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Las Botijas

Si algún día caminando por el campo tropieza con una pequeña lomita de tierra, siga de largo y ni mire hacia atrás. De la misma manera, si se cae en un pequeño hueco, digamos de medio pie de profundidad por otro de diámetro, abra hueco que tal vez esté de suerte. Cosas que aprendimos de una anciana en los campos de La Habana.

Porque en la ciudad de La Habana no hay muchos espíritus burlones. Allí los conocimientos de la vida sobrenatural son avanzados y tan pronto alguien fallece, si no toma su camino, lo encaminan rápido. No es como en otras ciudades antiguas del mundo donde los muertos de doscientos años todavía andan asustando a los niños, y a las niñas también. Aunque de vez en cuando sale cada fenómeno que es impresionante, pero para de verdad oír cuentos de fantasmas, había que salir de la ciudad. Un momentico, vamos aclarar algo, si desea conocer de la Regla de Oricha, o santería, La Habana es buen lugar a donde ir, tal vez Guanabacoa, Regla o el mismo Miami (en Estados Unidos), pero aquí nosotros nos referimos a incidentes relacionados con muertos viejos que en ninguna de esas ciudades duran mucho si es que se les ocurre ir a molestar por allí.

Bueno, resulta ser que cuando éramos muchachos tuvimos la oportunidad de ir a pasarnos unos días en el campo en la provincia de La Habana, no en un pueblo, en el mismo campo donde no había ni luz eléctrica. Allí estuvimos tres maravillosos días. La primera tarde unas muchachas vecinas, que como guajiras al fin y al cabo estaban respetables, vinieron a hacerle la visita a la señora de la casa. La tarde transcurrió en una conversación que podría describirse de puros chismes. Un rato interesantísimo pero no se dijo nada de importancia, y eso es lo que recordamos de aquel primer día.

El segundo día fue por el estilo del primero hasta que cayó la noche. Ya oscuro fuimos a un caserío, de unas cuatro o cinco casas, donde sí había luz eléctrica. Cuando llegamos aquel lugar, el señor que nos llevó enseguida resolvió la razón de aquella diligencia y entonces fuimos a otra de aquellas casas a saludar a una señora que había estado enferma. Resulta ser que en esa otra casa estaba reunido un grupo de unas siete u ocho personas visitando a la convaleciente. La anciana, que tenía más aspecto de difunta que de enferma, se mecía en un sillón mientras sus ojos se clavaban en los nuestros según entrábamos al cuarto alumbrado por un bombillo de cuarenta bujías. La verdad es que nos dieron deseos de mandarnos a correr, pero el respeto hacia las personas mayores era absoluto en aquella Cuba y nos sentamos donde se nos asignó. Resulta ser que según la noche continuó, estuvimos allí más de tres horas, aquella señora que tanto miedo inspiraba era más buena que un ángel.

Después de los saludos y las introducciones adecuados la conversación continuó con el tema que aparentemente ya estaba en pleno desarrollo. Aquel cuartico era una universidad, que manera de saber aquella gente, y la vieja llevaba la batuta. Lo primero que oímos fue el cuento del joven que una tarde para protegerse de una tormenta de rayos se metió en una cueva. Como joven intruso se puso a mirar por dentro de aquella cueva que no había visto antes y se encontró con una montura preciosa sobre un caballete. La fue a levantar para llevársela y tan pronto la tocó la montura se hizo polvo. Entonces la conversación pasó al análisis del cuento, el ¿por qué? Unos estaban convencidos que fue porque la montura era muy vieja y posiblemente había estado en aquel lugar por varias décadas. Otros dijeron que hay ciertas cosas que no se pueden tomar porque tienen dueño. Hubo quien dijo que si era así, el joven se puso de mucha suerte porque si se la hubiese podido llevar no la iba a disfrutar. Nosotros empezábamos a erizarnos, indicación de que la cosa se estaba poniendo buena.

Se mencionó el caso del muchacho que le ofrecieron dos pesos para que cortara una caña brava y cuando dio el primer machetazo los centenes cayeron como lluvia. Recogió las monedas de oro, le devolvió el machete al que le ofrecía los dos pesos y se fue. En este cuento sólo hubo risas y carcajadas. Porque es así en Cuba. Como han habido tantas revueltas políticas mucha gente se ha tenido que ir de la isla. Ya que estas salidas no han sido nada favorables y los agentes de las adunas no perdonan ni un real, antes que le quiten sus propiedades es preferible esconder las cosas de valor con la ilusión de algún día poder regresar y volver a tener sus pertenencias. Hoy en día posiblemente usen nylons y pomos de cristal, en el tiempo de la colonia usaban botijas. También muchos de los inmigrantes hacían una huaca; escondían las monedas, que en tiempo de antaño eran de oro, para que no se las robaran y algún día regresar desapercibidos pero ricos a su país. Otra gente simplemente no confiaba en los bancos, que hasta cierto punto tenían y tienen razón. Ya que el colchón lleno de monedas no debe ser muy cómodo, pues estas personas también hacían su huaquita. Como el tiempo no perdona, muchos nunca regresaron a Cuba o a su patria, quedando fortunas escondidas en botijas por toda la isla.

En otras conversaciones recordamos haber oído casos donde al tratar de tumbar una pared vieja o cuando por sí solo algún techo viejo se caía, los centenes rodaban por todas partes. No era cosa del diario cuando uno se enteraba de algo así, aunque posiblemente ocurría más a menudo de lo que se decía. Pero sí tenemos conocimiento de un caso donde el valor monetario de los centenes se encontraba en los cientos de miles de pesos. Claro, cada moneda de aquellas valía mucho más del valor monetario que representó en sus días, tanto por su peso en oro como por su valor como pieza de colección.

¡Oh, se nos olvidaba! Bajo ningún concepto vaya usted aceptar de un muerto una botija o una huaca. Si en un sueño alguien que usted no conoce o sabe que está muerto le dice donde está escondida una botija, de acuerdo a los consejos que le daba aquella viejita a una muchacha en la reunión, mejor que se olvide del incidente. No se le vaya ocurrir buscar la botija y “cuidadito” en decirle nada a nadie.

En dos conversaciones, ajenas totalmente a la de aquella noche, confirmamos aquellos sabios consejos. Una fue con una muchacha que nos comentó haberle ocurrido algo así, por suerte ella sabía las consecuencias y no daba más detalles. El otro caso lo oímos de la hermana, ya anciana, de una muchacha que dijo donde estaba enterrada una botija. Nos dijo pero no recordamos como fue que el muerto le regaló la huaca a su hermana. Lo que recordamos es que se excavó, se tocó algo duro como una piedra en dos o tres ocasiones y no se encontró nada. Mientras la excavación tomaba efecto, a la muchacha le dieron unas fiebres repentinas y falleció.

Eventualmente llegó el momento de despedirnos de la viejita. Antes de irnos nos explicó que los cadáveres tienen la tendencia de levantar la tierra. Si vemos una lomita o pequeño montículo de un pie de alto y más o menos las dimensiones de una persona, es muy posible que en ese lugar haya alguien enterrado. O al menos, si hubiera alguien allí sepultado, la tierra de por sí se comportaría de esa manera. Todo lo contrario sucede con las botijas. La tierra se hunde, no mucho pero sí lo suficiente para torcerse un tobillo si no está prestando atención. Si se recupera de la caída y se decide a excavar, bueno, entonces sí tiene que prestar mucha atención a lo que está haciendo y mucho más cuidado porque recuerde, es posible que esa botija tenga dueño.




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Última Revisión: 1 de Julio del 2003
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