en los bailes, con la agitación y el movimiento, la cascarilla iba pasando lentamente del rostro de las damas a la casaca de los galanes que, al terminarse la danza, quedaban completamente blanqueadas. Para tener partido en los bailes, se necesitaba no sólo ser buena bailadora, sino también "blanquear" a sus compañeros lo menos posible.


Rincón del mercado de Santiago de Cuba.
Rincón del mercado de Santiago.
(Plumilla por A. Inclán).

“De ahí que las muchachas, apenas notaban que su compañero sacudía la casaca o cuchicheaba con alguien, se acercaban disimuladamente a cualquier amiga, entablándose entonces este diálogo, que cita Hernández:


“-¿Tendré mucha?


“-No. ¿Y yo?


“-Aquí, de este lado, tienes un bigote -le contestaba la amiga, aplicándose aquella, al instante, el pañuelo al lugar indicado.


“Ahora podrán explicarse nuestros lectores, por que de las cubanas de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se afirmaba que se desteñían, llamándolas también, por la causa antes indicada "manchacasacas".


“Completaremos estas noticias que hemos ofrecido sobre la vida y costumbres de los santiagueros en 1846, con otras no menos interesantes, tomadas de las Crónicas de Santiago de Cuba, recopiladas por Emilio Bacardí.


“Ese mismo año, el día 1° de enero, resultaron elegidos por mayoría de votos, alcaldes ordinarios, el licenciado don Miguel Santa Cruz Pacheco y don José Eulalio Godoy, y de la Santa Hermandad, don Juan Espinal y don Nicanor Llamos.


“Fue objeto, nada menos que de un anuncio publicado en el periódico El Redactor, la falta de verdugo, pues entre los presidiarios no se encontró quien quisiera servir esa plaza voluntariamente, dándose a conocer que las cantidades asignadas para las ejecuciones de la justicia eran: 10 pesos por la de muerte, 5 por cada inutilización de miembros, y 2 1/2 reales por 25 azotes.


“Pero no faltaron, en cambio, los fusilamientos mi otras condenas a militares. En efecto, en el mes de junio fueron pasados por las armas, en el Campo de la Maloja, 4 soldados de la Segunda Compañía del Regimiento de España, que se negaron a pasar revista de policía; y por esa insubordinación quedaron suspensos de sus empleos y encerrados en el Morro, sujetos a procedimiento, los oficiales y el teniente gobernador de Baracoa, lugar donde estaba de guarnición aquel regimiento.


“Por fin, en el mes de septiembre, se resolvió el problema de la carencia de verdugo, comprándose, por orden del Capitán general, un esclavo que ejerciese esa función, aplicándosele, en caso de resistencia, la medida de coacción que estaba prevenida.


“La estadística de este año, 1846, de Santiago de Cuba, dio el siguiente resultado: 1 ciudad; 5 pueblos; 1 aldea, 1 caserío, 7 parroquias; 1 auxiliares; 4 ermitas; 2 conventos de frailes; 1,521 casas de mampostería, ladrillo y tejas; 10,230 de embarrado, tablas y guamo; 133 haciendas o hatos; 477 sitios de crianza; 112 ingenios y trapiches: 510 cafetales; 12 cacaguales; 111 potreríos de cría y ceba; 1,142 sitios de labor y estancias; 2,418 vegas de tabaco; 21 colmenares; 23 tejares; 50 alambiques; 21 calderas; 2 quintas de recreo; 50 alambiques; 21 calderas: 2 quintas de recreo; 3,399 sitios de cultivos menores; 7,780 sitios de pastos naturales; 259 sitios de pastos artificiales; 43,350 caballerías de bosques y terrenos áridos: 95 volantas y quitrines; 754 carros, carretas y carretillas; 14,720 toros y vacas; 4,753 yuntas de bueyes; 10,846 caballos y yeguas; 7,610 mulos; 25,583 carneros, cabrío y asnal.


“Las producciones eran: 231,013 árboles de azúcar blanco; 228,801 árboles de azúcar mascabado y raspadura; 1,634 bocoyes de miel de caña: 4,270 pipas de aguardíente; 384,180 arrobas de café; 666 arrobas de cera; 2,102 arrobas de cacao; 95 barriles de miel de abeja; 153 arrobas de algodón; 2,151 arrobas de míllo; 3,193 arrobas de arroz; 12,225 arrobas de frijoles; 1,066 ristras de cebollas; 1,020 ristras de ajos; 119,768 cargas de viandas, como plátanos, boniatos, yucas, malangas, ñames; 25,008 cargas de hortalizas; 77,289 cargas de tabaco en ramas; 102,382 cargas de maloja; cogollo y yerba de guinea; 51,439 fanegas de maíz; 12,130 tortas de casabe y 15,987 cargas de frutas, como naranjas, mangos, etc.


“En este año, además de los Ensayos Literarios de Hernández, Santacílía y Baralt, se publicaron en la propia imprenta de Antonio Martínez, en Santiago de Cuba, las siguientes obras:


“Ecos del Yarayó, poesías de Antonio M. Lorié.


“Flores de Cuba, poesías de Antonio Solórzano y Correoso.


“Tablas de sueldos liquidados, por Máximo Domínguez.


“Compendio de gramática castellana, por Juan B. Zagarra.


“Al finalizar ese año, el total de niños asistentes a las escuelas era de 970 de uno y del otro sexo, como sigue:


“Instrucción primaria: En las dos escuelas públicas costeadas por el Ayuntamiento y en la de la Sociedad Económica de Amigos del País, 342.


“Instrucción superior: Seminario de San Basílio, 38.


“Colegio de Santiago, 50; Colegio de D. Antonio María Santí, 57; Colegio de D. Gumersíndo Martínez con 27 varones y 49 niñas, 76; Colegio de Mme. Juana Pelet, niñas, 50; en escuelitas de niñas y niños, 257; total, 970.”




La ciudad de Santiago de Cuba en las Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba.



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Última Revisión: 10 de Febrero del 2008
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